Orgullo para combatir el odio

Cincuenta años después de la represión policial en el bar neoyorquino Stonewall, frecuentado por lesbianas, gays, transexuales y bisexuales, la Policía de Nueva York acaba de perder perdón por su actuación aquel histórico 28 de junio de 1969. Es sólo un gesto simbólico, pero es poderoso, porque implica que la institución represora de hace cinco décadas reconoce hoy su error, pide disculpas y abraza una sociedad abierta en la que cada uno sea libre y ame y se divierta cómo y con quién desee. Lamentablemente, aunque es indudable que se ha avanzado mucho en estos 50 años de historia del movimiento LGBTBI, todavía queda un largo trecho para alcanzar la igualdad real. Por eso sigue necesario conmemorar el Orgullo. Entre otras cosas, porque cada año cuando llegan estas fechas tenemos que soportar el clásico comentario, mitad homófobo mitad ignorante, de para cuándo un día del orgullo heterosexual, como si alguna vez en la historia en algún lugar del mundo alguien hubiera sido perseguido o discriminado por ser heterosexual. Sólo por la persistencia de esa clase de mensajes, el Orgullo sigue siendo necesario. Pero hay más motivos, muchos más. Hay todavía demasiado odio que combatir, demasiada grisura que confrontar con el arcoíris, demasiadas mentes obtusas que abrir. 


Ayer se conoció una brutal agresión contra dos chicas que son pareja en un autobús en Londres a manos de un grupo de cinco hombres que les habían ordenado besarse. Es difícil concentrar más cúmulo de prejuicios y atrocidades en un sólo acto: agredir físicamente a dos personas cuyo delito fue darse un beso en público, exhibir la más repugnante y criminal homofobia, concebir a la mujer como un objeto al servicio de satisfacer los deseos sexuales de un grupo de orangutanes, el machismo más odioso, la más repugnante forma de ir por el mundo. Una agresión homófoba que demuestra hasta qué punto el odio pervive en la sociedad, incluso en ciudades tan cosmopolitas y abiertas como Londres, y cuán necesario sigue siendo el Orgullo, y su espíritu combativo, pero no en junio, sino todos los días del año, a cada minuto, a cada segundo.  

Basta leer los comentarios a esta noticia en cualquier web para pensar qué corto se queda un día del Orgullo, o incluso un mes, destinado a la igualdad de todas las personas al margen de su identidad u orientación sexual. La reacción del club de defensores del día del orgullo heterosexual a esta salvaje agresión ha sido peculiar. Naturalmente, no la han justificado abiertamente, salvo los más desacomplejados homófobos, que haberlos, haylos. Pero no han faltado quienes han censurado que dos mujeres vayan besándose por ahí, como si fueran seres humanos con los mismos derechos que cualquier pareja heterosexual, qué osadía. También ha habido quien rápidamente ha desvinculado la agresión del hecho de que las dos chicas sean pareja. Porque, claro, ya se sabe, eran cinco locos, no tenía nada que ver con homofobia o con machismo. Son los mismos que no consideran que exista la violencia machista, sólo cientos de hechos aislados que, casualmente, terminan con el mismo resultado, mujeres agredidas por hombres, pero todo muy casual, sin que haya ninguna causa estructural detrás. Los mismos que, ante un reciente estudio que mostraba que más de la mitad de las personas homosexuales siguen en el armario en su trabajo por miedo, dicen que eso es un tema de la vida privada, como si hablar cada lunes de los planes con maridos, hijos y suegros no fuera vida privada, como si de verdad pensaran que, casualmente, los heterosexuales son más abiertos a la hora de hablar con sus compañeros de su vida privada, qué le vamos a hacer, es así. ¿Homofobia? ¿Quién dijo homofobia? 

Pero, sin duda, los que se llevan el premio a la reacción más repugnante son aquellos que, sin molestarse a decir que les parece mal que se agreda a las dos jóvenes, preguntan rápidamente por la nacionalidad de los agresores. Son esos especímenes homófobos, por supuesto, pero que son incluso más xenófobos. Es decir, quizá no aplaudan abiertamente que se agreda a dos lesbianas, les basta con que se escondan en su casa y no se besen en público, pero, si de paso pueden aprovechar el suceso para exhibir su xenofobia, mejor que mejor. Son esas personas que no dedican ni medio minuto a denunciar las desigualdades que sufren muchas personas por no ser heterosexuales, pero que casi hasta condenan y todo las agresiones homófobas cuando éstas les pueden venir bien porque los agresores sean musulmanes, porque entonces pueden alimentar un poco más su racismo. Odio en sus múltiples facetas. Odio y más odio. 

Hace unos días, El Intermedio preguntó por la calle a varias personas sobre cómo reaccionarían en determinadas circunstancias con personas homosexuales. Y se coló algún que otro comentario entre tanta homofobia. Desde el "yo no dormiría con un amigo gay, no vaya a ser que mi atractivo natural le lleve a no respetarme" hasta el "si veo a dos chicos besándose en el Metro, yo no les insultaría ni nada, sólo me cambiaría de vagón". También el partido de las tres letras ha dado recientes ejemplos de hasta qué punto el Orgullo es necesario para combatir el odio, desde argumentarios dedicados a atacar a un político por el hecho de ser homosexual y no ocultarse por ello hasta la dimisión de una concejal que cometió el grave error de participar de un acto público en el que se colgó una bandera arcoíris (ella dijo después que en Voz hay "incluso negros" para justificar su presencia en el acto), pasando por la defensa de las  indecentes terapias para revertir la homosexualidad, que además de ser inaceptables y de haber causado dolor y sufrimiento a muchas personas, son ilegales. Sí, el Orgullo sigue siendo necesario. No sólo en defensa propia, por una cuestión elemental de luchar por nuestros derechos, sino porque es la mejor manera de detener el odio y construir una sociedad mejor para todos. En materia de derechos, si no se avanza, se retrocede. Y no podemos retroceder frente al odio. 

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