Política, sillones y mercadeo

La política no es esto, no puede ser esto. Los principales partidos políticos, todos sin excepción, ofrecen estos días un espectáculo lamentable, un mercadeo de puestos, consejerías, alcaldías, presidencias autonómicas y cargos intermedios en entes públicos. Sin el menor pudor. Sin esconder lo más mínimo que su interés principal es pisar moqueta, no intentar mejorar la sociedad o llevar adelante un programa político, el que sea. No le ha venido nada bien a la imagen de la política en España la coincidencia temporal entre las elecciones generales, adelantadas por Pedro Sánchez tras una manifestación en Colón de PP, Ciudadanos y Vox en la que se exigía ese adelanto electoral, y las elecciones municipales y autonómicas. Todo se negocia menos los programas, que le parece secundario a todos los partidos. 


Con argumentos reversibles, atrás quedaron las líneas rojas o los principios que tan sólidos parecían. Política marxista, de Groucho Marx: estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros. ¿Que ya no le interesa al PP decir que debe gobernar el partido más votado? Pues se deja de defender y punto. ¿Que ahora sí debería abstenerse la oposición para dejar gobernar a Sánchez, el mismo Sánchez que dimitió para evitar abstenerse a favor de Rajoy? Pues se pide sin rubor alguno y ya está. ¿Que Podemos había llegado para regenerar la política y no para pedir sillones, pero toca, por lo que sea que haya pasado por la cabeza de Pablo Iglesias, perseguir un ministerio a toda costa? Pues se afirma que eso es lo que los españoles ("la gente") han votado, y asunto arreglado. ¿Que Ciudadanos es un partido regeneracionista y liberal pero le viene bien pactar con partidos que llevan décadas gobernando regiones, con multitud de escándalos de corrupción a cuestas, o pactar haciendo ver que no se pacta con la extrema derecha? Pues sin ningún problema. Marxismo en estado puro. 

La actualidad política ha sido estos últimos días algo muy poco parecido a lo que debería ser la política. Nada se ha hablado en los medios de los programas y las medidas a tomar, sencillamente porque los partidos políticos no han debatido de ello ni medio minuto. En Castilla y León, PP y Ciudadanos se han intercambiado alcaldías por la presidencia de la Junta. En Castilla y La Mancha, el PSOE ha aceptado alcaldías rotatorias (dos años cada uno) con Ciudadanos, para mantener así el gobierno regional sin depender de Podemos. En Aragón, la alcaldía de Huesca ha sido moneda de cambio para que el PP gobierne la autonomía. Ciudadanos, que era partidario de eliminar las diputaciones, ha aceptado presidir algunos de estos entes públicos que veía tan innecesarios. En Navarra, las posiciones de los partidos dependen de lo que se vote en el Congreso en la investidura de Sánchez. Y un largo etcétera. 

Es como si de pronto a todos los políticos de España, salvo muy contadas excepciones, se les hubiera caído la careta. Quieren poder. Punto. Mi reino por una concejalía de obras. Mis principios a cambio de una consejería. Desconozco si les pasará factura o no a los partidos este mercadeo tan indecente, pero va a costar mucho volver a confiar en ellos después de este espectáculo tan poco edificante. Nada hay malo en negociar con el de enfrente, incluso con quien está en las antípodas ideológicas. Pero siempre que esa negociación se haga por medidas concretas que mejoren la sociedad, no por un puro reparto de poder. 

También se agradecería que los políticos trataran a los ciudadanos como adultos. Por ejemplo, no negando la evidencia, cuando se jura y perjura que no se ha negociado lo que, obviamente, sí se ha negociado. Ciudadanos mantiene una posición especialmente incomprensible en este circo, del que nadie se libra. Todos los partidos están jugando a este descorazonador juego de las sillas, pero, parafraseando a George Orwell, aunque todos los partidos son iguales en este mercadeo que nada tiene que ver con la política, unos son más iguales que otros en este juego tan descorazonador. Y la estrategia de Ciudadanos parece la menos comprensible, al menos, la menos comprendida a derecha e izquierda. Esas ansias por pisar moqueta chocan con su discurso regenerador, como si de pronto les hubieran entrado las prisas por gobernar. Si su objetivo es ocupar el espacio del PP en la derecha, parece extraño que busque hacerlo pactando con él. Si quiere presentarse como un partido de centro, no pinta nada pactando (aunque haga ver que no lo hace) con el partido de las tres letras. Si de verdad le parece un riesgo grave para España que el gobierno central se apoye en los independentistas, no parece tener demasiado sentido animar al PSOE a pactar con los independentistas. Cualquiera diría que Rivera está anteponiendo su partido al interés general. Exactamente lo mismo, sin duda, que puede decirse de Iglesias, que ha pasado de querer asaltar los cielos a suplicar un ministerio. 

En todo este embrollo, Manuel Valls es de los pocos políticos que sí está haciendo política estos días. Como él considera que sería dramático que Barcelona tuviera un alcalde independentista, ofreció sus votos a Ada Colau, a la que tanto había criticado en campaña, sin pedir nada a cambio. Entendió que era lo responsable, igual que consideró que no se debe ir ni a la vuelta de la esquina con los partidos de extrema derecha. No dice nada demasiado bueno de la política española que una de las pocas personas que hayan actuado con cordura y sin entrar en el mercado de sillones estas semanas sea un político procedente de otro país. Después del mercadeo, ¿alguien cree que los partidos se preocuparán por lo que de verdad importa a los ciudadanos? Decir que estas semanas se ha quebrado algo entre los ciudadanos y los políticos en España quizá sería excesivo, porque algo lleva roto mucho tiempo, pero se ha destrozado un poco más aún. La confianza, por ejemplo. Cuesta asistir sin sentir vergüenza a este juego de sillones. Todo por el poder. Sin caretas. Sin disimulos. Qué triste. 

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