Razones para el 8 de marzo

El debate sosegado siempre es bienvenido, pero poco de sosegado, y muy poco de debate, tiene la discusión pública de estos últimos días sobre la nueva ley de Igualdad que prepara el ministerio encabezado por Irene Montero. No conocemos aún la redacción de la ley, pero eso no ha impedido que las críticas, las divisiones internas en el gobierno y las tiranteces entre distintas sensibilidades del feminismo salgan a la luz. Justo cuando más unidad de acción se necesita ante el machismo y en pos de la igualdad, más división y bronca se aprecia. Está claro quién gana con todo esto. 


Para entenderse lo primero es tener voluntad de hacerlo y no parece que exista tal propósito en algunos de los puntos de fricción a cuenta de esta ley. Por ejemplo, se ha hablado mucho del lema “sola y borracha quiero llegar a casa”, porque personas con falta de comprensión lectora, o quizá sólo con mala intención, han interpretado en esa frase algo así como una incitación al alcoholismo. Nada menos. Cuesta entender que alguien de verdad interprete en ese lema algo distinto al mensaje obvio que lanza: que la mujer debe estar segura y libre de agresiones sexuales independientemente de a qué hora, en qué compañía o en qué estado vaya por la calle, que no podemos vivir en una sociedad en la que se ve a una mujer sola volviendo a casa tras una noche de fiesta como un blanco fácil para los acosadores. Hay quien también le pone comillas al acoso callejero, como si eso fuera una invención de las personas que han redactado la ley, como si no tuvieran la más remota idea de a lo que se refiere ese término. 

Tampoco se aprecia excesiva voluntad de llegar a acuerdos en lo relativo a la protección de los derechos de las mujeres transexuales, que resulta ser un tema incómodo para una parte del feminismo.  Hay incluso dentro del feminismo quien considera que tal cosa no existe y alerta de un supuesto borrado de la mujer. También dicen que el feminismo es una causa y el respeto y la defensa de la dignidad de las personas transexuales es otra diferente. Y, les falta añadir, cuando no lo añaden directamente, que no piensan mover un dedo en esta segunda causa. Que cada palo aguante su vela. Incomprensible. Los términos gruesos empleados y la ausencia absoluta de empatía exhibida en este debate son muy poco alentadores si queremos vivir en una sociedad igualitaria, especialmente, en vísperas del 8 de marzo, que en los dos últimos años provocó una ilusionante marea feminista en todo el país. 

Y pese a todo, el 8 de marzo y su mensaje es más necesario que nunca. Lo es por mil razones. Porque se ha avanzado en la lucha por la igualdad, pero queda mucho camino por recorrer. Porque la brecha salarial sigue existiendo, como sigue existiendo el techo de cristal para alcanzar determinados puestos. Y porque el machismo existe y mata. Porque siguen muriendo asesinadas mujeres, no por un problema general de violencia, no, sino porque hay hombres que consideran que las mujeres son de su propiedad y pueden disponer de ellas y de su vida.

El 8 de marzo es más necesario que nunca, sí. Porque aún no se educa igual a los niños y a las niñas, basta ver cualquier folleto de juguetes. Porque se sigue usando la imagen de la mujer como objeto en campañas de publicidad (y resulta que hay a quien le escandaliza que se intente combatir esta práctica). Porque a las mujeres les cuesta más llegar donde llegan los hombres demasiadas veces. Porque la corresponsabilidad en el cuidado de los hijos y las tareas del hogar no es aún una realidad generalizada. Porque se cuestiona la capacidad de las mujeres en determinados ámbitos. Porque se enfrentan a una condescendencia más frecuente de lo deseable. Porque muchas veces lo que se alaba en un hombre, se censura en una mujer. Porque un hombre es ambicioso, pero una mujer es mandona. Un hombre es un don Juan, pero una mujer es una fresca. Porque el auge de la extrema derecha ha sacado de la caverna a muchos que prefieren a las mujeres sumisas, sometidas a la voluntad de los hombres. Porque hay hombres con alergia a la igualdad.

Porque hay países del mundo donde ser mujer supone ser una ciudadana de segunda. Porque hay quien dedica más tiempo a ridiculizar los errores del feminismo que a combatir el machismo. Porque personas muy inteligentes y prestigiosas (generalmente hombres) dedican sus tribunas y sus púlpitos públicos a hacer chistecitos con el lenguaje inclusivo. Porque a algunos les hace mucha gracia el consentimiento y hacen bromas chuscas que sólo revelan su deficiente concepción de la libertad sexual de las mujeres. Porque en determinados ámbitos laborales sigue costando que se escuche la voz de las mujeres. Porque, después de dos milenios, a los hombres nos toca hablar menos y escuchar más. Porque la sociedad no puede prescindir del talento de la mitad de la población.

Porque el feminismo, en esencia, defiende la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Porque hay muchas formas de ser feminista (y bienvenidas sean todas) y una sola de no serlo: ser machista. Por eso, mañana volveremos a llenar las calles. Ellas, de protagonistas. Nosotros, a su lado, detrás de ellas, apoyándolas. Porque la marea feminista es imparable, porque es una causa justa que nos concierne a todos, porque una sociedad feminista, es decir, igualitaria, es una sociedad mejor.

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