Tiempo después

Tiempo después, la secuela distópica surrealista, o algo así, de Amanece, que no es poco, estrenada a finales del año pasado, se me escapó de los cines. La película de José Luis Cuerda está ya en las plataformas, que suelen acudir al rescate de los rezagados que lo vamos dejando y perdemos la ocasión de ver las películas en las salas de cine. Al fin pude ver esta continuación de la que probablemente sea la mejor comedia española de siempre. La vi en Movistar, donde también se puede disfrutar de nuevo de Amanece, que no es poco. De hecho, las vi de seguido, una detrás de otra, un buen ejercicio para entrar en esta secuela envuelto en el humor absurdo y genial de la película de 1988, que tan bien ha envejecido, que tan brillante sigue resultando para los espectadores de hoy y seguirá resultando en el futuro. 


Amanece, que no es poco es excepcional, de esas pocas películas en las que nada sobra ni falta. Cada escena, cada chiste, cada diálogo, cada protagonista, cada instante, funcionan a la perfección. Lo logrado por Cuerda en aquella cinta de hace 31 años es algo que rara vez se consigue en el cine. Es una comedia excepcional, una película de la que se recuerdan escenas enteras, que además mantienen la vigencia. Alguna de ellas, hasta serviría para ilustrar la situación política actual, con el permanente bloqueo político, como aquella en la que el alcalde convoca elecciones de un día para otro. "El que quiera hacer campaña, que la haga esta tarde. Carteles, no quiero ver ninguno, que ya nos conocemos todos la jeta. Así que nada de carteles". Pues eso. 

En aquella brillante película, Cuerda plantea un pueblo en el que los hombres brotan del suelo, hay un borrachuzo que se desdobla, los niños debaten sobre filosofía y se siente "verdadera devoción por Faulkner". No es que haya escenas inolvidables de la película, es que no hay ninguna que sobre. Es decir, ninguna es contingente, no como los vecinos del pueblo, que jaleando al alcalde gritan aquello de "todos somos contingentes, pero tú eres necesario". 

En fin, la labor de Tiempo después, presentado como continuación de Amanece, que no es poco, es complicada, ya que es imposible estar a la altura de aquella joya del humor absurdo. Las comparaciones nunca son justas, pero comparar cualquier película con Amanece, que no es poco es aún más injusto. Cuerda, en todo caso, demuestra en Tiempo después que sigue en forma. La película salió adelante por el impulso de varios cómicos que saben todo lo que deben a Cuerda, como Andreu Buenafuente, Arturo Valls o Berto Romero, que tienen pequeños papeles en el filme. Es, de nuevo, una película coral, sin el menor sentido, lleno de situaciones absurdas, pero en este caso, con una crítica social algo más acerada, aunque no le faltaba tampoco a su película madre. 

La película está ambientada en el año 9177, "mil años arriba, mil años abajo, que tampoco hay que pillarse los dedos con estas minucias". En ese futuro lejano, el mundo entero ha quedado reducido a un Edificio Representativo, una torre fea y gris en la que viven todos los ciudadanos, salvo los pobres, que viven en chabolas en las afueras. De pronto, uno de esos parados, Roberto Álamo, decide acudir al Edificio Representantivo para vender limonada. Ese pequeño gesto lo desestabiliza todo, porque si de repente un parado vende limonada, se desnaturaliza como parado, lo cual resultaría insoportable para el sistema. Un elenco coral, con Blanca Suárez, Miguel Rellán, Carlos Areces, Manolo Solo, Miguel Rellán, Antonio de la Torre y un largo etcétera, sostiene una historia sin pies ni cabeza, como debe ser, pero brillante por momentos y con una sátira social muy clara, con mensajes nítidos, por ejemplo, sobre la desmovilización de los jóvenes o sobre la capacidad del capitalismo para convertirlo todo, hasta lo que de origen es más subversivo, en objeto de consumo. 

Naturalmente, Tiempo después es menos redonda que Amanece, que no es poco. Pero no por ello deja de ser una cinta entretenida, muy divertida, a ratos, con escenas que justifican esta película de Cuerda, aparte de lo obvio, que Cuerda puede y debe hacer lo que le dé la gana, porque él sí que es necesario en un mundo con tantas películas contingentes. 

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