Vivir sin permiso 2

La segunda temporada de Vivir sin permiso mantiene algunas de las virtudes de la primera tanda de episodios de la serie, mientras que exacerba la mayoría de sus defectos. Sigue teniendo interés la historia, claro, pero las costuras que empezaron a asomar al final de la primera temporada se hacen más y más grandes en la segunda. Pierde verosimilitud por momentos lo que sucede en la pantalla. No he leído el relato de Manuel Rivas en el que basa la serie, pero da la sensación de que la historia va perdiendo consistencia a medida que avanza, quizá, a medida que se aleja de ese relato. Sea ésta o no la razón, la trama de la serie se va enredando y se aleja de su mejor momento, alcanzado en los primeros episodios de la misma. Por momentos, de hecho, pasa a ser otra serie distinta, que poco tiene que ver con su comienzo. Eso no tiene por qué ser malo, siempre que los cambios aporten algo mejor de lo que vienen a reemplazar. No sucede en este caso.


El punto de partida de la serie que emite Telecinco y puede verse íntegra en Netflix es muy sugerente. Nemo Bandeira, un todopoderoso empresario y magnate de la droga en la ficticia localidad gallega de Oeste, es diagnosticado de Alzheimer. Antes de perder por completo la memoria decide dejar sus negocios en orden. Entre otras cosas, deberá decidir a quién designa como sucesor: Lara, la hija que tuvo con su gran amor, que no es su mujer, a la que abandonó por el matrimonio con Chon sin amor pero financieramente más rentable; Nina, más interesada por el arte y la moda que por los negocios; Carlos, juerguista y rebelde, o Mario, que no es su hijo, pero al que trata como tal, que en realidad es su sobrino, a quien ha moldeado a su imagen y semejanza. Nemo tiene a su lado a su fiel Ferro, escudero en todas sus misiones, hombre de confianza, leal en todo momento a él.

La primera temporada, ya digo, fue muy interesante, pero se fue desinflando algo a medida que avanzaba la trama. En la segunda temporada, concentrada en diez episodios, se refleja el desenlace de la historia, con la enfermedad de Nemo avanzando y con un clan de narcotraficantes mexicanos, los Arteaga, que aspiran a dejar a los Bandeira sin nada y que pondrán a Nemo y su estatus como amo y señor de Oeste al límite. Todo ello, claro, mientras el magnate se enfrenta a la policía y a la acción de la justicia, que ponen igualmente en cuestión su imperio, el que quiere dejar en herencia a los suyos, lo único que le queda, lo que más le importa.

Las interpretaciones del elenco están entre lo mejor de la serie. Impecable Luis Zahera en el papel de Ferro. Pocos actores demuestran de un modo tan excelso y contundente que no hay personajes pequeños y que muchas veces los secundarios son clave para la buena marcha de una serie o una película. Está descomunal, con esa mezcla de dureza, sarcarmo y lealtad ciega a su jefe, su “capitán”. Por supuesto, también José Coronado está más que convincente en su papel, lo mismo que puede decirse de Rubén Zamora, impecable en el papel de Germán Arteaga, el capo del grupo que pugna con los Bandeira por quedarse con todo, y de Patrick Criado, que interpreta al hijo díscolo de aquel.

No le faltan alicientes a la serie, más bien todo lo contrario, pero tiene serios problemas de verosimilitud, desde las motivaciones de los personajes, poco claras, difíciles de entender, hasta algunas elementales cuestiones sobre el funcionamiento de la justicia. También chirría mucho el avance de la enfermedad del protagonista. En definitiva, cuando un personaje termina la primera temporada cayendo por un acantilado, lo que cae desde tan alto es la verosimilitud de la serie. Parece que hay personajes que pueden sobrevivir a todo, pero la serie no tanto. Por momentos durante esta segunda temporada, como suele decir una buena amiga, no sé si me encanta o me espanta. Al final, claramente no me encanta, tampoco puedo decir que me espante, pero sí me quedo con la sensación de que podría haber seguido otros caminos, de que la segunda temporada es en algunos aspectos fallido, que se ha resuelto en falso. Una lástima.

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