Diario de una soledad

 

Un buen amigo, que es además un gran lector, me contaba el otro día que últimamente huye despavorido de los libros que son descritos como "trepidantes". Creo que le encantaría, igual que a mí me ha encantado, Diario de una soledad, de May Sarton, editado en España por Gallo Nero, con traducción de Blanca Gago. El libro, encantador, es como una conversación pausada y agradable, en la que se pierde la noción del tiempo, en la que no hay grandes sobresaltos, sólo la mirada honesta de la vida de la autora, que mantiene una batalla contra la soledad, ésa que necesita y teme a partes iguales. Relata encuentros con amigos, que le hacen bien, en parte, pero que en parte la alejan de la escritura de sus poemas, el cuidado de su jardín y la contemplación en la que quiere vivir.


La autora plasma en estas páginas un año de su vida. Un año en el que intenta superar una depresión y en el que su relación sentimental con X. se va descomponiendo. Sarton ansia y teme a partes iguales los encuentros con la gente querida, sus amigos y amores apasionados.La vida sería muy árida sin esas interrupciones que nos nutren y enloquecen, pero sólo soy capaz de degustarlas por entero cuando estoy aquí sola, y la casa y yo reanudamos nuestras antiguas conversaciones, escribe nada más comenzar su diario, a modo de presentación. 

En esa aparente contradicción avanza el relato. Sarton siente un enorme interés por las personas que quiere, por el ser humano en general, por lo que pasa en el mundo. Comparte sus reflexiones sobre feminismo o política, por ejemplo, escribe con un gran cariño de sus vecinos y de la gente de su alrededor. No es en absoluto misántropa, al revés, es alguien con un interés innegable por el mundo en el que vive, pero es a la vez una mujer solitaria, alguien que necesita tiempo para estar consigo misma, incluso para valorar de verdad la compañía de otros, los ratos compartidos. 

Además de su estilo, tan lírico, tan acogedor para el lector, tan agradable, el libro destaca porque, como buen diario, recoge la evolución del estado ánimo de quien lo escribe. La autora comparte lecturas, visitas a museos, conversaciones, recuerdos del pasado, los avances, por mínimos que sean, de su jardín y sus flores. Es delicioso. Y siempre, de fondo, la soledad. Hay una entrada del diario en la que escribe: “debo conformarme con lo que tengo... y lo que tengo es una gran riqueza de amistades y un amor absoluto y ardiente por la naturaleza, lo cual no es poco”. Unas páginas más adelante, transcurrido el tiempo, afirma: "últimamente, hay veces en que sólo sueño con desaparecer, adoptar otro nombre, asentarme en algún sitio donde nadie me reconozca o se preocupe por mí”.

Sarton deja claro que odia las charlas huecas ("es una pérdida de tiempo ver a gente que sólo muestra la superficie social de sí misma. Siempre estoy dispuesta a esforzarme para hallar a la persona real que hay debajo, pero si no puedo, me altero y me enfado. El tiempo malgastado es veneno”) y reivindica la capacidad de reflexionar y de tomarse el tiempo para tomar decisiones, en un mundo acelerado, ya entonces. “Cada vez hay más seres humanos atrapados en unas vidas que apenas les permiten tomar decisiones que sean fruto de una reflexión, y apenas existen elecciones de verdad”, explica. 

Naturalmente, es el diario de una escritora, de una poeta, y eso se nota, porque habla de su propia obra y comparte también poemas de otros autores que le han marcado. Reflexiona sobre la propia experiencia creadora y sobre las diferencias entre la novela y la poesía, en uno de los pasajes más lúcidos del diario, cuando escribe: "supongo que he escrito novelas para averiguar qué pensaba acerca de algo, y he escrito poemas para averiguar qué sentía acerca de algo”.

Es un diario muy introspectivo, pero también hay alguna referencia a la actualidad, como ciertas menciones al feminismo, o el impacto que siente al conocer la muerte de De Gaulle, del que escribe: “tal vez la integridad, por lo que respecta a los hombres de estado, está relacionada con el hecho de saber usar las propias palabras. De Gaulle no recurrió a la ayuda de los escritores, la idea resulta sencillamente grotesca. El líder que deja que otros hablen por él está firmando su sentencia”. Su opinión sobre el entonces presidente estadounidense era un tanto distinta: “¡Qué evidentes resultan la estrechez e insignificancia de Nixon!”, leemos. 

Habla, en definitiva, un poco de todo, pero vuelve una y otra vez a la soledad que da título a este diario. Piensa y lee sobre ella, lo analiza y deja reflexiones como ésta: “Cuando se trata de las cosas importantes, siempre estamos solos. (...) El modo en que manejamos esta soledad absoluta es también el modo en qué vamos creciendo, el gran viaje psíquico de cada cual. ¿A qué precio compraríamos la completa independencia? ¡Esa es la clave! Soy consciente de la fructífera tensión que se establece, así, entre cualquier persona que me importe y yo”.

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