Share Festival


Por lo general, cuando visitamos una ciudad lo hacemos por algún motivo: conocerla, dar una sorpresa a alguien, descansar... Pero a veces ocurre justo al revés, primero decidimos volver a una ciudad que sentimos como propia y, luego ya si eso, buscamos el motivo. La excusa es lo de menos. Con las ciudades que amamos nos pasa lo mismo que con la gente que queremos: deseamos verlas sin más y cualquier razón es buena para volver a encontrarnos con ellas. Por eso, buscamos los motivos más peregrinos para ver a la gente que queremos, cómo celebrar que cumplimos año o hasta casarnos. Y por eso, cualquier excusa sirve para volver a Barcelona, porque Barcelona es una razón en sí misma para regresar una y otra vez. 




Este fin de semana Barcelona celebró su fiesta del Orgullo, pero de eso me enteré mucho después de comprar los billetes del AVE, y también el Share Festival, razón oficial del viaje, digamos, la coartada perfecta para volver allí donde tanto disfruto siempre porque, llevando la contraria a Sabina, sólo por una vez y sin que sirva de precedente, sí se debe volver al lugar donde se ha sido feliz. Al menos, si ese lugar es Barcelona. No hace falta tener un motivo concreto para regresar a Barcelona, que ayer brilló con especial intensidad teñida de los colores del arcoíris, pero el Share Festival es una razón de peso para volver. El segundo día de este festival que reúne música y solidaridad, ya que dona parte de sus entradas a causas sociales y tiene stands de ONG como los héroes de Proactiva Open Arms, llenó ayer de vitalidad y energía positiva el Poble Espanyol. 

El cabeza de cartel era Alfred García, quien se me escapó cuando vino a cantar a Madrid y a quien tenía muchas ganas de ver actuar. Tiene un directo potente, rodeado de la banda que le ha acompañado durante toda la gira de su disco 1016. Tras verle actuar ayer, me reafirmo en que Alfred tiene las ideas muy claras y, además, éstas son muy buenas ideas. Gracias a su pasión por la música, su talento y la entrega absoluta en todo lo que hace encima de un escenario, conecta con el público desde el comienzo. Su disco, de una calidad impropia de alguien tan joven por lo cuidado de su sonido, por su riqueza y variedad de estilos y por el muy elevado nivel de las composiciones, regala en directo momentos memorables, himnos que el público corea con devoción, como si fueran oraciones paganas. Poder componer y producir un trabajo así con 20 años está al alcance de muy pocos. El comienzo de su actuación, con La ciudad, muestra desde el principio esa variedad de registros. Primero, con Alfred sólo al piano (al que se subió varias veces a lo largo de la noche), para pasar a estar después rodeado de su banda. Alternó durante toda la noche momentos más íntimos, sentado al piano, con otros efusivos y eléctricos. 

Pronto llamó al escenario a Nil Moliner, autor de Que nos sigan las luces, quien había actuado antes en el festival cantando este mismo tema, compuesto por él para Alfred como propuesta para Eurovisión hace dos años. También cantó con los otros dos artistas del cartel del Share Festival de ayer: Rayden, con quien interpretó un tema sobre el desamor (“tus pesadillas son canciones de amor”), y Carlos Sadness, con quien unió su voz para ofrecer una enérgica versión de No cuentes conmigo hoy. Alfred se mostró cómplice con el público desde el principio, feliz de encontrarse en casa, en Barcelona, y en un festival que dio sus primeros pasos el año pasado de la mano del propio Alfred, y con quien han ido creciendo juntos. El artista reiteró su compromiso con Open Arms y mostró su apoyo a esta ONG, a la que hostigan y persiguen por salvar vidas en el Mediterraneo ante la indiferencia de las autoridades y de buena parte de la sociedad. 

Se hizo corto el concierto, pero Alfred, con todas las virtudes que le hacen especial, tuvo tiempo de cantar prácticamente todos los temas de su disco. Especial siempre Londres, una canción que compuso y cantó en la academia de Operación Triunfo. La gran peculiaridad de Alfred respecto al resto de participantes de este programa es que él salió de ahí con varios temas propios bajo el brazo que el público pude conocer y con los que conectaron de inmediato. Sin duda, Londres es el caso más paradigmático. El cantante pidió al público anoche que le hicieran volver a sentir aquello que sintió hace un año en el mismo escenario, cuando vio a la gente cantar este tema, cuando aún no estaba inmerso en un disco, cuando casi todo lo bonito que le ha pasado a Alfred este último año, que él ha hecho que pase con su talento y entrega, aún no había ocurrido. 

Fue un momento muy especial, igual que el modo en el que el público de Barcelona le cantó a Madrid, con el tema compuesto para la ciudad por Alfred. Fue mágico. La enésima demostración de que la gente suele estar muy por encima del fanatismo político de cuatro gatos, de aquí y de allí, que viven de alimentar la confrontación. No digamos ya la música, que siempre une y abraza, que emociona y derriba fronteras y falsas enemistades. Alfred cantó a Madrid anoche en Barcelona, sí, y Barcelona, abierta, plural, la única que conozco, cantó a Madrid junto a él. Con absoluta normalidad, con total entrega. Qué bien vienen estas cosas para eliminar prejuicios, quienes los tengan, o para constatar que no estamos tan mal, después de todo.

Las expectativas de ver por primera vez en directo a Alfred eran altísimas pero, en contra de lo que suele suceder cuando se espera mucho de algo, no me decepcionó. Todo lo contrario. Fue una noche extraordinaria, imposible de olvidar, iluminada por el talento enorme de un artista que deja claro con cada decisión que ha tomado, con cada verso compuesto, con cada nota, que él ha venido para quedarse, que no es un producto televisivo de usar y tirar, que quiere tener una carrera larga en la música, y que tiene todo lo necesario para conseguirlo. También quedó claro que cuenta con un público fiel dispuesto a dejarse sorprender por su energía, decidido a seguir los pasos de su talento. 




Reconozco que no conocía demasiado a los otros artistas que actuaron en el Share Festival, así que fue una sorpresa agradable escuchar los versos comprometidos y contundentes de Rayden (magnífico su tema reivindicando el “No es no”), la energía positiva y el buen rollo que transmite en cada canción Nil Moliner (sus bises fueron las magníficas Hijos de la tierra y Esperando) y la muy personal voz de Carlos Sadness (de quien me gustó mucho Isla Morenita). De vuelta al hotel, con el ambiente formidable de las fiestas del Orgullo, el Pride Barcelona, pensaba en que esta ciuda siempre es un acierto y en que la música también es un poco como las ciudades que amamos y las personas que queremos: cualquier excusa es buena para dejarnos envolver por ella. 

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