“Edipo” en Mérida


35 grados era la temperatura anoche en Mérida a las once menos cuarto, cuando iba a comenzar la función de Edipo en el teatro romano emeritense. Estos días hemos visto muchos reportajes sobre las mejores formas de combatir la ola de calor (beber agua en abundancia, evitar salir a la calle en las horas centrales del día, bajar las persianas de casa cuando más fuerte pega el sol...), pero no sabíamos que la ilusión es también un poderoso remedio contra las temperaturas extremas. La ilusión de volver a Mérida y de disfrutar un año más de su festival de teatro clásico era más fuerte que ese calor un tanto insufrible. La ilusión de volver al teatro, a secas, después de tantos meses y reconquistar así otro pedacito de normalidad, aunque sea con mascarilla, ante unos actores con sus máscaras, por cierto, lo cual genera una impresión especial en estos tiempos pandémicos. 


Anoche, por un rato al menos, lo único importante de verdad, lo que atraía por completo nuestra atención, lo único que nos interesaría en la próxima hora y media, era la historia que se contaría sobre las tablas, en ese privilegiado escenario que conserva los ecos de siglos de teatro. En este caso, la historia de Edipo, el rey de Tebas destinado a matar a su padre y casarse con su madre, en versión de Paco Bezerra con dirección de Luis Luque. El calor podía esperar, la ilusión ayudó a combatirlo. El libro de mano reconvertido en abanico, todo hay que decirlo, también.

 

Dos de las cosas que más agradezco a una obra de teatro es que me sorprenda y que me haga pensar. Edipo las logra ambas con creces. Sorprende, de entrada, con una puesta en escena innovadora, en la que, como le ocurre al propio Edipo, a veces cuesta distinguir lo vivido de lo soñado. Adopta esta relectura de la tragedia clásica soluciones muy creativas y casi sacrílegas, maravillosamente rupturistas, en semejante escenario, como la proyección de vídeos en varios momentos de la representación (imponente una alocución con estética futurista del rey Edipo a su pueblo). La plasticidad de la puesta en escena refuerza el mensaje y dispara el atractivo de la obra. 






Siempre es justo mencionar a todos los profesionales que hay detrás de una función, pero en este caso sería especialmente intolerable no citar a Monica Boromello, responsable de la escenografía, ya digo, todo un acierto, uno de los grandes alicientes de este Edipo que anoche deslumbró en el Teatro Romano de Mérida. Igual que podemos decir de Juan Gómez-Cornejo, al frente de la iluminación, que realza con buen tino este majestuoso y monumental escenario, siempre un reto mayúsculo; de Mariano Marín, responsable de la música, que juega un papel importante en la representación, y de Bruno Paena, quien firma el diseño de videoescena.


La forma, ya digo, sorprende, con esa estética rupturista e innovadora. Pero el fondo no cautiva menos. Porque este Edipo invita a la reflexión e interpela directamente al espectador del siglo XXI. Una vez más, una historia clásica es la mejor forma de pensar el presente. Los clásicos ya lo inventaron todo, lo reflexionaron todo, ahora a nosotros nos basta con actualizar su legado y aprender. Todo está ahí, en sus tragedias y sus comedias, en sus leyendas y sus mitos. Aciertan Paco Bezerra y Luis Luque con este Edipo que con tanta pasión y talento defiende un elenco joven, encabezado por un más que notable Alejo Sauras. Convence el actor, al que conocía más de sus trabajos en series de televisión, especialmente a medida que su personaje va siendo consciente de su tragedia. Su interpretación en el tramo final de la obra es apabullante. El protagonista está en escena en todo momento. También cumplen el resto de intérpretes, especialmente Mina El Hammani, magnífica. 


Hay pasajes de la obra en los que un estremecimiento recorre al espectador, no ya sólo por la tragedia de Edipo y por la relectura que ofrece esta obra, que pone un espejo frente a quien la contempla, sino también por varios momentos en los que se habla de pandemias, de enfermedades, de incendios devastadores como los que hoy arrasan el Mediterráneo, de la naturaleza rebelada frente al hombre


La obra, que cautiva y sorprende desde el principio, va ganando en hondura y poso a media que avanza, hasta un final de esos que no se olvidan con facilidad. Reflexiona la obra sobre las contradicciones, sobre la necesidad de aceptar que lo oscuro, lo que nos incomoda y perturba, forma parte de la vida. Sobre la imposibilidad de huir de uno mismo. Sobre la verdad y lo dolorosa que puede resultar, aunque es necesaria, por muy reconfortante que puedan ser a veces el desconocimiento y la mentira. Escuchamos que el camino del conocimiento es complicado, que atreverse a saber puede doler y costar mucho, razón porque la culpa la mayoría de la gente prefiere vivir en la ignorancia. Un mensaje, en fin, particularmente oportuno en nuestros días, por medio de una obra osada, con formas renovadas, pero con máximo respeto y fidelidad a la tragedia de Edipo, llevándola a otra dimensión sin complejos, porque los clásicos están ahí para seguir iluminándonos y acompañándonos en ese camino del conocimiento, que tiene parada obligada cada verano en el Teatro Romano de Mérida. Que así siga siendo muchos años, para siempre

Comentarios