Gracias, Nadal; gracias, Djokovic

 

Se me ocurren pocos espectáculos, deportivos o no, que puedan atraer nuestra atención plena durante cuatro horas. La semifinal de ayer en Roland Garros entre Nadal y Djokovic lo consiguió con creces. Qué inmenso entretenimiento, qué fabuloso regalo, qué manera de jugar al tenis. Ya el primer juego, que duró más de diez minutos, en el que ambos pelearon por cada punto como si les fuera la vida en ello, fue una magnífica carta de presentación. Se avecinaba un partidazo. Y así fue. Ganó Djokovic, que jugará la final contra Tsisipas, porque fue mejor que Nadal esta vez, pero eso casi es lo de menos. Lo mejor fue lo mucho que ambos nos hicieron disfrutar. 

Este Roland Garros tiene algo de reconquista de la normalidad, como cada evento deportivo en estos tiempos raros en los que, gracias a la ciencia, empezamos a dejar atrás la pesadilla de la pandemia. La final anticipada de ayer fue una fabulosa celebración del torneo parisino y del tenis, con 5.000 asistentes que pudieron quedarse hasta el final del partido, más allá de las once de la noche, pese al toque de queda en Francia. Pero fue algo más. De alguna forma, fue también una celebración de esas pequeñas cosas que nos alegran la vida. Una buena película, un libro, un partido, una prueba ciclista. El deporte profesional es un inmenso negocio, pero por lo que de verdad nos atrapa, es por lo mucho que nos hace disfrutar. Al final, la esencia es esa. Disfrutar viendo a dos leyendas vivas del tenis crear casi otro deporte, porque lo que hicieron ayer Nadal y Djokovic, por momentos, parecía algo distinto al tenis, el deporte de la raqueta elevado a otra dimensión. 

De Nadal recordaremos cuando se retire su excepcional palmarés, igual que de Djokovic, pero sobre todo recordamos las emociones que nos provocó, dónde estábamos y cómo vivimos sus partidos míticos. Desde ahora, sin duda el partido de ayer se suma a la ya larga lista de partidos de Nadal que recordamos y contaremos con emoción pasados los años. Porque fue un duelo soberbio ante un Djokovic portentoso. Empezó arrollador Nadal y se llevó el primer set, pero pronto fue el serbio quien tomó la delantera, no sólo en el resultado, sino también en lo que transmitía. Casi todo el partido, Nadal fue a remolque. Pero Nadal es un rival muy duro, el peor al que uno se puede enfrentar, sobre todo en la tierra batida de París, su casa, donde manda más que nadie mandó nunca. No se dio por vencido hasta el final. 

Fue un partido asombroso. No soy ningún experto de tenis ni sigo la temporada regularmente, pero sin duda el de ayer es de los partidos más intensos que recuerdo. Más allá de que ambos son portentos físicos, porque semejante esfuerzo durante cuatro horas sólo está al alcance de muy pocos, lo más fascinante es su fortaleza mental. Nadal pelea cada punto, no se desconecta jamás de los partidos, por eso es tan difícil de batir. Eso y la inteligencia de ambos, su manejo de la táctica, la forma en la que reaccionaban al instante, para engañar al rival, para pillarlo en un renuncio, enviando la pelota al extremo, cruzándola con un efecto que parece mágico, o con una dejada, o enviándola más alta o menos. Lo dicho, por momentos, lo de ayer no parecía tenis, parecía otra cosa aún más elevada y elegante, aún mejor. 

De un tiempo a esta parte, la etiqueta de "deportes" de este blog podría llamarse más bien "Nadal". Satisfechas mis ganas de escribir de ciclismo gracias a mi otro blog, y alejado cada vez más de otros deportes como el fútbol, prácticamente ya sólo escribo de Nadal. Desde hace años nos faltan palabras para describir lo que supone el tenista balear, su ejemplo admirable en la cancha, su esfuerzo por volver a lo más alto pese a sus lesiones, su fortaleza mental en cada partido. Hace ya años dijimos aquí que hay que vivir como Nadal juega al tenis. Nadal, sus victorias y su ejemplo, su carrera admirable, forma parte de nuestra vida desde hace años. Aquel verano en el que nos bajamos a la playa con Nadal jugando una final y que terminamos viendo el desenlace a la hora de la cena; ese viaje en bus de vuelta de una celebración familiar, escuchando por la radio el partido de Nadal; la final de Australia ante Federer que nos hizo levantarnos pronto un domingo... Nadal forma parte de nuestra vida, de momentos felices de nuestra vida. Cambian los presidentes, cambia el mundo entero, hay hasta una pandemia, pero Nadal sigue ahí. En algún momento tendrá que dejarlo, pero disfrutemos de cada partido suyo hasta que llegue ese día. Nadal no jugará mañana la final de Roland Garros, pero ayer nos regaló junto a Djokovic otro de esos recuerdos imborrables. 

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