La querencia por la literatura de Jonás Trueba, que fue editor invitado del sello Caballo de Troya en 2021 y 2022, es palpable en sus películas. De hecho, es habitual que en ellas haya escenas de personajes leyendo o charlando sobre libros, al igual que es frecuente encontrar citas a novelas o ensayos. Desconocía que el director, entre otras, de Los exiliados románticos, La virgen de agosto, Quién lo impide y Volveréis escribió durante años un blog sobre cine. Ahora, el cineasta recupera algunos de esos textos en El viento sopla donde quiere, editado por Athenaica. En ellos, se muestra como un apasionado del cine, que para él es indistinguible de la vida.
Tras un prólogo en el que explica el origen de los textos y afirma que “en las películas, y en el acto mismo de ir al cine, algunos buscamos atrapar la vida, también intensificarla”, el libro comienza con una bella cita de Jonas Mekas, un director al que admira, que sostenía que “el mal y la fealdad se cuidarán solos; son el bien y la belleza los que necesitan de nuestros cuidados”. Es maravilloso el apasionamiento con el que Trueba escribe de cine. En uno de los primeros textos explica que lo fácil es criticar una película, que siempre son frágiles, y que, por el contrario, “alguien hablando bien de una película suele ser algo fascinante, casi intrigante”. Se dedica a demostrarlo en las siguientes páginas.
El libro es muy disfrutable para cualquier lector, sea o no amante del cine de Jonás Trueba. Por supuesto, para los que adoramos sus películas, tiene un aliciente añadido, ya que permite encontrar rastros de su forma de entender el cine. Por ejemplo, cuando escribe que “la mayoría de los directores que ruedan en Madrid suelen mostrar escaso interés por la ciudad. Muchos se avergüenzan de ella, tratan de ocultarla o disimularla”. En su cine, Madrid es siempre escenario de sus historias, y se percibe el cuidado que le pone en mostrar su ciudad, siguiendo los pasos de su adorado Rohmer, de quien escribe que una de su grandes lecciones fue que “nos enseña a renovar la curiosidad por la ciudad en la que nos levantamos cada mañana; la misma de tantos otros días, con sus mismos edificios, parques, aceras y cafés, pero siempre dispuesta a sorprendernos”.
Más pistas del cine de Jonás Trueba en este libro. “Creo que no hay nada más difícil que una película de adolescentes. Siempre digo que es mi género favorito y, sin embargo, no es habitual encontrar películas interesantes acerca del tema”, escribe, lo que nos lleva a recordar algunas de sus mejores películas, con una atención prioritaria a la adolescencia. Otro pasaje que habla bien de su forma de entender el cine y de sus propios filmes: “si un personaje cita a Emerson o a Nietzsche, el director y el guionista son inmediatamente acusados de pedantería, pero raramente se aplica este tipo de juicios a los que prefieren la fotogenia de la estupidez”.
El cine de Jonás Trueba no tiene miedo a las citas cultas y tampoco a mostrar charlas, pese al riesgo de resultar lenta para cierto espectador acostumbrado a un cine espídico lleno de estímulos en cada plano. En esta línea, escribe que “un director que considera que un paseo y una simple conversación bien merecen una película es un director que me gusta y me inspira”, y también: “me encanta ver películas en las que sale gente hablando. Y me pasa como a Rohmer, que desconfía de los que propugnan un cine puro en el que las imágenes deben hablar por sí mismas”.
Por supuesto, más allá de esos rastros de su cine, el gran aliciente del libro es leer sus reflexiones sobre distintas películas. Y aquí uno saca boli y papel porque son muchos los nombres que circulan por la obra. Algunos conocidos, pero otros muchos, no. De las películas de Hong Sang-soo, por ejemplo, dice: “me hacen feliz, me limpian la mirada, me recuerdan que en cine puede seguir siendo un lugar donde la gente pasea, se besa, se ríe y discute, donde unos se emborrachan con otros y hacen el ridículo, y se emborrachan, y hacen el amor y vuelven a emborracharse. Pero las películas de Hong Sang-soo dejan las mejores resacas que conozco”.
Es muy entretenido leer sus idas y venidas con Woody Allen, con admiración confesa, pero también con algunas críticas a sus películas finales. Por cierto, no le gusta Match Point, una de las películas más reconocidas de la parte final de su filmografía, y sí salva mucho más Midnigh in Paris, que a mí también me encanta, pero que recibió no pocas malas críticas. Del cineasta neoyorquino afirma Trueba que logró “uno de los estilos más característicos y reconocibles de todo el cine moderno, la asimilación perfecta de lo literario en lo cinematográfico y un idilio entre la mejor traducción del cine europeo y el cine americano clásico”.
De La piel que habito, bastante vituperada en su día por la crítica, dice que no recuerda haber disfrutado así con ninguna otra película de Almodóvar. Muestra su deslumbramiento por El Havre, de Kaurismäki, que le lleva a pensar que “es raro encontrarse con una película que todavía hoy pueda hacernos suspirar de esta manera, mascullar que el cine podría ser siempre así. Y pensar que sólo con películas como ésta, con algunos amigos y amores, y con un poco de pan y un poco de vino, seríamos maravillosamente felices”. También elogia, entre otras muchas películas, Todos vós sodes capitáns, de Oliver Laxe, y Blog, de Elena Trapé.
Cuando ensalza Un amour de jeunesse, Mia Hansen-Løve, pienso que es posible que de ella bebe, en cierta forma, La reconquista. El autor hace una brillante reflexión sobre Wes Anderson, cuyo cine le gusta pensar como una casa llena de juguetes, un país de nunca jamás. Me encanta también lo que dice de Alexander Payne, del que afirma que “evita los alardes de talento y nunca trata de imponer sus ideas ni su genialidad. Tiene mucho de ambas cosas y podría presumir de ellas, pero prefiere dejarlas por allí, esparcidas por sus películas para que cada espectador las recoja a placer”.
Como bien afirma el propio Trueba en su libro, todos tenemos algunas películas que son como líneas rojas, que más le vale a nuestros familiares y amigos que les guste. La mía es, sin duda, Boyhood, de la que el cineasta escribe que es una película que “nos susurra durante casi tres horas que disfrutemos de cada instante, de cada minuto que vivimos, empezando por sus ciento sesenta y cinco minutos de presente puro concentrado a lo largo de doce años de vida”. Maravilloso.
Este libro, en fin, me hace recordar aquella cita de Borges, en la que el genial escritor argentino afirmaba “que otros se jacten de los libros que han escrito, yo me enorgullezco de los que he leído”. A la manera borgiana, Jonás Trueba, excelente cineasta, se muestra aquí, antes que cualquier otra cosa, como un apasionado cinéfilo. También puede afirmarse del libro lo mismo que dice el autor del diario de Jonas Mekas, que “hablaba de muchos cineastas que yo no conocía, pero la manera que tenía de describir sus películas y tomar posición con respecto a ellas era emocionante y radical, divertida y contagiosa”. Tal cual. Y hay pocas cosas más apasionantes que hablar (o leer, en este caso, que es otra forma de hablar) apasionadamente de cine.
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