El virus del sectarismo



Todo lo que era insoportable en España antes de la pandemia es aún más insufrible ahora. Por ejemplo, el agotador sectarismo político. Hay en nuestro país demasiada gente totalmente convencida de que los suyos jamás se equivocan, mientras que los otros dedican su tiempo a confabular contra ellos. Y ocurre a izquierda y derecha, en Madrid y en Cataluña, al norte y al sur. Por todos lados, mires donde mires hay gente que contempla la política como un hooligan contempla el fútbol. 


Supongo que es más fácil ir así por la vida (los míos, buenos; los otros, malos), pero supongo también que estas personas no son conscientes de lo ridículas que resultan. La duda es incomoda, la certeza es ridícula, escribió Voltaire. A veces este país parece estar lleno de demasiada gente que no duda nunca, que vive instalada en la certeza más boba y simplista: los de mi partido (porque nunca voto a más de un partido, claro) son maravillosos y los del partido de enfrente son terribles. 


Para esas personas, ser equidistante es el mayor insulto. No conciben que se critique a dos políticos de distintos partidos a la vez o, ya a lo loco, que se critique a un político de una formación política y se elogie a otro del mismo partido. O que se elogie y se critique al mismo político, en función de las medidas que tome, no por su carnet partidista o por cómo se llame el responsable de turno. Creen que si criticas las medidas de esta o de aquella administración lo haces porque estás igual de enfermo de sectarismo que ellos. Los datos les importan poco. Sólo recurren a ellos si dan la razón a sus prejuicios. Antes de valorar una medida necesitan saber quien la ha adoptado. Su mecanismo es sencillo: si es alguien de su cuerda política es una medida extraordinaria, si es de los malvados del partido de enfrente es una medida espantosa. Tampoco tienen claro si las Comunidades Autónomas tienen responsabilidad o no en la gestión de la pandemia. ¿Cómo lo saben, entonces? Es sencillo, si es su partido el que gobierna esa región, todo lo bueno que suceda allí es gracias a ellos, pero todo lo malo es culpa del gobierno central. Y viceversa. Así con todo. Insufrible. Infantil. Maniqueo. Ridículo. 


Se le pide a los gobiernos de los partidos de enfrente una cosa y la contraria. De nuevo, el mecanismo es sencillo: se pide siempre lo contrario a lo hace, se critica todo lo que hace. Por ejemplo, pueden estar meses pidiendo determinada medida, pero basta que se aplique para empezar a atacarla. Dos políticos se reúnen y lo último de lo que hablan es de las medidas que pueden adoptar, se centran en señalar a quien beneficia el encuentro (siempre a los suyos) y a quien perjudica (siempre a los de enfrente). 


Son tan previsibles como insoportables. Si su partido pacta con un partido extremista se recuerda que vivimos en democracia y hay que hablar con todos. Si el partido de enfrente pacta con un partido extremista se denuncia como una aberración y un insulto a la democracia. Si su partido es investigado por un presunto caso de corrupción, hay que defender la presunción de inocencia y, además, la justicia nos tiene manía. Pero, cuidado, si es un partido del otro lado el que es investigado, entonces sí, estamos ante el mayor escándalo de la historia de España. Si un responsable político de su partido apenas puede articular dos frases seguidas con una mínima coherencia, denuncian una campaña orquestada contra él. Por supuesto, si un gobernante del partido de enfrente dice o hace algo inteligente, jamás se lo reconocerán. Si se señalan los errores de los suyos en la gestión de la pandemia se dice que no hay que buscar culpables, medio minuto antes de buscar culpables en el partido rival. 


Así con todo. Si se manifiesta un grupo de personas con las que tienen afinidad ideológica, lo suyo es un saludable ejercicio de libertad de expresión; si quienes se manifiestan no piensan como ellos, están siendo unos irresponsables que propagan el virus. Si los del partido rival defienden su ideología, se critica que estén cegados por la ideología y que eso no es lo que necesitan los ciudadanos, para ponerse inmediatamente después a cantar las alabanzas de su ideología. Si un político se va de vacaciones puede ser algo lógico y razonable o algo inaceptable y escandaloso. ¿De qué depende? Exacto, de la formación política en la que milite. 


No se trata, por supuesto, de defender eso de que todos son iguales, sino más bien de defender que somos nosotros los que deberíamos ser iguales con todos los políticos, es decir, igual de críticos con los responsables de todos los partidos. Es maravilloso que cada cual piense libremente y tenga las simpatías políticas que considere, faltaría más. Denunciar el sectarismo no es defender una especie de pensamiento único, no, es más bien defender una forma distinta de entender la política, de buscar el acuerdo, de dialogar, de intentar convencer y no de ridiculizar al de enfrente, de buscar el bien común, de no tener miedo a negociar y a cambiar de opinión. Los regímenes políticos en los que todos defienden las mismas posiciones empiezan por “d” pero no son democracias. Bienvenida sea la discrepancia y la defensa de distintas ideas y planteamientos. Pero estaría bien que todos pensáramos libremente y no fuéramos forofos de un partido político, como si fueran una secta. Es agotador, inaceptable e inmaduro. Es ridículo. 

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