120 pulsaciones por minuto

120 pulsaciones por minutos, de Robin Campillo, es una de esas pocas películas prodigiosas y valientes que asumen multitud de riesgos y los superan con éxito. La cinta francesa, estrenada en 2017 y que se puede ver en Movistar, logra un complejo equilibrio entre su clara vocación documental, muy marcada, y su parte más puramente narrativa. Se propone contar la historia de Act Up, un grupo de activistas que conciencia sobre el sida en los años 90 en Francia, una época en la que demasiada gente pensaba que era un problema de gays, drogadictos y prostitutas, así que ellas se lo habían buscado. Y, a la vez, cuenta las conmovedoras historias de sus protagonistas.



La película entremezcla una gran cantidad de componentes con un la maestría nada habitual. Es una cinta dramática, luminosa, reivindicativa, honesta, dura, conmovedora, didáctica, febril, provocadora, arrebatadora y delicada. Todo a la vez. El filme hace suyo el espíritu combativo de la asociación cuya historia cuenta. Es un filme comprometido, por el mero hecho de existir, desde luego, pero también por las decisiones narrativas que toma, muy arriesgadas, siempre al borde del precipicio, siempre fiel a la historia que quiere contar. 

El cine, como la vida, es cuestión de decisiones. Hay que tomar decisiones siempre. Dónde sitúas la cámara, qué muestras y qué decides no esconder. Por todo eso, entre otras muchas razones, 120 pulsaciones por minuto es tan valiosa, tan extraordinaria. El director se guía en todo momento por la honestidad. Todo es verdad. Se siente. Duele el dolor de los protagonistas. Se celebran sus alegrías. Nos reímos con sus risas. Nos sentimos uno más en sus asambleas, que tan bien captan el espíritu asociativo, siempre debatiéndolo todo, a veces, enredándose en los detalles. 

Es muy interesante cómo se cuenta el vínculo creado entre los miembros del grupo. Unidos por su convicción de que deben convencer al gobierno y a las farmacéuticas para que se comprometan más en la lucha contra el sida, también llevan a cuestas sus dramas personales y los tiras y afloja habituales en las asociaciones. Debaten sobre esta o aquella acción. Sobre si no se ha ido demasiado lejos o si se han quedado cortos. Sobre todo. Y hay distintas visiones, todas reflejadas aquí con esa honestidad arrolladora que caracteriza a cada plano del filme. Todas ellas plantean debates muy pertinentes incluso hoy sobre el activismo, la legitimidad de las protestas, la importancia de la visibilidad... Una película excelente para ver en este mes del Orgullo. 

Un final impresionante, a la altura de la fuerza narrativa del filme, redondea su brillantez. Sobre todo, insisto, por su riesgo, por la osadía en lo que cuenta y en cómo lo cuenta, por su fidelidad a sí misma, a la historia narrada, a las personas en cuyas vidas se inspira el filme. Un elenco en estado de gracia también ayuda a elevar más y más esta película, que es dura de ver, desde luego. Durísima, en ocasiones, pero que también es vitalista y alegre a su modo, divertida, incluso. Está llena de vida, llena de humanidad. Es una película que se parece a la vida, por su carácter documental, sí, pero también por la precisión a la hora de acercarse a los sentimientos y las relaciones humanas. Recuerdo pocas películas tan honestas e irrebatibles, no ya sobre el sida o sobre el activismo LGTBI, sino en general, a secas. 120 pulsaciones por minuto es una película excepcional. 

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