Las banderas

A finales del año pasado a muchos les sorprendió, y a alguno nos encantó, un gesto de Merkel en un acto de su partido. Fue un gesto sencillo, pero significativo. La canciller alemana retiró de forma contundente un banderín con los colores de la enseña nacional que había cogido un compañero de su formación política en ese mitin. Naturalmente, eso no convierte a Merkel en una mala alemana o en una antipatriota, sino que recuerda algo que en la sociedad alemana tienen grabado a fuego: no se utiliza la bandera nacional en actos de partidos.



He pensado mucho en esa imagen estos días de efusión banderil en nuestro país. En Alemania aprendieron una importante lección de la historia: la bandera nacional es un símbolo de todos y la mejor forma de no devaluarla ni utilizarla para enfrentar a unos alemanes con otros es reservarla para actos oficiales y eventos deportivos. Desde luego, no para mítines o manifestaciones de este o aquel partido político, de izquierdas o de derechas, por la sencilla razón de que la bandera nacional no es propiedad de nadie, es un símbolo de todos. 

Estos días, ya digo, pienso mucho en aquel ejemplar gesto de Merkel y en cómo se protegen de verdad los símbolos nacionales. Parece bastante sencillo: no usándolos contra otros, no restregándoselo en la cara a la otra mitad de la población, no lanzando proclamas partidistas enfundado en sus colores. Tengo dicho aquí que me cuesta mucho comprender que haya a quien se le erice la piel con un himno nacional o que vea en una bandera algo más que un trozo de tela. Pero, como hay gente a la que le ocurre eso, lo respeto. Y a veces incluso pienso que respeto esos símbolos más que ellos, porque jamás se me ocurriría devaluarlos utilizándolos contra otros compatriotas. 

Casi todo lo que creo en materia de banderas está en el poema de Benedetti ¿Qué pasaría?, que tiene unos versos maravilloso en los que leemos: ¿qué pasaría si quemamos todas las banderas para tener sólo una, la nuestra, o mejor, ninguna, porque no la necesitamos? Poco más que añadir.

Hay quien piensa que en realidad lo que ocurre es que hay españoles que renuncian a su bandera. Puede ser. Los hay incluso que descreemos de todas las banderas, claro. En Twitter, muchas personas que no comparten la visión política de los que más usan la bandera para todo, decidieron colocar la enseña nacional como símbolo en sus perfiles, para remarcar así que la bandera es de todos. Está bien, claro. Cada uno que haga lo que quiera. Quizá estaría mejor aún que dejemos las banderas en paz. Que cuelguen de los edificios oficiales y esas cosas. Y punto. Creo que no se trata tanto de que todos sintamos una extraña necesidad de enarbolar la bandera nacional en cada acto partidista, sino que la respetemos no usándola más que en actos oficiales que de verdad nos representen a todos.

Imagino que es fácil entender que si la bandera se emplea sistemáticamente en actos partidistas, el mensaje que están lanzando esas personas es que la bandera es suya, que la enseña, es decir, el símbolo nacional, puede acompañarles en sus mítines, esos en los que se dedican a criticar (legítimamente) a otros. Es legítimo, naturalmente, pero es irresponsable hacerlo de la mano de la bandera. Porque ese país que creen amar más que nadie está formado por ellos y por los que tanto detestan. Esa España suya es la España nuestra, la de todos, la de los que votan a la izquierda y a la derecha, la de las minorías fanáticas de un lado y de otro, la de quienes piensan por sí mismos y la de quienes siguen consignas, la de los que viven en las ciudades y en los pueblos, la de que se dicen patriotas y la de quienes no, la de todos. 

A veces, escuchando a según qué patriotas, parece que su país no les gusta tanto, si acaso, sólo la mitad del país, porque empiezan a descontar regiones o personas de ideologías contrarias a la suya, y al final ese país que tanto quieren se les queda bastante menguado. Es una lástima que los que más dicen querer España sean con frecuencia los que menos entiendan y celebren su diversidad, a los que más gente les sobra en este país. Parece fácil comprender que el mejor modo de preservar los símbolos nacionales, es decir, los símbolos que representen a todas la personas de la nación, es no ensuciarla con reivindicaciones y protestas partidistas que son legítimas, por supuesto, pero que, como bien claro tienen en Alemania, deberían estar libres de banderas. 

Estos días pienso en aquel gesto de Merkel, en el poema de Benedetti y, claro, en el éxtasis de banderas y sentimientos identitarios vivido en Cataluña los últimos años. Porque se demuestra una vez más que nada se parece más a un nacionalista que otro nacionalista, sea cual sea la bandera que enarbole. Es asombroso el parecido entre quienes creían que Cataluña eran ellos, obviando a la otra mitad, y quienes hacen lo mismo con España. Ese sectarismo, esa división, esa forma de utilizar los símbolos de todos, de adueñarse de lo que no es de nadie, porque es de todos los ciudadanos. Va a ser verdad eso de que los extremos se tocan. Seguiremos preguntándonos, con Benedetti, qué pasaría si de pronto dejamos de ser patriotas para ser humanos.

Comentarios