Tiempo

 

En los cinco primeros minutos de Tiempo, la última película de Shyamalan, que trata sobre una isla en la que misteriosamente la gente envejece a toda prisa, hay tres menciones a la edad de los niños de la familia protagonista. “Qué ganas de oírte cantar cuando seas mayor”, le dices la madre a su hija nada más comenzar el filme. Poco después los padres y los chavales hablan de la edad permitida para alguna actividad en el hotel al que se dirigen. Y, al instante, cuando se les da la bienvenida en ese complejo vacacional, una camarera le dice a los niños que hay que ver lo grandes que son. Digamos que queda claro desde el principio que la sutileza no será un fuerte de esta película, y que habrá unas cuantas escenas de esas en las que parece que al director le falta lanzar un par de guiños a la cámara. Dicho esto, la película es muy entretenida, tiene un ritmo trepidante y sus 108 minutos de metraje se pasan volando. Es decir, consigue con creces su objetivo. 


La acción se desencadena rápido. El director del hotel, un complejo aparentemente paradisíaco, ofrece a un grupo selecto de huéspedes hacer una excursión de un día a una cala exótica, casi secreta. Todo son risas y expectación hasta que empiezan a pasar cosas raras en esa playa. Muy raras. Como queda claro en los trailers de la película, incluso en su cartel (tampoco demasiado sutil), algo sucede en esa cala que provoca que la gente envejezca rápido. Esto da lugar a situaciones más bien cómicas, alguna me temo que involuntariamente cómicas, como por ejemplo que a los niños protagonistas les sigan valiendo sus bañadores o sus pulseras a pesar de pegar el estirón de forma acelerada. 

En una película con un planteamiento así, tan misterioso, es fácil encontrarle las costuras a la trama. Al menos, intentar buscárselas. Que si no esto no es creíble, que vaya falta de verosimilitud... Es muy tentador y, de hecho, puede ser una forma muy legítima y hasta divertida de enfrentarse al filme. Yo tiendo a ver ciertas películas con ese ánimo, de hecho. Pero en este caso creo que es mejor ir a disfrutar. Sentir a través de los protagonistas ese misterio tan indescifrable, la agonía de ver cómo, en cuestión de horas, los cuerpos envejecen años, lo que les conducirá a una muerte segura si no encuentran la forma de escapar de ahí. 

La música enfatiza todo el rato las emociones de sus protagonistas. De nuevo, con ausencia de sutileza. Resulta excesivo. Pero la trama, tan loca, tan impresionante, se termina imponiendo a todo. Uno tiene verdaderas ansias por saber qué demonios ocurre ahí y si alguno de los personajes podrá escapar de la playa. Y también, claro, qué pasará si lo consigue, porque saldrá con muchos más años que cuando entró de ahí, aunque fuera apenas haya pasado un día. Los niños, que de pronto se vuelven adolescentes y luego adultos, tienen una mezcla entre la madurez que sugiere su edad y la inocencia propia de su edad real, digamos, y del hecho de que son las vivencias y no tanto el paso del tiempo las que otorgan madurez a las personas. Alguna que otra reflexión sobre el sentido de la vida, también sobre otras cuestiones de plena actualidad, y algún que otro dilema ético complementan este cóctel excesivo y, sí, nada sutil, pero que consigue provocar las emociones fuertes que promete. 

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