Salir

Junio es el mes del Orgullo (sí, amigos homófobos, ahora tenéis un mes entero para echar espumarajos por la boca cuando alguien hable de diversidad y os recuerde en qué siglo vivís). Por eso, desde hace algunos pocos años es habitual que en torno a junio se estrenen películas con protagonistas no heterosexuales. Muchos esperamos con ganas Love, Victor, la serie basada en Love, Simon, que estrenará Hulu, después de que Disney renunciara a emitirla en su plataforma principal, por ser "poco familiar".


De Disney también procede Out (Salir, en español), el primer corto de animación de esta compañía con protagonistas homosexuales. La falta de diversidad en el cine ha sido tan flagrante hasta hace tan poco tiempo que casi cualquier película con personajes LGTBI, es decir, cualquier película que se parece un poco más a la vida real, es la primera en algo. Moonlight fue la primera película de la historia con un protagonista gay en ganar el Oscar. La vida de Adèle fue la primera película que narra la historia de dos chicas lesbianas en ganar la Palma de Oro de Cannes. La citada Love, Simon fue la primera comedia romántica adolescente de un gran estudio de Hollywood con un protagonista homosexual. Y así todo. Todo es pionero, porque la ausencia de historias de personas no heterosexuales en el cine, sobre todo, en el más comercial, ha sido inmensa hasta hace bien poco. 

Naturalmente, a las películas se las debe juzgar por sus méritos narrativos. Las buenas intenciones, decimos siempre, no garantizan que una película sea buena. A veces, incluso, juega en su contra. Pero es difícil hacer una crítica cinematográfica aislándose por completo de la realidad social, del contexto al que pertenecen, del mundo al que retratan. Porque hay películas que son importantes por el mero hecho de existir. Eso no las convierte automáticamente en buenas películas desde un punto de vista técnico o narrativo, desde luego, pero sí las convierten en trabajos audiovisuales que seguir de cerca y tener muy en cuenta.  

Salir, de Steven Clay Hunter, forma parte del proyecto Sparkshorts, que es una especie de laboratorio de ideas de Pixar (propiedad de Disney), que invita a la innovación formal y temática. El gran mérito del corto, más allá de ser pionero, es que consigue emocionar y contar con una sensibilidad exquisita una historia en apenas nueve minutos.

Con mucha ternura y un componente de fantasía y de magia, este cortometraje relata la pequeña gran historia de Greg, un hombre que vive con su pareja, que es otro hombre, y con su perro. Están preparando una mudanza. Se van a otra ciudad, se van lejos. Aunque no se cuenta, se intuye en esa mudanza la búsqueda de un espacio más libre de mentiras, sin armarios. Greg no se ha atrevido aún a contarle a sus padres que es gay, que comparte su vida con otro hombre. Por eso oculta una foto enmarcada de ambos juntos, no vaya a ser que sus padres vengan de visita de forma inesperada. Eso es justo lo que ocurre, claro, y desencadena la historia.

Quizá lo más novedoso del corto es que los protagonistas no son adolescentes, sino adultos, pero que arrastran el peso de los prejuicios de la sociedad, el miedo al rechazo. Por lo general, las historias de salidas del armario suelen girar en torno a adolescentes, pero cualquier persona no heterosexual sabe que uno se pasa media vida saliendo del armario. La sensibilidad y la ternura del corto se suman a su espíritu innovador para convertirlo en una pequeña joya, un pequeño paso adelante en la representación de una sociedad diversa, libre y orgullosa. En junio, mes del Orgullo, y todo el año. 

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