Metamorfosis


Hasta tres veces detuvo anoche Concha Velasco la atronadora ovación del público de Teatro Romano de Mérida al reparto de Metamorfosis, la obra cuya reparto encabeza, para dar las gracias y hablar a los espectadores. Eso, parar con un pequeño gesto con sus manos los aplausos de 3.000 personas en un legendario templo de la interpretación, es una de las muchas cosas que, a estas alturas, la actriz se puede permitir. Entre otras cosas, porque buena parte del público había acudido a ver la obra por ella. Uno sale de la función tan rendido a Concha Velasco como entró, con la sensación de haber a la que quizá, sólo quizá, puede ser la despedida apoteósica de Mérida de una actriz soberbia que, a sus 79 años, lo ha hecho todo en un escenario o delante de una cámara, y todo lo ha hecho bien. Necesita la ayuda de otros actores para subir y bajar las escaleras, pero su falta de plenitud física queda más que compensada por su admirable oficio sobre el escenario. Desde el minuto uno transmite su grandeza, la de una de las leyendas vivas de la interpretación en España. 

Uno sale rendido a Concha Velasco, sí, pero no sólo, porque el amplio y talentoso reparto de esta obra, su magnífica escenografía y su juego de luces, que tanto realza el colosal Teatro Romano emeritense y la música que acompaña cada una de las diez historias de la función, todo ello, funciona a la perfección. Concha Velasco es el nombre propio que ha llevado a agotar las entradas de las 11 funciones de Metamorfosis en Mérida, pero a la salida del teatro son muchos otros nombres los que merecen una mención especial por su gran trabajo en la escena. La función tiene muchas virtudes, entre ellas, que las algo más de dos giras de función pasan volando, navegando entre la comedia y el drama, entre historias más ligeras y otras más profundas, de la mano de un texto lírico y lleno de aciertos y de un reparto en estado de gracia. 

Probablemente, la obra no gustará a los críticos sesudos de permanente ceño fruncido abonados a las etiquetas a las miradas rígidas del teatro, por la visión irreverente de esta versión de Metamorfosis, porque aporta una mirada actual a los clásicos, a algunas de las leyendas que Ovidio incluyó en su mítica obra. Y, sin embargo, no hay que tener miedo alguno a actualizar los clásicos, precisamente porque los clásicos lo resisten todo y porque esos mitos y leyendas de hace tantos siglos siguen dirigiéndose directamente a nosotros, a los ciudadanos del 2019. Esa esa la grandeza de los clásicos, ese es el hilo conductor de esta obra, en versión de David Serrano sobre la revisión de Mary Zimmerman, y esa es la fuerza del festival de Mérida, que cada año desde hace 65 hace reflexiones sobre el presente con de historias de otros tiempos. Aunque en un primer momento los relatos de dioses y mitos suenen lejanos, pronto que se comprueba que nos siguen apelando directamente a nosotros, que los grandes temas siguen siendo, en esencia, los mismos: el miedo a la muerte, el amor irrefrenable, el deseo...

Ya sólo en el lenguaje, la influencia de esas grandes leyendas y mitos del pasado es inmensa. Hablamos de narcisismo por la historia de Narciso, enamorado de sí mismo, o de erotismo por Eros, el dios del amor. Todos extraemos lecciones del aprente privilegio que esconde peligros del rey Midas, que convierte en oro todo lo que toca. Historias relatadas hace mucho tiempo, pero que resuenan hoy con la misma fuerza, el mismo poder de atracción y la misma capacidad de despertar reflexiones como antaño. 

Como es lógico, al tratarse de una obra que reúne 10 historias, las hay con más y con menos interés, unas son más redondas que otras, pero la forma en la que se van encadenando es muy atractiva y todas mantienen el interés del público, que ríe y llora con inusitada facilidad, porque hay mucho humor en esta obra, muchísimo, pero también hay tramas mucho más duras y dramáticas. Por ejemplo, la excepcional historia de Orfeo, probablemente, la que alcanza más intensidad dramática, la más perfecta de la obra, la más poética. O la de Filemón y Baucis, que cierra la función conmoviendo a las 3.000 personas del público con una hermosa historia de amor más allá de la muerte. 

Todos los intérpretes del reparto tienen sus momentos de lucimiento y todos saben echarse a un lado, ponerse en segunda fila, en otros instantes de la función. Todos ellos interpretan distintos papeles en muy diferentes registros. Maravilla en las historias más dramáticas María Hervás. Cumple con nota, como siempre, como en todo lo que hace, Pilar Castro. Exhibe oficio de actor curtido en mil batallas Pepe Viyuela. Convencen sobre todo en las historias más entregadas a la comedia Edu Soto y Secun de la Rosa. Éste último tiene su gran momento de gloria en la historia de Pomona y Vertemnus, en la que Belén Cuesta derrocha naturalidad y vis cómica dando vida a una ninfa que se desentiende del amor y da calabazas a todo aquel que se interesa por ella. Maravillosa esta actriz en todos los registros, pero directamente inigualable en el que llena de carcajadas el templo emeritense con esta historia. También hay muchas risas gracias a una versión moderna de Faetón, el hijo de Helios, que la lía parda conduciendo el sol y alumbrando al mundo por un día. Hilarante Edu Soto. Cumplen también con nota Ángels Cremonte y Pepe Ocio. Y, por último, está enorme en cada papel, como suele ser habitual en él, Adrián Lastra. 

La escenografía, que aprovecha y realza toda la grandeza del teatro emeritense, es uno de los grandes aciertos de la función, con agua por todo el escenario y pequeños círculos verdes, sobre las que se mueven los actores. En el agua se reflejan las columnas del teatro y sobre ellas vemos la noche y el mar, todo lo que va ocurriendo en casa historia. Un escenario tan imponente no es fácil de llenar pero en este caso se le saca todo el partido posible y más. Excepcional la escenografía, igual que debe de serlo el invisible trabajo de vestuario y maquillaje, que permite a los intérpretes cambiar de personajes entre bambalinas a una velocidad de vértigo. En la última historia, conmovedora, bellísima, quedan retonando en las piedras del Teatro Romano de Mérida unas palabras que resumen un poco todo, la función, el maravilloso Festival emeritense al que uno vuelve con la misma devoción de siempre y la vida, en general. “Déjame morir amando y así no moriré nunca”. Comedia y drama, risas y lágrimas, reflexiones y diversiones, amor y muerte. Morir amando (el teatro, Mérida, la vida) para así no morir nunca. 

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