Rimbaud y Verlaine


A veces es inevitable sentir cierta envidia al ver los debates que centran la atención en los países de nuestro entorno. En Francia, por ejemplo, llevan desde septiembre dándole vueltas a la propuesta de un grupo de intelectuales que pedían la entrada en el Panteón de los hombres ilustres de Arthur Rimbaud y Paul Verlaine. Emmanuel Macron envió la semana pasada una carta a los descendientes de Rimbaud en la que les anunciaba que respetaba su decisión de mantener al poeta maldito en el cementerio de Charleville-Mézières. 

El debate es apasionante por muchas razones. Los partidarios de esta propuesta, ahora rechazada, argumentaban que la entrada de Rimbaud y Verlaine en el Panteón significaría la entrada de la poesía en el lugar donde Francia rinde homenaje a los grandes hijos (y muy pocas hijas) de la nación. Además, el hecho de que ambos protagonizaran una apasionada y turbulenta relación amorosa también se utilizaba como argumento a favor de esta medida, que significaría reconocer en muerte la libertad de amar que la sociedad de la época no les concedió a vida. 

Los detractores de la medida argumentaban, en primer lugar, que Rimbaud y Verlaine, que siempre fueron indómitos y vivieron a la contra, que jamás aceptaron oropeles ni normas de conducta, no soportarían ser enterrados en el Panteón, un lugar tan solemne. Es atractivo este punto de vista, según el cual trasladarlos al Panteón significaría, de alguna forma, traicionar su memoria, en lugar de honrarla. ¿Qué pesa más, el talento y la valía de ambos, más que suficiente para ser reconocidos en el Panteón, o el respeto a su propia personalidad, a lo que habrían querido de verdad ellos? 

A nadie se le escapa, creo, que ciertas opiniones al respecto de esta propuesta están muy condicionadas por el hecho de que Rimbaud y Verlaine fueran amantes. Los descendientes de Rimbaud, por ejemplo, rechazan la entrada del poeta en el Panteón, precisamente, porque si los enterraran juntos la gente interpretaría que están ahí por ser homosexuales. Además, aseguran que la relación tormentosa con Verlaine sólo supuso una parte de la vida de Rimbaud, que no acabó su vida a su lado y, por tanto, no tendría sentido que fueran enterrados juntos. Recuerda a ciertas resistencias de familiares de otro poeta español a los que parece incomodar que se remarque su condición de homosexual, quizá por temor a que esa parte acapare toda la atención. 

Naturalmente, este debate abre otra cuestión ya ampliamente discutida en Francia, el de la representatividad del Panteón. La escasa presencia de mujeres es flagrante. También lo es la de personas homosexuales. Impresiona visitar el Panteón en París y encontrar tantas glorias francesas absolutamente indiscutibles, pero la presencia de hombres heterosexuales es abrumadora. No es que sobre nadie, es que quizá es momento de debatir sobre quiénes faltan y, sobre todo, por qué. 

En todo caso, el simple hecho de que se mantenga esta clase de debates habla bien de la sociedad francesa. De entrada, pone de manifiesto que la cultura tiene un rol mucho más protagonista que el que juega España, al menos, que las autoridades tienen mucho más claro ese papel y lo defienden como es debido, le dan la importancia que merece. El propio jefe del Estado  es el que finalmente ha terciado en este debate. ¿Alguien se imagina en España algo similar al Panteón? ¿Alguien ve a nuestros políticos debatiendo sobre la memoria de dos poetas del siglo XIX? 

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