Por qué un Orgullo LGTBI y no un orgullo hetero

 

Entre los muchos comentarios rancios que escucharemos estos días, uno de los más extendidos es aquel que se pregunta por qué se celebra un día del Orgullo LGTBI y no un día del orgullo hetero. Aquí van algunas razones, hoy, 28 de junio, día del Orgullo, en el que se conmemoran las revueltas de Stonewall en Nueva York en 1969, que supusieron el comienzo del movimiento LGTBI:


Porque nadie es discriminado, agredido o asesinado por ser heterosexual, pero sí por ser homosexual, bisexual o trans. Porque no hay ningún país del mundo en el que ser heterosexual sea un delito, pero sí los hay en los que se penaliza la homosexualidad, en once de ellos, con la muerte. Porque ninguna persona heterosexual tiene miedo a compartir con sus familiares o amigos su orientación o su identidad sexual. Porque no hay ningún partido político que haga un discurso de odio contra las personas heterosexuales.

Porque existen peligrosos riesgos de retroceso, como demuestra la legislación recientemente aprobada en Hungría, en plena Unión Europea, que prohíbe la representación de la homosexualidad en los colegios y que censura incluso determinadas películas o libros en las aulas, no vaya a ser que los menores piensen que no pasa nada por ser homosexual, no vayan a creer que viven en el siglo XXI y no en la Edad Media. Porque las personas heterosexuales se han visto representadas en el cine desde que existía, igual que en la literatura, la música, las series y cualquier otra obra cultural, a diferencia del resto, que celebrábamos como una hazaña cada personaje homosexual en una serie. Porque a ninguna persona heterosexual le dicen que no le importa con quién se acuesta o se va a la cama, como si su vida de redujera a eso, cuando habla de su pareja o de su vida familiar. 

Porque a los heterosexuales no se les dice que no quieren saber nada de su vida privada cuando lo que le quieren decir en realidad es que no quieren les cuenten nada de su vida privada pervertida. Porque las mismas personas que preguntan a niños pequeños, muy pequeños, si ya tienen novia en el cole son las que luego no quieren saber nada de la vida de esos mismos niños si resulta que no son heterosexuales, porque no se puede sexualizar a los niños y esas cosas. Porque a nadie le molesta que en una película se interprete que existe atracción entre dos personajes heteros, aunque no se refleje tal cual en la pantalla, pero hay unos cuantos que ponen el grito en el cielo como alguien extraiga esa lectura de la relación entre dos hombres o dos mujeres en una ficción. 

Porque las personas heterosexuales no viven en un mundo que presuponga que son homosexuales, ni tienen que estar saliendo del armario con cada nueva persona que conocen. Porque no tienen que ocultar su orientación o identidad sexual en el trabajo, por miedo al rechazo, a significase, a ser juzgado. Porque a ningún heterosexual lo han agredido en la calle al grito de “hetero de mierda”, ni tampoco les han hecho pensar que lo que siente está mal. Porque los derechos de las personas LGTBI son Derechos Humanos. Porque nadie le ha dicho con desprecio y asco a ninguna persona heterosexual que sus derechos son un tema de política, queriendo decir que es algo polémico y debatible, porque claro que los derechos de todos son política, política de la buena, de la qué mejora la vida de la gente y respeta al diferente. 

Porque llevamos meses debatiendo sobre los derechos de las personas trans, como si esto fuera un debate académico de salón y, por momentos, como si fuera un elemento que se pudiera utilizar en oscuras guerras políticas de poder, como si no habláramos de personas reales, como si las personas trans no estuvieran mirando o no les fuera la vida en ello. Porque, mientras los retrógrados se rearman y envalentonan, es muy triste ver divisiones y peleas entre parte del feminismo y el movimiento LGTBI, históricamente unidos contra el patriarcado, ya que sus males tienen el mismo origen.  

Porque ningún hetero tiene que ver cómo se ríen de él, su sensibilidad y sus inquietudes, ni es ridiculizado cuando recuerda la obviedad de que merece los mismos derechos y oportunidades que cualquier otra persona y que los merece aquí, ahora y siempre. Porque cuando alguien heterosexual habla de su pareja, su familia política o sus hijos, nadie se siente incomodado alrededor. Porque si en un problema de matemáticas se cuenta que “Pedro y María tienen tres hijos...”, a nadie le resulta extraño ni molesto, pero ay si en algún libro se cuenta que son Pedro y Luis los que tienen tres hijos. Porque  ninguna persona heterosexual será insultada por ir de la mano de su pareja en la calle, ni le afearán un gesto de cariño o un beso diciéndole que hay niños delante, como si el amor fuera algo intolerable que debiéramos apartar de la mirada de nuestros menores, a los que sí permitimos ver escenas de violencia o escuchar comentarios rancios y retrógrados. Porque nadie asocia heterosexualidad con pedofilia. 

Porque a nadie le molesta que se recuerde que un artista era heterosexual, incluso que se rememoren sus conquistas amorosas, pero desagrada muchísimo que se recuerde o siquiera se plantee la homosexualidad de otro artista o personaje histórico. Porque ningún deportista heterosexual tiene que esperar hasta que termina su carrera para reconocer en público su orientación sexual, como hacen la mayoría de los pocos deportistas homosexuales que se atreven a dar el paso. Porque los casos de suicidio no son mayores entre los heterosexuales, por el simple hecho de serlo. Porque no hay ningún deporte ni disciplina en el que, casualmente, no haya ningún heterosexual, como sucede con el fútbol y la homosexualidad, algo que algunos pretenden hacer ver como normal y natural, vaya dos adjetivos más espantosos, por cierto. 

Porque ningún heterosexual tuvo que soportar que una parte de la sociedad disfrazara de presunta defensa del lenguaje (“que no lo llamen matrimonio”) lo que era puro y simple odio, rechazo a que todos tengamos los mismos derechos y podamos casarnos con quien amamos. Porque, años después de aquella miserablemente oposición al matrimonio homosexual, ahora resulta que lo que está mal en las leyes contra la LGTBIfobia de la Comunidad de Madrid, vaya por dios, es la redacción de algunos artículos, así que por eso, sólo por eso, porque son defensores a ultranza de la pulcritud de lenguaje, lo primero que hará el gobierno del PP, con el apoyo de Vox, será revisar estas leyes. Porque es indignante e insultante que la primera medida de un gobierno autonómico sea recortar leyes que defienden el respeto y la diversidad. Es un ataque directo contra las personas LGTBI. 

Porque hay quien defiende ese engendro que llaman pin parental, que consiste en que un padre homófobo pueda vetar que a su hijo se le cuente que esas ideas rancias, peligrosas y ofensivas que escucha en casa no son la única realidad, que ese discurso del odio en blanco y negro puede confrontarse con otro a todo color. Porque hay demasiada gente a la que le preocupa más el lenguaje inclusivo, que es superior a sus fuerzas, a juzgar por sus furibundas reacciones ante él, que la realidad de discriminaciones e injusticias que intenta visibilizar. Rechazan cualquier debate, cualquier propuesta, le niegan al lenguaje inclusivo su legítima intención política (políticas son todas las luchas por los derechos, gracias a la política votamos, hay una Constitución, una Declaración Universal de los Derechos Humanos y unas leyes que nos protegen a todos). 

Porque, por alguna razón, muchas personas, sobre todo, hombres heterosexuales, se ven amenazadas y cuestionadas en lo más íntimo sólo porque alguien proponga, por ejemplo, emplear el femenino como genérico en un grupo donde haya más mujeres que hombres. Es llamativo constatar que vivimos en un país de lingüistas, pero no para evitar las faltas de ortografía en su día a día o en sus rebuznos en Twitter, sino sólo para ridiculizar al feminismo o a las personas no binarias, las que no se sienten identificadas en el género masculino ni el femenino. Esos géneros son una construcción social, pero se defienden a muerte como si estuvieran escritos en piedra.  

Porque a los heterosexuales no se les dice que su vida es algo político o una especie de lobby perverso. No tiene que escuchar que defender sus derechos es un plan malvado de Soros y el globalismos, que quiere hundir a la humanidad. Porque tener una pareja de mismo sexo, hablar de ella o pasear con ella de la mano no es una terrible proclama política, es vivir nuestra vida y no pedir permiso a nadie para ello. Porque la UEFA dice ser neutral, fíjate tú por donde, cuando se le pide un gesto en defensa de las personas LGTBI ante leyes de odio en Hungría, y por eso se niega a permitir que se ilumine el estadio de Múnich (qué maravillosa ciudad, por cierto) con los colores del arcoíris, no vaya a molestar al retrógrado gobierno húngaro. Neutral, es decir, ni con los nazis ni con los judíos. Porque El Vaticano se rebela contra una ley que busca combatir la LGTBIfobia en Italia, que es algo que les debe de parecer terrible. 

Porque nadie usa “heterada” como término despectivo, como sí se usa “mariconada”. Porque siguen produciéndose agresiones a personas homosexuales en las calles de nuestros pueblos y ciudades, como lamentablemente vemos casi a diario en los periódicos. Porque se está normalizando en las instituciones un discurso retrógrado, que niega los derechos de millones de personas, y ante él no hay una unión sólida de todos los demócratas, que deberían saber que hay determinados valores que no son negociables. Porque hay muchas personas que no pueden ser quienes realmente son. Porque no es nuestro amor, sino el odio de otros, el que afea y embrutece la sociedad. 

Porque la diversidad es maravillosa y hay que defenderla siempre y en todas partes. Porque nadie merece vivir su vida en un armario, ocultando una parte de su ser. Porque el arcoíris mola mucho más que la grisura de algunos. Porque, hoy y siempre, como dijo Pedro Zerolo, en el modelo de sociedad de quienes creemos en la diversidad y el respeto, entramos todos, pero muchos no entramos en el modelo de sociedad de los retrógrados peleados con el paso del tiempo. Por todo esto y por más de cien motivos más, celebramos un Día, y hasta un mes, del Orgullo LGTBI. Ojalá un día deje de ser necesario, o al menos, la parte reivindicativa, y nos quedemos sólo con la fiesta y la celebración de la vida y de la diversidad que son estas fiestas del Orgullo. Hoy hay razones sagradas para celebrar, sí, pero sobre todo para reivindicar. ¡Feliz Orgullo!

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