El Orgullo que imaginan los homófobos

Parece que la utilización del color verde para describir chistes o actitudes con connotaciones sexuales data del español del siglo XVIII. Un siglo antes, se utilizaba la expresión “estarse uno verde” para definir un estado de lozanía, al compararse la salud de una persona con el color verde del campo. Se solía aplicar a las personas mayores. Aquello fue degenerando un poco y la expresión "viejo verde" dejó de definir a una persona madura con un envidiable estado de salud para describir lo que es hoy en día. Desconozco si el partido de las tres letras ha decidido emplear el verde como color corporativo por ello, pero empieza a resultar algo inquietante la obsesión con el sexo de algunos de sus portavoces.


Todos los años, la semana del Orgullo ha sido la semana fantástica de la homofobia, los días en los que dar rienda suelta al odio al diferente, e indignarse muy fuerte en las redes sociales ante el espanto de ver una corona del Burger King con los colores del arcoíris y dramas similares. Preferiblemente, ridiculizando y caricaturizando las manifestaciones y las marchas del Orgullo, presentándolas como una bacanal de desenfreno. Nada nuevo bajo el sol (o cara al sol, quizá sea mejor decir). El problema es que, antes del surgimiento del partido de las tres letras, quienes sostenían estos argumentos eran, o nos parecían, cada vez menos, y eran conscientes de que su discurso del odio no estaba bien visto por la sociedad, que era mejor taparse un poco, susurrar sus sandeces en vez de vociferarlas. Pero, claro, si un partido político empieza a propagar esas mismas ideas, ¿por qué no salir de la caverna y compartirlas con el mundo? Es el efecto tóxico de los partidos que sientan sus bases en el odio. No es sólo el daño que causan sus palabras, es el estímulo que supone para otros tipos que comparten su estrecha visión de la sociedad.

Es tan desmedida y alejada de la realidad la descripción que hacen del Orgullo los homófobos que casi provocaría risas, si no fuera algo tan serio. Ven penes, cuerpos desnudos y actos sexuales por todos lados. Casi dan ganas de preguntarle dónde han presenciado exactamente esas escenas tan de alto voltaje que tanto parecen horrorizarles. Porque, a veces, tan empeñados como estar en describir estas fiestas como lo peor de lo peor, casi terminan promocionándolas. Sexo, desenfreno, libertinaje. ¿Quién da más? ¿Así creen espantar a alguien? Les falta decir que también hay gente que va un poco piripi por la calle.  A veces el Orgullo imaginado, en pesadillas o en sueños de otra clase, quién sabe, por parte de los homófobos parece aún más divertido que el de verdad, que ya es decir.

El empuje del partido de las tres letras ha despertado argumentarios rancios que creíamos casi desterrados. Vuelven a surgir ideas como la descacharrante petición de que se celebre el día del orgullo heterosexual. Los homófobos llevan tiempo pensando en esta gran idea y es de suponer que no la han puesto en marcha porque aún no han encontrado a un solo heterosexual en ninguna parte del mundo discriminado por el mero hecho de serlo. Que sigan buscando. También surge el clásico argumento de “¿cómo van a estar reivindicando derechos si van medio desnudos?”, como si hubiera una vestimenta oficial para manifestarse y, sobre todo, como si esos comentarios no fueran suficiente justificación para seguir celebrando el Orgullo.

Tampoco falta, claro, la apelación aterrada a los niños. ¿Es qué nadie piensa en los niños? Al partido de las tres letras le preocupa mucho que una familia como dios manda, es decir, con padre, madre e hijos, salga del portal de su casa y se encuentre con gente semidesnuda, o peor aún, difundiendo la peligrosa idea de que todas las personas deben tener los mismos derechos independientemente de a quien amen o con quien se acuesten. No quiero ni imaginar el susto que se llevarán en el partido de las tres letras cuando se enteren de que al Orgullo acuden no pocas familias heterosexuales que creen que educar a sus hijos en la diversidad es mejor idea que intentar ocultarles la dolorosa imagen de dos hombres o dos mujeres que se quieren como si fueran personas normales y todo. A los niños habría que intentar mantenerlos lejos de su homofobia, no de la libertad y la diversidad que refleja el Orgullo.

La excusa perfecta para criticar el Orgullo y pedir que se vaya a la Casa de Campo es su suciedad, que estos gays lo dejan todo hecho un caso. No negaremos que hay quien no es cívico en las fiestas del Orgullo (y hasta que se lo afeamos, llegado el caso). Como también hay gente que no lo es en absoluto en los Sanfermines, el Rocío o cualquier otra celebración masiva. El debate sobre el civismo está genial, pero estaría aún más genial si no se utilizara de escudo para camuflar su LGTBIfobia, su alergia a la diversidad. Creo recordar que al partido de las tres letras, tan horrorizado con la suciedad del Orgullo, no dijo nada de las escenas de hinchas futboleros dándolo (y destrozándolo) todo por las calles de Madrid el fin de semana de la final de Champions. Gays no eran, pero estaban ensuciando lo más grande. 

Hay otras dos excusas mágicas para disfrazar el odio: la aparente no representatividad de los homosexuales de bien en las marchas del Orgullo y el sexo (léase con expresión que mezcle espanto y deseo oculto, muy oculto). A cuál más ridícula. Respecto a la primera, resulta irritante que sean los homófobos quienes vengan a repartir carnés de buenos o malos homosexuales. En esencia, los que hacen sus cosas de homosexuales en casita, bien metiditos en el armario, son buenos, aceptables, tolerables hasta para ellos. Y luego están todos los demás. Según los homófobos, los homosexuales de bien no se sienten representados por la marcha del Orgullo, como si te obligaran vestir de determinada manera (o de ninguna manera en absoluto) para ir al Orgullo, o como si no hubiera una manifestación reivindicativa previa a la marcha. Sobre todo, como si de verdad pensaran que hay gays, lesbianas, bisexuales o transexuales buenos y malos. Porque realmente los odian a todos, sólo que prefieren a los que viven acomplejados o reprimidos a causa, precisamente, de su homofobia. Volvemos, una y mil veces, a la frase de Pedro Zerolo: la diferencia entre la sociedad que defienden los de mente estrecha y mirada en blanco y negro y la sociedad que defienden los que ven la vida con los colores del arcoíris es que en la primera no entramos todos, mientras que, en la segunda, sí. La diversidad no rechaza a nadie, abre las puertas a todo el mundo.

Y luego está la otra gran excusa, esa obsesión enfermiza con el sexo, que da bastante grima, porque uno no sabe bien si procede de una mentalidad retrógrada que los lleva a detestar todo lo que tenga que ver con el placer de cualquier clase o si tanto énfasis en atacar la libertad de otros no es su forma retorcida y tóxica de luchar contra sus propios deseos. Desde luego, muy sano no parece que crean de verdad que en los colegios se enseñan clases de zoofilia a los niños o que estos días en Madrid, al salir de tu calle, lo primero que te puedes encontrar son dos hombres haciendo el amor en el portal. No sé si se creen de verdad lo que dicen ni sé de dónde les viene esa obsesión por el sexo. Porque, esa es otra, sexualizan todo lo que tiene que ver con las personas LGTBI, como si sólo ellos, los de mirada estrecha (en todos los sentidos) tuvieran familias o tuvieran motivaciones distintas a las sexuales. Como si ellos fueran los ciudadanos de bien, los que dios manda, y los demás fuéramos una especie de salvajes que nos levantáramos cada día por la mañana (o por la tarde, después de unas cuantas orgías y bacanales varias) con el único afán de escandalizar a los niños y degradar un poco más la sociedad. Yo me haría mirar esa obsesión. Quizá si se unieran a la fiesta del Orgullo se les quitaría algún que otro prejuicio, pero quién dice que quieren perder prejuicios, si viven de ellos y son su razón de ser. La única respuesta posible a las provocaciones y a los discursos del odio es que el Orgullo siga siendo lo que siempre ha sido, una fiesta diversa, alegre y masiva que recuerde a quien no se quiera dar por enterado que estamos en el siglo XXI y que no hay manera de apagar tantos colores y fundirlos a negro, ni siquiera a verde.

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