Uno, dos, tres

 

En el debate sobre el papel de las plataformas audiovisuales en el mundo del cine, que por otro lado va camio de cerrarse por la vía de los hechos consumados, solemos olvidar una de sus principales virtudes: el acceso rápido y sencillo a las películas clásicas. Sí, existe la opción de comprarse un dvd, por supuesto, pero no sé si apreciamos del todo lo que supone tener a nuestro alcance en las distintas plataformas semejante cantidad de películas clásicas a las que, de otro modo, nos resultaría mucho más difícil acceder. Las plataformas tienen sus ventajas y desventajas, sin duda. Nada es blanco o negro en este debate, entre otras cosas, porque las plataformas no son incompatibles con el modelo tradicional del cine, ése al que ha puesto ahora en grave riesgo la maldita pandemia. Pero al menos concedámosle a las plataformas que gracias a ellas cualquier puede ver las mejores cintas de todos los tiempos desde el salón de su casa. Por ejemplo, que a esto viene esta parrafada, Uno, dos, tres, de Billy Wilder, disponible en Amazon Prime Video y en Filmin. 
La película es una auténtica obra maestra. Estrenada en 1961, el autor tira de ironía para reflejar el contexto de la Guerra Fría. No ahorra críticas al modelo estadounidense, aunque el grueso de ellas se centra en la Unión Soviética y su falta de libertad. Es un filme hilarante, con un sentido del ritmo asombroso, ya que en sus 108 minutos de metraje no dejan de pasar cosas y el mayor riesgo es que haya que detener un segundo la película para evitar que las risas te impidan escuchar la siguiente frase ingeniosa. Qué guión, qué diálogos, qué bendita locura. 

El protagonista de la película es el representante de Coca-Cola en Berlín Oeste, C. R. Mcnamara (James Cagney), quien quiere introducir el refresco estadounidense por excelencia en el Berlín Este y, a través de él, en toda la Unión Soviética. Sin embargo, su jefe, W. P. Hazeltine (Howard St. Jhon) le dice que se olvide de esa objetivo y que se dedique a cuidar de su hija, una joven que a sus 17 años ya se ha prometido cuatro veces, algo alocada y muy enamoradiza. La joven Scarlett (Pamela Tiffin) tardará poco en enamorarse de Otto Piffl, un joven comunista del Berlín oriental. Se suceden desde el principio los enredos, ya que el puesto de Mcnamara peligra si su jefe se entera de con quién está su hija, así que planeará un disparatado engaño, para el contará con el apoyo, o algo así, de su esposa Phyllis, una magnífica Arlene Francis que es de lo mejor de la película. 

Se suceden las críticas a la Unión Soviética. Cuando al representante de Coca-Cola en Berlín occidental le dan a probar un habano que envía Cuba a sus aliados soviéticos a cambio de misiles no duda en decirles que les han engañado, que ese puro no es nada bueno. "No importa, nuestros misiles tampoco", le responden. También es hilarante cuando Otto le cuenta a la joven Scarlett cómo será su vida en Moscú. "Comeremos en la cama", le cuenta, como si fuera un plan romántico. En realidad, añade después, será porque en ese apartamento no tendrán mesas ni sillas, pero a cambio, estará cerca del baño común. 

Tampoco se libran de la ironía de Wilder el modelo capitalista estadounidense ni la sociedad alemana de posguerra que trató de esquivar cualquier vínculo pasado con el nazismo. El ayudante de Mcnamara, por ejemplo, le dice que no sabe nada de ningún Adolf, que él trabajaba en el metro, bajo tierra, y no se enteraba de lo que pasaba arriba. En cuanto a Estados Unidos, es divertido escuchar cómo el representante de Coca-Cola rechaza de los enviados soviéticos entradas para una gira del ballet ruso como contraprestación en su negociación. "Cultura no, dinero", le dice. 

Vista con los ojos de hoy, la película asombra por su ritmo trepidante. Sin duda, resulta fascinante, una obra maestra del humor político, con recados para todo el mundo. Sólo chirría, pero insisto, mirándolo con los ojos de hoy y no con los de la época en la que se rodó, el tono indudablemente machista de algunas de las escenas. Los únicos chistes que no provocan ninguna risa son los que tienen esa capa rancia que deja a la mujer en segundo plano y la cosifica. Pero, entendiendo que la época es hija de su tiempo, en su conjunto es muy disfrutable. 

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