Los turistas franceses y la realidad

 

En enero, los últimos datos disponibles en el INE, apenas el 5,5% de los turistas franceses que vinieron a España eligieron Madrid como destino. Esto implica que en el primer mes del año visitaron Madrid 4.022 ciudadanos franceses, tres veces menos que a Cataluña (13.565) o la Comunidad Valenciana (11.116) y la mitad que a Canarias (6.847). También llegaron más franceses a Euskadi (6.487), Castilla y León (6.390) y Andalucía (5.467). No cuesta nada encontrar estos datos, pero para qué hacerlo si es mucho mejor opinar de oídas y construir discursos que convengan a nuestros prejuicios ideológicos. 
Que la realidad es una cosa y la realidad que construimos con nuestros relatos, la realidad que nos contamos y nos terminamos creyendo, es otra cosa completamente distinta es algo que no puede pillarnos de sorpresa. Sin embargo, pocas veces hemos asistido últimamente a una polémica más artificial y menos apoyada en hechos reales que la que se vive estos días a cuenta de la supuesta invasión de turistas franceses en Madrid, todos ellos, al parecer, peligrosos alcohólicos que vienen aquí a emborracharse. La imagen es muy sugerente y muchas personas se han inventado una realidad alternativa según la cual las terrazas en Madrid están repletas sólo por los turistas franceses (4.000 personas llenando las terrazas de la capital, igual es que tienen el don de la bilocación). Me encantaría saber cuántos de los que critican a esos malvados turistas franceses no han pisado una terraza o un bar en los últimos meses, por aquello de la coherencia. Hablamos de ir a bares como si fuera una actividad criminal, pero sólo si quienes van los otros. 

No hay un solo dato que sustente ese relato de la invasión de franceses en Madrid, pero hay a quien le viene bien en plena campaña electoral en la Comunidad, ya sea para culpar al gobierno central de la ausencia de controles en los aeropuertos (en teoría, cada persona que llega en avión tiene que presentar una prueba PCR negativa) o para atacar al gobierno autonómico, con un relato según el cual esta invasión de turistas borrachos, porque al parecer es muy importante destacar que todos y cada uno de ellos son borrachos, se debe a la laxitud de la Comunidad de Madrid en la restauración. Dejando a un lado si es adecuada o no esa política madrileña con el interior de los bares, contra toda evidencia científica que corrobora que en los espacios cerrados donde no se usa la mascarilla son los de más riesgo, los datos no parecen confirmar que exista tal invasión ni que las medidas sanitarias de las regiones influya en el escasísimo turismo que llega a España. En enero cayó un 90% la cifra de turistas franceses llegados a Madrid, más de lo que disminuyó en otras comunidades autónomas con la hostelería totalmente cerrada como Cataluña, que recibió al triple de turistas franceses que Madrid.  

Según los propios hoteleros de Madrid, apenas el 10% de los clientes de hoteles de la ciudad son franceses. Ya entiendo que es molesto esto de tener que confrontar nuestros prejuicios con la realidad. Con lo graciosos que son los memes de los franceses extasiados en la calle tras visitar los museos en Madrid y con lo oportuno que es politizar también esto en plena campaña electoral, a un lado y al otro del escenario político. Pero resulta que la realidad es la que es, no la que nos gustaría. 

Como todo vale, se están haciendo discursos que generalizan sobre los franceses, así en general, como si los 4.000 turistas que llegaron a Madrid en enero representaran a los más de 67 millones de ciudadanos franceses. Las generalizaciones son odiosas, porque revelan una enorme pereza intelectual. Todos los franceses son esto, todos los de derechas son aquello, los de izquierdas son esto otro... Las generalizaciones y los prejuicios ayudan a ir por la vida sin dudas, instalados generalmente en certezas falsas, juzgando a los demás y negándose a ver la realidad e intentar entenderla y, sólo entonces, tener una opinión propia sobre lo que sucede. La embajada francesa en España ha respondido con elegancia a las inaceptables generalizaciones que se están haciendo estos días, al tiempo que ha recordado la recomendación del gobierno francés a sus ciudadanos, que a juzgar por los datos respeta la inmensa mayoría de los franceses, de no salir de su país salvo por motivos justificados. 

Esto nos lleva a otro aspecto surrealista de esta polémica, el diferente trato a la movilidad interior en España (y en el resto de países de la UE, que eso por alguna razón se suele olvidar) y entre los países europeos. De pronto nos hemos dado cuenta de que existe una cosa que se llama Espacio Schengen, que sólo se cerró entre marzo y junio del año pasado. Y de pronto nos percatamos de que, en efecto, como no vivimos solos y estamos dentro de la UE (y, a pesar de sus errores, menos mal que es así), nos guiamos por unas reglas y unos acuerdos comunes. El de la libre circulación de personas por la UE es uno de ellos. Podremos debatir si tiene sentido o no que un madrileño no pueda ir a Toledo pero sí a París. O por qué se exige una PCR a quienes entran en otro país de la UE por avión, pero no por carretea. Pero ese debate, desde luego, no podrá circunscribirse al pequeño y simplista mundo del politiqueo patrio, porque hablamos de fronteras entre países de la UE y parece razonable que cualquier medida que se adopte al respeto sea conjunta. Ya otro día hablamos también de la hostelería y de qué opinan ellos de esta supuesta invasión de turistas franceses. 

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