La hija del caníbal

Estoy convencida de que el arte primordial es el narrativo, porque, para poder ser, los humanos nos tenemos previamente que contar. La identidad no es más que el relato que nos hacemos de nosotros mismos”. Esta reflexión que leemos en La hija del caníbal, de Rosa Montero, define bien la esencia de la literatura, en general, y de esta novela, en particular. Porque la protagonista de este libro, Lucía, se cuenta a sí misma, igual que se cuentan los otros dos personajes principales, sus vecinos Félix y Adrián, que entrarán en su vida del modo más inesperado posible. 


En apariencia, La hija del caníbal narra la historia del secuestro de Ramón, el marido de Lucía. En realidad, el secuestro sirve más como pretexto, como desencadenante para que Lucía reflexione sobre su vida. De forma casual, Lucía contará con la ayuda de Félix, un vecino anciano con un interesante pasado que compartirá con ella, y de Adrián, un joven por quien Lucía sentirá algo más que cariño. Los tres investigan lo ocurrido e intentan encontrar con vida a Ramón. A medida que avanza la historia irán descubriendo lo que esconde detrás del secuestro. Pero no es esa investigación lo más interesante del libro, sino las conversaciones que mantienen los tres improvisados investigadores. 

Lucía, escritora de libros infantiles, detesta a los niños, "porque los escritores de literatura infantil suelen odiar a los niños, de la misma manera que los críticos cinematográficos odian las películas y los críticos literarios odian leer”. Félix tiene más pasado que futuro, al contrario que Adrián. Los tres, pese a su diferencia de edad, o precisamente por ello, mantienen conversaciones sobre el sentido de la vida. Pero que nadie se asuste, porque el libro huye de la grandilocuencia y avanza con el estilo ligero y siempre irresistible de Rosa Montero. 

Hay muchas subtramas en la novela. Está el pasado de Félix, que nos permite conocer los tiempos del nacimiento del anarquismo en España o el mundo de la tauromaquia en el franquismo. Están las oscuras razones que se esconden tras el secuestro de Ramón. Está la relación personal entre Lucía y el joven Adrián. Pero, por encima de todo, la novela tiene valor por la forma de estar en el mundo que defiende. La historia es, en cierta forma, un camino de aprendizaje para Lucía, una prueba para aceptar la vida tal y como es, con su fealdad y sus fracasos, con sus limitaciones. Es un libro al tiempo lúcido (con lo que eso tiene de amargura en este mundo feo) y vitalista a la vez. Nos regala conversaciones maravillosas entre sus protagonistas, aderezado con la acción propia de la investigación del secuestro, que les pondrá en peligro en más de una ocasión. 

Ya casi al final del libro, el veterano Félix comparte con Lucía y Adrián su forma de ver la vida, reflexionando sobre la ausencia de la pureza, sobre cómo hay que aceptar el fracaso y lo doloroso como parte de la vida, sobre cómo se van perdiendo certezas y ganando matices a medida que uno va madurando. Esta cita, como la que incluíamos al principio de la reseña, también resume bien la novela: "Crecer es perder y es traicionarse: pierdes a lo seres queridos, pierdes la juventud, pierdes tu propia vida y a bebido acabas perdiendo también tus ideales, y ahí es finde empieza la traición a uno mismo. Sólo que hay gente que se traiciona de un modo clamoroso, hasta llegar a la ruindad y la delincuencia, como todos estos mangantes que están saliendo ahora a la luz dentro de la trama de la corrupción, y otros que se las apañan para ir encajando con cierta dignidad las embestidas del mundo real, cediendo tal vez en las pequeñas batallas pero manteniendo una línea de conducta”. 

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