Madrid

"Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor así, celoso", escribió Borges de su ciudad, Buenos Aires. A mí me ocurre algo parecido con Madrid, igual pero distinto. Adoro mi ciudad, me sé afortunado de ser de Madrid. No de haber nacido aquí, pura casualidad, sino de ser de Madrid, como es quien ha nacido en cualquier otra parte del mundo pero siente que aquí está su sitio. Porque amo Madrid, sí, pero me encanta que le guste a otras personas. Disfruto cuando veo las colas de turistas esperando a entrar en el Museo del Prado cuando salgo de trabajar. Me maravilla acompañar a amigos de fuera que adoran esta ciudad que lo tiene todo y que abraza a cualquiera. Aunque forma parte de la identidad de Madrid, esa que no existe, me sientan más bien mal los prejuicios absurdos y sin fundamento que circulan por ahí sobre esta ciudad abierta. Ya saben, el politiqueo, las miradas con anteojos, la pereza intelectual. No saben lo que se pierden alimentando estereotipos bobos de Madrid en vez de disfrutarla


Digo que la identidad de Madrid no existe y eso me encanta. Hoy es San Isidro y habrá chulapos y chulapas en la pradera, por supuesto. Pero aquí todas esas tradiciones, alegres, vistosas, lúdicas, son un motivo más para celebrar la vida y disfrutar. No hay sentimiento identitario alguno. No hay rigideces. No hay pasados gloriosos que reivindicar, cómo va a haberlos. No hay "nosotros" y "ellos". No hay nada de eso. Las tradiciones conviven bien con la modernidad de Madrid, esa ciudad que es, a la vez, todavía un poco pueblo según y cuándo, y a la vez gran ciudad. Mantiene Madrid, la Madrid moderna, la Madrid total, guiños al pasado, reductos calmados, aldeanos, de otra época. Pero no hay, ni por asomo, reivindicaciones identitarias alguna. Nadie es más de aquí por haber nacido aquí. En absoluto. Es madrileño nuestro amigo italiano que se enamoró de Madrid y se quedó aquí a vivir tanto como lo es quien procede una familia de varias generaciones de madrileños. 

Madrid es la mezcla de culturas y procedencias. Madrid no pregunta a nadie de dónde viene. Madrid está construida sobre la variedad, sobre la diversidad, sobre esa riqueza inigualable que da la convivencia de personas diferentes. Madrid somos los hijos y los nietos de quienes se mudaron del pueblo a la ciudad, a la gran capital, en busca de oportunidades laborales. Madrid son quienes llegan aquí de otros países. Madrid es el penúltimo local moderno de Malasaña y la tasca de toda la vida. Madrid es esa parejita de ancianos de pasea por Lavapiés al lado de personas de otras partes del mundo. Madrid es la familia de padre, madre e hijos que recorren las calles, y también la familia de una madre y un hijo, o de dos madres, o de dos padres. 

A Madrid llegan de todas partes, pero nadie se va del todo. Porque Madrid atrapa, fascina. Atrapa desde la libertad, desde la flexibilidad absoluta. Porque cada cual tiene su Madrid y todos viven juntos, más al lado que de espaldas. No es un amor celoso, como el que decía Borges que sentía por Buenos Aires. Madrid es más bien el amor libre. No te exige nada, no te pide nada, no te presiona. Madrid es la libertad por encima de todo. Madrid es el señor algo estirado que va a la oficina y el joven con rastas que ve pasar la vida a su lado. Madrid es el tipo que se pregunta dónde la contaminación, dónde, y que quiere ir en coche a todas partes, pero también el Madrid de quien comprende que cuidar el medio ambiente es cuestión de todos. Madrid, castiza y moderna, obstinada y abierta de mentes, con tentación de mirar por el retrovisor, pero avanzando siempre hacia adelante. Madrid es la cocina tradicional y la más moderna. Madrid es el plan muy caro, inalcanzable, de alto postín, y los mil planes baratos justo al lado. Madrid es el terraceo sin fin. Madrid es la luz y ese cielo que no encontramos por más que viajemos por todo el mundo. Madrid es sentirse madrileño se venga de donde se venga, se ame a quien se ame. 

Madrid lo aguanta todo. Madrid está por encima de todo, de politiqueos baratos, de ocurrencias, de batallas estériles. Madrid no entiende de candidatos a la alcaldía, ni de broncas políticas. Porque Madrid ha sido, es y será algo mucho más intangible, mucho más importante. A Madrid siempre le ha importado lo justo el poder, hablo del pueblo de Madrid, aunque a la vez acoge el poder. Madrid es una contradicción en sí misma. Madrid, con su vida nocturna hasta altas horas y sus madrugones. Madrid, capital del Orgullo LGTBI, de la libertad y la diversidad. Madrid, la villa y corte. Madrid, con sus tribus urbanas. Madrid, con mil caras. Madrid, tan diferente, tan total, tan única. 

Madrid es Libertad 8, templo de la canción de autor. Y la sala Galileo. Madrid es el Palacio, que siempre será el Palacio, lo patrocine quien lo patrocine, y sus conciertos memorables. Madrid es blanca y rojiblanca. Madrid es el asfalto y los árboles, Gran Vía y el Retiro. Madrid es perderse en la Cuesta Moyano, entre libros antiguos. Madrid son sus museos. Madrid es la variedad inmensa, casi agobiante, de planes de ocio. Madrid es sentirse libre. Madrid es ir de la mano de tu chico y devorarle a besos en la calle. Madrid es amor. Madrid es amistad. Madrid es viajar a la infancia cada Navidad, paseando por la Plaza Mayor y Cortylandia. Madrid es lo más moderno y lo más clásico. Madrid son las chulapas y los chulapos, pero también el último grito en el panorama musical. Madrid es el griterío político vacuo y la movilización social ejemplar. Madrid es capital del feminismo. Madrid son noches sin fin y mañanas templadas. Madrid es un anochecer desde el Templo de Debod. Madrid son las colas de los asistentes al Rey León en Gran Vía. 

Madrid es la mezcla de los musicales más comerciales y las obras de teatro en salas off más alternativas. Madrid es la Plaza de los Cubos y ese rincón cinéfilo por excelencia, con los Renoir, los Golem, la librería Ocho y Medio. Madrid es la expectación. Del siguiente concierto. Del siguiente plan. De la siguiente escapada. Del siguiente plan improvisado. Madrid es Atocha, donde uno siempre se baja. Madrid es maldecir Madrid, pero sólo a ratos, porque no podríamos vivir sin ella. Madrid es la belleza del Palacio de Cibeles, es descubrir callejones y rincones. Madrid es el barrio de las letras y la fuerza centrípeta que empuja a quienes somos de los barrios periféricos de la ciudad. Madrid es no sentir orgullo ni identidad alguna. Madrid es la variedad, la diversidad. Madrid nos da la vida. Madrid nos lo da todo y no nos pide nada. Madrid, a ratos, es la mejor ciudad del mundo. Madrid es donde crecimos, besamos, amamos, nos enamoramos, reímos, lloramos, disfrutamos. Madrid es donde todo puede suceder. Madrid es donde siempre volveremos, Madrid es de donde no nos iremos nunca. Madrid no es una ciudad. Madrid es Madrid. 

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