Retrato de una mujer en llamas

 

Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma, es una de esas películas que nos recuerdan por qué amamos tanto el cine y qué inmensa capacidad tiene de crear belleza y de abordar las emociones humanas. Es un filme delicioso ya desde los créditos iniciales, una auténtica joya. La película acompasa con maestría su ritmo al de la historia narrada, tomándose su tiempo para contarla y desembocando en uno de los más bellos desenlaces que recuerdo en mucho tiempo. Es, en fin, una película extraordinaria, donde todo encaja. 

La película nos traslada a la Francia de finales del siglo XVIII. Marianne (Noémie Merlant) es una pintora que recibe un peculiar encargo: hacer un retrato de bodas de Héloïse (Adèle Haenel), quien no tiene el menor entusiasmo por casarse, sin que ella se entere. Para ello, deberá ir a pasear con ella y mirarla con la intensidad y la profundidad de quien está pintando un lienzo en su cabeza, de quien está reteniendo en la pupila los rasgos de la mujer a la que debe retratar. Ese juego de miradas, encantador, en unos paseos, al principio, en silencio y sin mucha confianza, después con mucha más intimidad, es uno de los múltiples encantos de la película. 

También es fascinante cómo se muestran a Marianne creando. Sus materiales, los bocetos que elabora  a escondidas de Marianne, los planos en los que va dando forma al retrato, que es una condición indispensable para que Héloïse se case con un joven milanés de quien nada sabe, pero con quien está condenada a contraer matrimonio, después de que su hermana falleciera en extrañas circunstancias y a ella la sacaran contra su voluntad de un convento. 

La relación entre ambas mujeres va cambiando y esas miradas pronto dejan de tener un interés mínimamente pictórico. Hay algo más ahí. Hay guiños. Hay deseo. Hay anhelos. Hay confianza mutua. Hay conexión. Hay una química salvaje. Hay vida. Avanza la historia con una exquisita sensibilidad y, poco a poco, conocemos más la historia de ambas mujeres. Sus ansias de libertad, el conflicto entre lo que desean y lo que están obligadas a hacer, sus conflictos internos. Y, de nuevo y siempre, sus miradas. Es una historia preciosa, cuyo segundo tramo es de un lirismo y de una belleza fuera de lo común. Una película formidable, honesta, profunda, pasional y extraordinariamente delicada. Un auténtico portento. 

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