Parásitos

Decir que Parásitos es la mejor película del año se queda corto, porque la película de Bong Joon-Ho es mucho más que eso. En una época de remakes, de repeticiones hasta la saciedad de fórmulas que funcionan, de comedias banales y de falta de originalidad, el filme surcoreano, que ganó la Palma de Oro en el último Festival de Cannes, es casi un milagro. Es cine febril, del que incendia la pantalla. Cine salvaje, brutal, absolutamente sublime. Es una película extraordinaria, de las que sólo nacen cada muchos años. El cine sigue teniendo sentido por películas como ésta, desbordante de imaginación, capaz de dar unas cuantas piruetas, a cual más arriesgada, sin perder nunca el equilibrio. 


En un momento del filme se escucha la expresión de avanzar "a machetazos". Es exactamente lo que hace esta película, sin concesiones, sin miedo al riesgo, sin vértigo alguno ante la mezcla suicida de géneros, ante los órdagos que la película va lanzando al espectador en sus cortísimos 132 minutos de metraje. Parásitos es mucho más que la mejor película del año, porque Parásitos es cine. Sin más. Cine puro. Cine auténtico. Cine valioso. Cine atrevido. Cine que vale la pena. Hace falta una originalidad y un talento desbordantes para concebir semejante historia, pero hace falta también una maestría fuera de lo común para rodarla sin perder el pulso ni la capacidad de sorprender al espectador, sin caer en las trampas que el propio talento y la enorme imaginación puesta al servicio de la historia ponen al propio filme. 

No son pocas las películas cuyo aspecto formal, por ejemplo, no consigue estar a la altura de la trama. Grandes historias que no consiguen trasladarse con maestría al lenguaje visual del cine. Giros de guión que terminan haciendo que una gran película pierda calidad, se resienta de la penúltima vuelta de tuerca. Nada de eso sucede en Parásitos, que sabe estar a la altura de sí misma en cada plano. El cine seguirá estando a salvo de tantas amenazas, de tantos negros augurios y de tanta falta de riesgo como se observa hoy en día mientras queden historias como la que cuenta esta película y directores como Bong Joon-Ho. 

La película puede verse como una original y personalísima aproximación del director a la lucha de clases, la difícil convivencia y entendimiento entre una familia de clase humilde y una familia enriquecida que vive en una mansión de lujo. Hay en Parásitos, naturalmente, un claro componente crítica social, sin brocha gorda, ni ánimo moralizante, por supuesto. Sin discursos manidos. Sin tratar al espectador como a un menor de edad.Nada de eso, afortunadamente, hay en la película. Caben muchas interpretaciones en el filme, pero la esencial es que es una película extraordinaria que narra las visicitudes de la familia de Ki-taek, con sus padres, su hermana y él mismo en paro, pirateando la red wifi de sus vecinos y obteniendo ingresos de toda clase de trabajos, y la familia Park, que vive instalada en el lujo, con un hijo pequeño en el que sus padres ven un talento artístico inmenso y una hija adolescente que estudia inglés. 

Ambas familias entran en contacto de forma casual y comienza entonces un fascinante juego en el que la impostura y la farsa, las mentiras y los engaños (incluido el autoengaño), el choque entre ambos estratos de la sociedad, va tomando distintos derroteros que, naturalmente, no conviene desvelar. A partir de entonces, la fiebre del mejor cine, sostenida por un guión extraordinario y también por unas interpretaciones notables. Puede que Parásitos tenga algún defecto, pero no me importa volver a verla una y otra vez para intentar descubrirlos y, sobre todo, para seguir disfrutando de esta película sublime. 

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