50 años de Orgullo

Uno de los versos de la maravillosa canción Vuela, ese himno del siempre añorado Andrés Lewin, proclama: “bravo por lo que sufrieron lo que he no sufrido y por todos los que hicieron el camino”. Esas frases (el tema entero, en realidad) resumen bien el espíritu del Orgullo LGTBI, que hoy celebra su día mundial. Hace cincuenta años, en el bar neoyorquino de Stonewall, nació el movimiento LGTBI, que defiende esa idea tan loca de que todos tengamos los mismos derechos independientemente de cuál sea nuestra orientación o identidad sexual. Medio siglo después, es de justicia dedicar el Orgullo de 2019 a las personas pioneras de esta lucha justa que hay que seguir librando, sin duda, pero en la que se ha avanzado mucho gracias a su valentía.


Conviene, en efecto, acordarse de todos los que hicieron el camino. Gracias a ellos podemos pasea hoy de la mano de nuestra pareja por la calle (por algunas calles), sentir y amar en libertad, ser nosotros mismos. Gracias a quienes gritaron “basta” en 1969, hoy podemos casarnos con quien deseemos en varios países del mundo (sólo en algunos). Sufrieron mucho: soledad, discriminación, odio, agresiones, incomprensión, abandono familiar, ataques mediáticos, insultos. Sufrieron lo que muchos no hemos sufrido. Y por eso le debemos mucho. Hoy nuestra sociedad es más decente y más digna gracias a esos pioneros. Por eso, creo que es todo un acierto que la gran marcha del Orgullo de Madrid, la próxima semana, rinda homenaje a los mayores. Porque el recuerdo es imprescindible y porque gracias a ellos se han abierto muchos armarios, se ha avanzado en el camino, aún inacabado, de la igualdad.

Las manifestaciones del Orgullo regalan cada año imágenes conmovedoras, pero pocas lo son tanto como la mirada radiante de felicidad y emoción de personas mayores que recuerdan probablemente marchas del Orgullo mucho más minoritarias hace años. Esas personas pioneras que ven hoy a dos chicos besándose en la calle o a dos chicas marchando de la mano. Esas personas que tanto contribuyeron con su activismo a que hoy otros podamos gozar de derechos y libertades que ellas no tuvieron. Por eso, la defensa de los derechos LGTBI (que es la defensa de los Derechos Humanos) es, en primer lugar, un acto de defensa propia, pero también es una obligación con todas esas personas que, cuando aún no habíamos nacido, trabajaron por nuestra libertad y por nuestros derechos.

Medio siglo después del nacimiento de todo, el Orgullo sigue siendo imprescindible. El gran logro sería que algún año, al llegar el 28 de junio, se conmemorara todo lo avanzado, pero no fuera necesario reivindicar lo que falta por conseguir o defender lo que ya se ha conseguido y que algunos amenazan. No es el caso, lamentablemente. Tan absurdo como negar que hemos mejorado mucho es cuestionar la necesidad del Orgullo, los mil motivos que sigue teniendo esta fiesta reivindicativa. Por el partido de las tres letras, pero no sólo. Por el rebrote cercano de la homofobia “sin complejos” de algunos que en vez del armario se ven animados a salir de las cavernas, pero también por todas las personas que no tienen, ni por asomo, los mismos derechos que nosotros, sólo porque nacieron en otro país. Porque cada 28 de junio es obligado también recordar los más de 70 países que siguen considerando un delito la homosexualidad. Algunos de ellos la castiga con la pena de muerte. Por eso, en el Orgullo toca gritar por nosotros y por los que no pueden hacerlo. Toca reivindicar, no dar ni un paso atrás en casa, y a la vez luchar por que se den al fin pasos adelante en otras latitudes.

Si algo demuestra la victoria electoral de patanes retrógados como Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos es que no hay nada irreversible en materia de derechos. Por eso no se puede parar de luchar y por eso no hay que dar nada por descontado. Los derechos y las libertades se defienden ejerciéndolas. Y, frente a quienes añoran una sociedad en blanco y negro, tenemos como escudo los colores del arcoíris, alegres, luminosos, acogedores. Este día también resulta imposible no recordar a Pedro Zerolo y su defensa ante posiciones políticas intolerantes: “en mi modelo de sociedad cabe usted, pero en el suyo no quepo yo”. Porque, en el fondo, a eso se reduce todo. Lo que dice la bandera arcoíris ondeando en ayuntamientos, eso que tanto horroriza al partido de las tres letras, es que aspiramos a vivir en una sociedad donde todas las personas tengan los mismos derechos amen a quien amen, vivan como vivan y se diviertan con quien se diviertan. La sociedad que se reivindica en el Orgullo es una sociedad abierta, tolerante y plural, que es exactamente lo contrario que defienden quienes atacan esta fiesta y cualquier gesto público de compromiso con la libertad y la igualdad de las personas no heterosexuales.

Del partido de las tres letras quizá lo mejor es no hablar demasiado. Han elegido la semana del Orgullo para dejar clara su homofobia. Lo peor de esta formación, que es muy minoritaria en su odio hacia todo aquel que es diferente, es el modo en el que intoxica el debate público. De pronto, posturas que creíamos superadas, por aquello del respeto a los Derechos Humanos y de que vivimos en el siglo XXI, vuelven a salir a la luz. Y se debate sobre la denominación del matrimonio homosexual, como si hubiera algún debate posible sobre ello, retrotrayéndonos a hace más de una década. Y se defiende llevarse el Orgullo a la Casa de Campo, aunque sea, con mucha diferencia, la fiesta que más ingresos genera en Madrid, un emblema mundial indiscutible de la ciudad. Y se dice que la bandera arcoíris no puede ondear de edificios públicos, porque la bandera que nos identifica a todos es la española. Y se coquetea con prejuicios homófobos. Y todo aquel que pensaba (por decirlo de alguna manera, si es que a eso se puede llamar pensar) lo mismo que sostiene el partido de las tres letras, se ve legitimado a propagar su odio, ya no en voz baja, sino bien alto. Porque llega la hora de los políticos sin complejos, es decir, sin educación, y porque se puede sostener en público sin abochornarse toda clase de disparates. Ese es el auténtico problema de estas formaciones políticas. No es tanto que haya un tipo defendiendo que Elvis sigue vivo, es que ese tipo ocupa un cargo público, porque otros así lo han decidido otros con su voto, y tiene un altavoz inmenso para proclamar sus “ideas”. Y hay gente que se lo toma en serio y aplaude sus estupideces. Pues así, pero con derechos en vez de con teorías conspirativas.  

Ante el odio y las amenazas regresivas de unos pocos que prefieren una España en blanco y negro, la solución sigue siendo la misma: la diversidad y tolerancia absoluta del arcoíris. Ante sus provocaciones y sus estratagemas para exhibir su homofobia, pero tapándose un poco, más arcoíris, más mensajes nítidos en defensa de la diversidad, más visibilidad. Sería un error pensar que la historia sigue una línea recta de progreso y que los derechos se mantienen solos, sin defenderlos. Para eso está el Orgullo. Que tenga una vertiente festiva es magnífico. Que haya un componente comercial ya me gusta menos, pero también tiene su lado bueno, porque significa que para muchas empresas mostrar respeto a la diversidad afectivo sexual es algo positivo, que entienden que les dará buena publicidad, lo cual habla muy bien de la sociedad a la que se dirigen esas campañas. Pero el Orgullo es lucha y reivindicación.  No puede ser otra cosa. Así fue cuando nació hace medio siglo y así tiene que seguir siendo, porque las agresiones y discriminaciones homófobas siguen haciendo estrictamente necesario que así sea. Por nosotros y por todos los que hicieron el camino.

Comentarios

Carmen Rosique ha dicho que…
Bravo!!!!!!!!