Antígona

Confieso, con la vergüenza propia de todas las confesiones, que mi contacto con la danza había sido hasta ahora más bien escaso. Tras quedar ayer prendado de la versión de Antígona creada por Víctor Ullate, estoy decidido a enmendar este error lo antes posible. Cuesta definir con palabras lo que, precisamente sin palabras, tan bien transmite este espectáculo. Ponerle nombre a lo que es pura emoción. Llamar de alguna manera a lo que se siente. Nombrar tanta belleza, tanto sentimiento, tanto poder en casa paso, en cada gesto, en cada mirada. Sigo la obra de principio a fin boquiabierto. No es una frase hecha ni una forma de hablar, es literalmente lo que ocurrió. Cuando termina, casi dos horas después, sólo puedo preguntar si ya ha acabado de verdad, porque ha sido como un suspiro, porque estaría horas y horas dejándome envolver por la sensibilidad y la delicadeza de lo que acabo de ver.



Nunca antes se había contado a través de la danza la historia de Antígona, que lleva siglos conmoviendo a los espectadores, que nos habla a nosotros con la misma intensidad con la que hablaba a los ciudadanos de épocas pasadas, porque tiene la virtud de los clásicos, porque nunca deja de estar de actualidad, porque es completamente atemporal. Tan extraordinario como que nos siga removiendo hoy en día la tragedia que escribió Sófocles y que se representó por primera vez en el año 441 antes de Cristo, con la misma fuerza con la que agitaba a los espectadores de hace siglos, milenios, lo es que el lenguaje universal de la danza sea capaz de contar de un modo tan sublime una historia tan profunda, tan dura, tan intensa. Con coreografías impactantes, con una variedad musical notable, con una fuerza arrolladora. 

Creo que lo del sábado en los Teatros del Canal es una de las experiencias culturales que más me han impactado en toda mi vida. En realidad, no lo creo, lo es sin ninguna duda. La obra, concebida para ser representada en el Teatro Romano de Mérida, que cosechó un gran éxito en el Festival de Teatro Clásico de la ciudad extremeña, cautiva ahora en Madrid, donde se representará hasta el 8 de septiembre. Aún quedan entradas y lamentaría mucho perdérmelo. No es que lo recomiende, va más allá. Es tanta la belleza, tanta la emoción, tanta la intensidad, tanta la sensibilidad, tanta la perfección en cada movimiento de los bailarines en el escenario, que perderse un espectáculo así sería dramático. 

Todo en este espectáculo fascina. Lo hace, por supuesto, Lucía Lacarra, que da vida a Antígona, quien se lleva el aplauso más largo y sentido. Es deslumbrante la fuerza que le da al personaje, el modo en el que transmite con su cuerpo esa tenacidad suicida de la hija de Yocasta y Edipo, su convicción de enterrar en secreto a su hermano Polinices, pese que el rey Creonte decretó que debía ser arrojado frente a las murallas de la ciudad. Antígona sabe lo que implica desobedecer la orden del monarca, pero la incumple. Todas las coreografías son extraordinarias. Todo se transmite con el baile. La pasión de Antígona y Hemón, hijo de Creonte, a quien interpreta también de forma apasionante Joué Ullate. El deseo. La guerra. La muerte. La desesperación. 

El vestuario, obra de Iñaki Cobos, es también parte importante del espectáculo, ya que contribuye a agrandar aún más la belleza de lo que sucede en el escenario. También es un acierto la escenografía, tan sencilla como funcional, obra de Curt Allen Wilmer con Estudios deDos. La iluminación es fascinante. Hay momentos en los que las sombras de los bailares se proyectan sobre el fondo, generando una sensación hipnótica, reforzando el poderoso mensaje de la obra, sus sentimientos. El autor del diseño de luces es Luis Perdiguero y el director artístico, hombre clave del espectáculo, es Eduardo Lao. No quiero dejar de dar ningún nombre (aunque es imposible nombrarlos a todos) porque son muchas las personas a las que debemos un espectáculo tan hermoso, con una sensibilidad tan exquisita. Espectáculos de los que dan sentido a la vida y nunca se olvidan. 

Nada más salir del teatro, y sólo después de volver un poco en mí, busqué los siguientes espectáculos de danza en los Teatros del Canal. Próxima parada, Marie Antoinette, del ballet de Biarritz, en noviembre. Que no se apague nunca este fuego y no deje de crecer este idilio, que ha llegado tarde, aunque nunca lo es cuando vale la pena, y que le debo a la compañía de Víctor Ullate y su arrollador talento, a esta colosal Antígona que sé que conservaré siempre en mi memoria como una experiencia inolvidable y transformadora. 

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