Cantando bajo la lluvia

 

Cuando está a punto de comenzar Cantando bajo la lluvia, el musical que se ha estrenado recientemente en el Teatro Tívoli de Barcelona, uno se siente transportado a un cine de los años 20 del siglo pasado, con las luces apagadas, la orquesta tocando música que remite a esa época y el teatro, que precisamente data de aquel tiempo (se abrió en 1919), lleno de público y de expectación. Más de dos horas y media después, cuando el musical llega a su fin, el público baila y aplaude de pie, devuelto de golpe a los años 20 del siglo XXI, a nuestro tiempo, en el que queremos recuperar nuestra vida, a valorar lo mejor que tiene y volver a celebrar después de sufrimiento por culpa de la pandemia.
Ese aplauso sin fin cuando la obra acabó tuvo algo especial. Fue, claro, el reconocimiento merecido a un musical muy cuidado en cada detalle, pero también fue una forma de agradecer que al fin podamos volver al teatro, que tras tanto tiempo podamos sentir de nuevo esas emociones que sólo podemos vivir en un lugar así. Un musical como ésta, tan alegre, tan festiva, tan vitalista, es la perfecta para volver al teatro, para respirar (aunque sea con mascarilla, claro) el aire de este nuevo tiempo en el que lo peor de la maldita pandemia va quedando atrás. 

La historia plantea un atrevido juego metateatral y metacinematográfico al espectador. El público barcelonés del musical dirigido por Àngel Llàcer y Manu Guix, es a la vez, a ratos, el público del último estreno de Monumental Studios en Hollywood, o el oyente de una emisión de radio de aquel tiempo. Toda historia bien contada, y ésta lo es, te transporte a otro tiempo y a otro lugar. Pero en este caso, ese efecto resulta aún más cautivador y poderoso por el cuidado de cada detalle de escenografía, vestuario, música, coreografías e interpretación. 

He visto unos cuantos musicales los últimos años, todos los que puedo, porque me reconozco seguidor del género, y puedo decir que es relativamente frecuente que una obra destaque por sus canciones, pero flojee en la historia, o que deslumbre por su puesta en escena, aunque las interpretaciones no estén a la altura. No es fácil encontrar un equilibrio como el que se halla en esta versión de Cantando bajo la lluvia. Todo está en su sitio, todo cumple su función. La música, desde luego, es maravillosa. El momento que da nombre a la canción, la más icónica escena de la obra, es fascinante. El escenario cambia de forma constante, el vestuario es perfecto, las canciones están insertadas de forma natural y no interrumpen el relato. Lo dicho, equilibrio difícil de encontrar. 

También el elenco está entregado y se nota. La treintena de actores y bailarines del musical cumplen con nota. Mención especial merecen los protagonistas, Iván Labanda y Diana Roig. También aporta mucho a la obra el personaje de Ricky Mata, con un toque de humor que le sienta genial a la historia. Quizá hay algún personaje estereotipado de más, pero las virtudes superan holgadamente a los defectos que uno pueda encontrar. Cantando bajo la lluvia es exactamente el musical que necesitábamos en este tiempo en el que parece que por fin vamos dejando atrás la maldita pandemia. Un musical que, trasladándonos a los años 20 del pasado siglo, nos invita a celebrar la vida en los años 20 del siglo XXI que nos toca vivir. 

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