Feria

 

Puedo estar en desacuerdo con alguna de las cosas que defiende Ana Iris Simón en Feria, es más, no puedo estar de acuerdo con algunas de esas cosas, no lo estoy en absoluto, y sin embargo eso del todo intrascendente, porque la novela me parece igualmente atractiva. Por el lugar desde el que está escrito, por la honestidad que encontramos en sus páginas, por el maravilloso ejercicio de memoria y de cierta reivindicación de una España que puede que sí exista, pero que parece en vías de extinción. "La única manera que tenemos de seguir vivos es la memoria. Seguimos vivos en las historias que nos contamos", escribe la autora en esta obra editada por Círculo de Tiza que fue unánimemente señalado como uno de los libros del año pasado, lo cual no me extraña, porque tiene algo, tanto en las formas como en el fondo, que cautiva. 

Religión, política, feminismo, modernidad, vida rural, familia... Son algunos de los temas abordados en la obra, en la que la autora recuerda su infancia con sus abuelos feriantes. Cuenta Simón que tardó más de 20 años en decir que sus abuelos eran feriantes, porque en el fondo le avergonzaba, igual que lo hacía escuchar a Camela, por más que otras personas de clase media alaben ese tipo de música como música popular sin complejos. Uno de los muchos hilos conductores del libro es, de hecho, una clara crítica a aquellos que se apropian de lo popular sin haberlo vivido en realidad, a los que hablan de las clases populares sin tener demasiada idea de lo que es eso, a quienes, desde su posición acomodada, pontifican sobre lo humano y lo divino, sobre lo que está bien y está mal en la sociedad. 

Con un padre y un abuelo comunista, la autora cuenta cómo le gusta hacerles de rabiar. Por ejemplo, preguntándose por qué las personas de izquierdas renuncian a la patria. Es más, preguntándose qué es España. Hay política en estas páginas, pero lo trascendente de verdad es la relación de la familia, los códigos secretos entre ellos, el cariño y la ternura, la comprensión y los aprendizajes, los recuerdos de esas pequeñas cosas que le dan sentido a la vida. 

Hay muchos pasajes muy emotivos en el libro. Si tuviera que elegir, me quedaría con dos, cuando habla de su hermano y cuando recuerda el entierro de su abuela. Es precioso todo lo que escribe de su hermano: “Javi comprendió todo mucho antes que yo aunque llegara al mundo nueve años más tarde”, leemos. Poco después cuenta que sus la persona más lista que conoce. E igual también eso es el amor: hablar de alguien siempre que uno puede y pensar cuando se habla de ese alguien que ojalá todo el mundo lo conociera y que qué pena que no todo el mundo lo conozca.Maravilloso. 

En el entierro de su abuela, una de sus familiares se percata de que su abuela no llevaba las gafas, así que no podría ver allá donde fuera. “Se le había olvidado que éramos ateos de los nervios y de la pena”, escribe la autora. Poco después, al contemplar el dolor de su padre ante esa pérdida, reflexiona así: “solemos pensar a nuestros padres solo en relación con nosotros, rara vez reparamos en que son maridos de nuestras madres, hijos de nuestros abuelos, hermanos de nuestros tíos e igual hacerse adulto es darse cuenta de que no son solo en relación con nosotros. De que no son solo padres, nuestros padres”.

El libro tiene algunas partes que pueden resultar incluso polémicas, porque van algo contracorriente, por ejemplo, sobre el feminismo o la relación entre hombres y mujeres. "Pasada la adolescencia, las mujeres dejamos de permitirnos jugar, se nos olvida cómo se juega. A los hombres no, y esa es una de las razones por las que me gustan los hombres”, cuenta. También leemos, antes de casi reivindicar las palabras del Fary sobre "el hombre blandengue", que "también de eso va la relación entre hombres y mujeres, de desesperarse un poco, aunque ahora a cualquier conato desesperación y de enfrentamiento se le haya convenido en llamar “síntoma de relación tóxica, sal ya de ahí, amiga, date cuenta” e incluso hablar de las categorías Hombre y Mujer, de lo masculino y lo femenino, sea considerado en sí mismo un poco problemático”. Pero termino como empecé: no necesito compartir todo lo que leo en un libro, ni mucho menos, para poder disfrutarlo, y he disfrutado muchísimo con Feria. Ya sólo por la pasión y por el tono ágil y honesto con el que está escrito vale la pena. 

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