The Americans

 

Hace muchos años, cuando Cuatro emitía las primeras temporadas de Homeland, aquel canal empezó a promocionar otra serie, The Americans, que emitía justo después de aquella. No sé bien por qué, imagino que por las horas, pero no me enganché entonces a esa historia de un matrimonio de espías soviéticos que viven en Estados Unidos en mitad de la Guerra Fría. No volví a saber nada más de esta serie, estrenada en 2013, hasta hace unos meses, cuando uno de mis prescriptores de series me la recomendó, ya que estaba íntegra en Amazon Prime Video. ¿Resultado? Otro muy gozoso maratón seriéfilo: seis temporadas seguidas, del tirón, de una serie adictiva y adulta. Ya se sabe, nunca es tarde
El punto de partida de la serie, creada por Joseph Weisberg, es muy atractivo: Phillip (Matthew Rhys) y Elizabeth Jennings (Keri Russell) son dos espías del KGB que viven cerca de Washington y cuya tapadera es una humilde agencia de viajes. Llevan mucho tiempo en Estados Unidos y tienen dos hijos que han nacido en el país. Estamos en los años 80, en la parte final de la Guerra Fría, con la presidencia de Ronald Reagan, que recrudeció ese enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética. 

A lo largo de las seis temporadas, la serie no sólo no pierde frescura, sino que gana en madurez. Poco a poco se va volviendo en una historia aún más oscura e intrincada, en la que las motivaciones de los personajes, sus anhelos y miedos, sus dudas y sus sentimientos, juegan un papel trascendental en sus acciones. Su trabajo implica mantener relaciones sexuales con desconocidos, espiar, engañar, manipular, asesinar. No hay límites. Todo es bienvenido y aceptable si sirve para el interés mayor de su país. Pero, y éste es uno de los pilares sobre los que se asienta The Americans, sus protagonistas son personas vulnerables, no tipos fríos que ni sienten ni padecen. En un principio, Phillip es quien más aparece apreciar el modo de vida americano, mientras que Elizabeth es implacable, pero en el desarrollo de la serie habrá momentos delicados y de dudas para ambos. 

Pronto entra en acción otro personaje importante en la serie, un agente del FBI que, casualmente, es vecino de la pareja de espías. De nuevo, la relación con él será muy compleja y llena de matices. Lo mejor de esta serie es que nada es trillado ni obvio. Se puede ser un frío asesino de noche y un amoroso padre de día. Se puede ser espía del KGB y amigo de un agente del FBI. Se puede amar mucho en la distancia tu país y apreciar lo que tiene de bueno el gran enemigo de tu patria. Se puede desear una cosa y la contraria. Nada es maniqueo ni simplista en esta historia. Es decir, todo es real, muy auténtico y honesto. 

La serie, ya digo, no pierde calidad, quizá incluso la gana, a lo largo de sus 75 episodios, lo cual tiene mucho mérito. Además, aunque su punto fuerte son las historias personales de este matrimonio de espías y sus hijos, también es una forma de acercarse a una época del pasado, la Guerra Fría, que en buena medida ha moldeado el mundo en el que hoy vivimos. Además, desde un prisma poco habitual. Los dilemas a los que se enfrentan los dos protagonistas, por ejemplo, cuando se cuestionan si lo que hacen es por el interés de su país o más bien de una parte del poder en su país, algo que queda muy patente en la sexta temporada, son muy interesantes. Una serie, en fin, sensacional, que he tardado unos añitos en descubrir, pero más tiempo hace desde que pasó la Guerra Fría y nos siguen atrayendo las historias ambientadas en ese tiempo. ¿Qué son ocho años ante semejante avalancha de series? Las de calidad, como The Americans, sobreviven a las modas, tan pasajeras. 

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