Si Dios quiere

A la espera de que vuelvan a abrir los cines, las plataformas nos siguen dando la oportunidad de disfrutar de películas que en su dí se nos escaparon en las salas. Por ejemplo, Si Dios quiere, de Edoardo Maria Falcone, una película italiana estrenada en 2015 cuyo punto de partida es muy atractivo: Tomasso, un cardiólogo ateo, colapsa cuando su hijo, que está estudiando medicina, le dice que lo quiere dejar todo para ser cura. El primer tramo de la película es más punzante y valioso que su parte final, pero en conjunto es una comedia entretenida, sin un minuto de más en su metraje (87 minutos) y con muchos más méritos que desaciertos. 


La película renuncia a ser provocadora y opta por ser amable y tierna, pero no tengo ningún problema con las películas amables y tiernas. Desde luego, no comparto ese desprecio habitual a los buenos sentimientos en los filmes, tan extendido en muchos críticos, del que hemos hablado aquí alguna que otra vez. Los buenos sentimientos no sirven para hacer una buena película y en ocasiones pueden ser incluso contraproducente, pero sólo en ocasiones. Si Dios quiere no es una de ellas. Habrá sin duda quien hubiera preferido encontrar en la película una sesuda reflexión sobre la relación entre la religión y la ciencia o sobre la fe en los tiempos actuales, más que una comedia amable y entretenida. Pero eso no es un problema de la película. 

Tomasso, el protagonista del filme, es un hombre profundamente ateo y racional. Un hombre de firmes convicciones, que salva vidas con sus operaciones, que no quiere ni oír hablar de la palabra "milagro" y que trata de forma más bien despótica a sus empleados y a casi todo el mundo con el que se cruza. Es una especie de doctor House cascarrabias, que todo lo racionaliza, que no gusta de perder el tiempo con nadie y que tiene una muy alta opinión de sí mismo. Desde luego, no es un hombre de fe. 

Cuando ve a su hijo Andrea inquieto, distinto, algo nervioso, piensa que lo que quiere confesar es que es homosexual, algo que, por supuesto, aceptaría sin el menor problema. Pero lo que en realidad confiesa con gran boato a la familia no es su orientación sexual, sino que se va a meter a cura, que ha sentido la llamada, como Susana en el musical de los Javis, pero sin Withney Houston y con un sacerdote que predica a los jóvenes y ayuda a la comunidad. Tomasso no lo acepta. Le aterra la idea de tener un hijo sacerdote y confía en poder hacerle salir de su error, hacerle entrar en razón. Lo que sigue no es particularmente original y sí bastante convencional, pero aun así, es muy tierno, un canto a la convivencia y al respeto de las ideas ajenas, algo que, sinceramente, con la que está cayendo en nuestro país, me suena (nunca mejor dicho) a música celestial. 

Porque Tomasso se ve confrontado con sus férreas certezas, con sus ideas muy contundentes sobre todo y, al final, más que su propio hijo, es él quien termina transformándose. Aviso a navegantes de un lado y otro: no, no es una película que haga proselitismo religioso alguno. Es una cinta que podrán disfrutar personas ateas y religiosas, o eso creo, porque tiene su punto justo de ironía y gracia, pero sin pretender ofender a nadie, pero tampoco convencer a nadie de nada. Si acaso, de la necesidad de la concordia, de la convivencia pacífica y la amistad entre personas que tienen opiniones diametralmente opuestas, en este caso, sobre la religión. Y, qué quieren, viendo lo que se ve a diario en las redes sociales, me parece un mensaje necesario, se hable de religión o de política. Además, es una película divertida, con la que se pasa un buen rato y que te deja una sonrisa. Me vale. Vaya si me vale. 

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