Cádiz, capital y refugio del ingenio carnavalero

Con este artículo sobre el Carnaval de Cádiz ya son ocho los que titulo en el blog con la palabra "ingenio". En parte es prueba de mi falta de originalidad, claro, pero sobre todo es la demostración de que consigo encontrar un término más adecuado para hablar del Carnaval gaditano. Año tras año, febrero tras febrero, uno queda maravillado ante semejante explosión de ingenio y de talento. Tanta guasa, crítica social oportuna, sentido del humor e ironía juntas, semejante festival, es algo digno de celebrar siempre. Y sí, no hay palabra mejor que la del ingenio para hablar de esta fiesta. 


La noche del viernes pasado, mientras el Cádiz jugaba su partido (¿quién decide los horarios del fútbol?), comenzaba una de las finales del Concurso de Agrupaciones del Carnaval gaditano más largas que se recuerdan. En torno a las nueve de la mañana terminó la final, que había comenzado a eso de las ocho de la tarde del día anterior. Nadie quería abandonar el Falla, nadie podía dejar de seguir la retransmisión de Canal Sur o de Onda Cádiz. Había demasiada inteligencia humorística encima de las tablas, demasiado talento, demasiada sensibilidad y historia

Cádiz es cada año por estas fechas la capital mundial del ingenio, el mejor lugar donde disfrutar del Carnaval. Pero, de un tiempo a esta parte, es también una especie de refugio, un lugar donde preservar el humor, un espacio donde mantenerlo a salvo de las redes sociales, que todo lo incendian, que con todo montan la polémica del siglo, esas que duran entre dos y cinco minutos. Es un refugio porque en el Carnaval, en el Falla y no digamos ya en la calle, todo es posible, no hay líneas rojas, y el único límite del humor es claro: que haga gracia. Sin más. Y, al que no le haga gracia, que no se ría, pero que tampoco se ofenda. Y, si se ofende, que comprenda que no se puede tener la piel tan fina, que no hay prueba más clara de inteligencia que el sentido del humor, especialmente cuando se ríe de algo sagrado para nosotros, de algo que creemos intocable. 

Porque en el Carnaval gaditano no hay nada intocable. La única norma es que no hay normas. O así fue siempre el Carnaval. Así debe ser. Reírse del poder, de la tontería moderna, de todos los partidos del arco parlamentario, de nosotros mismos, del debate sobre los límites del humor. La mejor forma de defender el humor es ejerciéndolo y en ningún sitio se hace con tanta gracia y tanto talento como en Cádiz. La monarquía, Pedro Sánchez, Donald Trump, el coronavirus, el alcalde de Cádiz, los usuarios de Glovo, Juego de Tronos, Vox... Todo es material válido para las agrupaciones, que se ríen de todo y de todos, que hielan a veces la sonrisa, que hacen pensar y reír, a veces también llorar de emoción. 

Queda claro cada año que Cádiz sí tiene quien le escriba y quién le cante, y de qué manera, con cuánto sentimiento, con cuánta calidad. Que no decaiga nunca la fiesta ni el espíritu libérrimo del Carnaval de Cádiz, cuyas letras hacen siempre la mejor radiografía de nuestra sociedad, cuyos cuplés y popurrís sirven para repasar nuestra historia reciente. Cádiz, capital del ingenio cada febrero y, más que nunca, refugio del humor. El Falla como lugar al que acogerse a sagrado, precisamente, para reírse de todo lo sagrado. 

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