Encuentro con Édouard Louis

 

Lo primero que hice al terminar el encuentro con Édouard Louis organizado por el Institut Français de Madrid el martes fue ponerme a tomar notas en el móvil como si no hubiera un mañana. No quería olvidar ninguna de las ideas y reflexiones de la hora y media previa, un festín intelectual, una tarde apasionante. En 2015, fui uno de los miles de lectores conmovidos en todo el mundo con la primera obra del autor, Para acabar con Eddy Bellegueule, en la que contaba el asfixiante entorno homófobo que sufrió en su infancia y adolescencia en un pueblo del norte de Francia, lo que le obligó a salir de allí y cambiar hasta de nombre para seguir vivo. Esa obra, ahora llevada al teatro, que se representará en La Abadía por La Joven Compañía hasta el día 14 de noviembre, es la que ha traído a Louis hasta España y nos ha permitido escucharlo, con su tono pausado y sereno, pero también apasionado y vibrante.


Fue muy inspirador y estimulante asistir a la charla que el autor mantuvo con Isabelle Le Galo Flores, directora para España de la Fundación Daniel y Nina Carasso. El escritor e intelectual francés se tomaba unos segundos para pensar cada respuesta, que articulaba después con ideas sugerentes, siempre bien argumentadas, y con una visión crítica de la sociedad, del sistema económico y político y del propio papel de la cultura. Al acto asistieron varios actores y el director de la función de teatro, además del embajador de Francia, ante el que Édouard Louis, por cierto, expresó su visión, digamos, poco entusiasta sobre Macron, y miembros de asociaciones que ayudan a personas LGTBI rechazadas en su familia, como la Fundación Eddy, inspirada precisamente por aquella obra, cuya labor es admirable. 

Fue una conversación, ya digo, muy inspiradora, por lo que contó el escritor y por cómo lo contó. Explicó que escribir aquel libro no fue una elección, sino una necesidad. También dijo que fue una especie de venganza y se preguntó quién iba a escribir de personas como sus padres si no lo hacía el. Afirmó que las personas de clases populares, a diferencia de las de clase media o alta, no tienen una doble vida, la suya propia y la de la representación en la literatura, el cine o la televisión, y que escribiendo sobre ellos él también quería otorgarles la oportunidad de contar con esa doble existencia.

El autor reflexionó sobre la responsabilidad individual de las personas que lo acosaron por ser homosexual cuando era niño. Habló del perdón y de cómo esas personas también son víctimas de un sistema que no les da oportunidades. El discurso crítico de Édouard Louis es especialmente lúcido cuando habla sobre el papel de la cultura. Contó, por ejemplo, que él escribe a la contra de ciertas reglas de la literatura, de ciertas normas no escritas, como la que aconseja que en las novelas no entre la política, la que alaba aquellas obras donde sólo se sugiere una emoción o una situación real pero no se cuenta en detalle o aquella otra que censura los sentimientos y la emotividad en los libros. También criticó cierta cultura burguesa ensimismada, que no da voz a las personas de las clases populares ni, por supuesto, habla de sus problemas, y recordó que el teatro nació siendo popular, que no es intrínsecamente burgués ni propio de las clases altas.

“No hay mayor declaración de amor a la literatura que hacerle la guerra”, dijo, para pedir una cultura más comprometida, que cambie de verdad vidas, que tenga un poder real en la gente y no se limite a ser un pretendido rasgo de distinción de quien la consume. Por eso, también afirmó que él tiene claro que se dirige no sólo a las personas que leen sus libros, es más, que se dirige especialmente a quienes no los leen. De ahí que acuda con frecuencia a colegios y charlas o se manifieste en las calles por las causas en las que cree, porque abomina de esa imagen clásica del intelectual encerrado en su casa que sólo se reúne con sus semejantes y nunca se mezcla con el pueblo. Él sabe que tiene que ser capaz de llegar a esas personas de otra forma y no le incomoda que se le considere un autor mediático o popular, como si eso fuera de por sí algo negativo.

Tiene Édouard Louis un discurso combativo, muy convincente y bien construido, sin complejos a la hora de defender sus convicciones. Un discurso que se escucha poco estos días, que va muy a contracorriente. Por ejemplo, el autor se mostró muy crítico con el papel cómplice de la televisión con el discurso tóxico de la extrema derecha. Puso el ejemplo de la inmigración, inexistente en el pueblo en el que creció, lo que no impidió que allí se generalizara un discurso racista. Contó que la izquierda debe tener su propio relato y no limitarse a combatir o a negar el de la extrema derecha.

También compartió la tesis que defiende en Quién mató a mi padre, otro de sus libros: que la política condiciona la vida de las personas de clases populares mucho más que la de las personas de clases altas. Dijo que él detesta las políticas de Macron, pero que en su posición social y económica, la acción de un jefe del Estado o de un gobierno que no le guste no implica un impacto severo en su vida, no la condiciona de verdad. Sin embargo, a su padre sí le afectó una ley de Sarkozy que reducía la asistencia sanitaria y el acceso a medicamentos. “Para la vida de una persona pobre, una ley del gobierno es tan importante como la primera vez que hace el amor o su primer beso”, dijo.

En el turno de preguntas, Édouard Louis compartió su devoción por el cine de Almodóvar. Explicó que cada vez que escucha hablar español se acuerda de sus películas, donde encontró una iluminación, una voz amiga, una puerta abierta a la diversidad. “Cada vez que oigo decir que el español es la lengua de Cervantes yo pienso que para mí es realmente la lengua de Almodóvar”, afirmó, en uno de los muchos titulares que dio a lo largo de la tarde.

Fue enternecedor e impactante el modo en el que contó que, tras escribir el libro con el que comenzó su nueva vida y su carrera literaria, su madre se enfadó mucho e incluso acudió a la televisión a decir que su hijo mentía en ese libro. Cuando pasó la tormenta, lo que más le afeó su madre fue que hubiera escrito en el libro que eran pobres. Esa vergüenza de las clases populares, que se sienten intimidadas hasta ante el médico del pueblo, por no saber expresarse como él, por verlo como el poder.

El autor habló igualmente de cómo la literatura fue desde muy pronto para él un refugio, un espacio en el que se le permitía ser, existir tal cual era, sin tener que forzarse a actuar como no le salía de forma natural. No le gustaba el fútbol ni las actividades físicas, nada de lo que se suponía que debía gustarle para ser un hombre de verdad, pero ya de niño vio la cultura como un espacio amigo, desde los profesores de Literatura hasta las bibliotecarias. Reivindicó el valor de la huida en el mundo actual, plagado de desigualdades e injusticias, y el poder emancipador de la cultura. Del mismo modo que a él le salvó la literatura, sus libros y su compromiso social han salvado a muchas personas. Con una larga ovación terminó un acto emocionante, combativo y reflexivo, de esos que dejan huella y no se olvidan fácilmente. Un día en el que también me alegré especialmente de estudiar francés en el Institut Français y celebré que esta institución organice tantas actividades culturales, que tenga tanto dinamismo, porque aprender un nuevo idioma es en el fondo ampliar tu mundo y te permite vivir momentos extraordinarios como el encuentro de anoche con Édouard Louis. Merci beaucoup!

Comentarios