Gracias a dios

 

"Gracias a Dios, la mayoría de los casos han prescrito", dijo Philippe Barbarin, cardenal y arzobispo de Lyon en una rueda de prensa que dio para responder a las denuncias de abusos sexuales a menores contra el cura Bernard Preynat, que estuvo a su cargo en su diócesis. François Ozon toma prestada esta expresión mucho peor que desafortunada del cardenal, "gracias a Dios", para titular su película sobre este espantoso caso real, que retrata como pocos los fallos sistemáticos de la Iglesia ante los casos de pedofilia cometidos en su seno. La película, estrenada en 2018 y que se puede ver en Filmin, como buena parte de la filmografía del cinesta francés, por cierto, es estremecedora, porque muestra con claridad todo lo que la Iglesia católica, en este caso, la diócesis de Lyon, hizo mal al conocer casos de abusos sexuales contra menores. 
El filme comienza con una carta que envía Alexandre a la diócesis de Lyon en la que muestra su estupefacción por el hecho de que Preynat, el sacerdote pederasta, siga dando misa y estando rodeado de niños en catequesis. Cuenta los abusos que sufrió cuando él fue scout y que no es el único, porque se encontró con otro antiguo compañero de ese grupo que pasó por el mismo calvario que él. Alexandre, casado y con cinco hijos, es religioso, va cada domingo a la catedral de Lyon a escuchar misa. Tiene firmes convicciones religiosas y no piensa ni por un momento en denunciar el caso a la justicia. Escribe con confianza a la diócesis y está convencido de que le ayudarán. 

A Alexandre primero lo recibe una mujer, psicóloga de la diócesis, y después el propio arzobispo. Con buenas palabras, que luego no se corresponden con los hechos, la diócesis va dejando pasar el tiempo, hasta que Alexandre decide tomar otras medidas y aparecen más y más personas que también fueron acosados por el mismo sacerdote. El gran acierto del filme es su sobriedad y su delicadeza a la hora de contar la historia narrada. No comete ningún exceso, no es morboso ni sensacionalista. Tampoco panfletario. Como acostumbra, Ozon va más allá, aborda la historia en toda su profundidad y complejidad. A medida que avanza la película, surgen distintas víctimas, cada una con sus recuerdos y con su forma de afrontarlos. El movimiento real de denuncia contra los abusos del sacerdote pederasta fue coral y así se muestra en la película, en la que el protagonismo va pasando de unos a otros, lo que permite conocer distintas historias personales, todas ellas marcadas por lo que sufrieron. 

Es conmovedor ver a casi todas las familias de las víctimas apoyándolas de forma incondicional, aunque también hay quienes no entienden que ahora reabran heridas pasadas. La incomprensión también es la respuesta en algunos entornos católicos, que por supuesto que no ven bien los casos denunciados, pero que preferirían que se resolviera en silencio, sin hacer ruido. Los trapos sucios se lavan en casa. El filme muestra que las denuncias contra Preynat llegaron muy pronto, pero que la Iglesia no actuó, sólo lo apartó temporalmente, o lo desplazó a otra parroquia, pero no llegó a expulsarlo como sacerdote, ni mucho menos lo denunció ante la Justicia. Es más, el propio sacerdote no negó en ningún momento esos casos, sin que nadie actuara a tiempo de evitar tantos abusos. 

La película tiene un corte mucho más clásico y convencional que el de casi cualquier otra película de Ozon. Pero creo que, una vez más, el director francés acierta, porque es exactamente éste el tono que requiere una historia así, que además es una historia real no resuelta del todo. Si algo sabe hacer bien Ozon es contar una historia de forma impecable. Aquí lo vuelve a hacer, de forma totalmente distinta a la de sus anteriores películas, pero con similar acierto. Un filme combativo y claramente comprometido, pero tan complejo y bien tratado como el resto de sus obras. 

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