14 de julio

Aunque todo esté contado ya sobre un acontecimiento histórico, siempre se puede intentar mostrarlo desde un ángulo distinto, contarlo de una forma diferente. Es lo que se propone, y consigue con creces, Éric Vuillard en 14 de julio, su novela corta sobre la toma de la Bastilla que dio origen a la Revolución francesa en 1789. Todo se sabe ya de aquel día histórico, pero en esta obra el cómo importa más que el qué. Con un estilo ágil, alterna frases cortas con largas descripciones, pasajes de prosa inflamada con otros mucho más directos. Es una narración frenética y adictiva. El autor recrea la toma de la Bastilla, aquel hito, uno de los acontecimientos más importantes de la historia francesa y mundial. 


Vuillard publicó este libro antes de El orden del día, pero ha sido el éxito cosechado por ésta última novela, que ganó el prestigioso Premio Goncourt hace dos años, lo que ha permitido traer a España la versión del autor francés del 14 de julio. Desconozco si El orden del día es tan buena como señalan todas las críticas, la tengo pendiente, pero celebro que gracias a ella haya podido leer este magnético 14 de julio. En esta novela, editada por Tusquets, Vuillard le concede protagonismo a ciudadanos anónimos, de los que sólo se conserva un nombre y un oficio, como mucho, en los registros de aquel día de furia e ilusión, de descontrol y energías imparables, de sobresalto y golpe en el tablero de la Historia. 

En las primeras páginas, el autor recuerda la realidad francesa en los meses previos a la toma de la Bastilla. Por ejemplo, explica cómo se expropió a toda la población del antiguo pueblo de Versalles para la construcción del lujoso palacio levantado allí. O que la cámara del rey tenía por entonces cuatro relojeros, uno de ellos, dedicado solo a dar cuerda al reloj de muñeca del monarca. La opulencia de los monarcas chocaba con la pobreza de la mayoría de la población, que tenía dificultades incluso para acceder a alimentos de primera necesidad, como el pan. Esa desigualdad extrema, ese hartazgo del pueblo, fue el caldo de cultivo que propició la Revolución posterior. 

Se centra Vuillard en el día clave, en la jornada histórica en la que todo empezó, en la que París marcó el rumbo de la historia mundial. “Dicen que aquel día se juntaron cerca de doscientas mil personas en torno al monstruo, lo que representa la mitad de la ciudad, sin contar a los recién nacidos, los ancianos y los enfermos; es decir, que está todo el mundo. Debe de ser un gentío fabuloso, una especie de totalidad. Lo nunca visto. La totalidad se nos escapa siempre. Pero allí, aquella mañana, aquel 14 de julio, hay hombres, mujeres, obreros, pequeños comerciantes, artesanos, incluso burgueses, estudiantes; pobres; y no faltarán numerosos rufianes de París, atraídos por el desorden y por la increíble ocasión, pero quizá también, como todo el mundo, por algo más difícil de expresar, más imposible de perderse, más gozoso”.

Explica Vuillard, que dedica páginas enteras a recordar los nombres de algunos de los protagonistas aquella jornada, que la Bastilla había sido tomada en tres ocasiones antes, pero esta vez era diferente, porque “el 14 de julio de 1789, la que sitia la Bastilla es París”. Hay pasajes extraordinarios en esta novela breve, con un pulso frenético, el propio de esos contados días en lo que la Historia entera cambia de golpe. Por ejemplo, este: “¡Se ha tomado ya el puente levadizo de la Avancée! ¡Cae la Bastilla! Y la multitud avanza, avanza, en una formidable algarabía. Y Rousseau, François Rousseau, cuya maravillosa profesión es encender las farolas, no quiere quedarse al margen. No piensa siquiera en combatir, y como si la Bastilla fuera a caer sola, porque es lo que todos desean, avanza sin pensárselo, entre los demás, agarrado a la manga de Joseph Dumont: se deja llevar por la corriente”. 

O este otro pasaje, en el que, más que leer, uno vive directamente la toma de la Bastilla, y que resume bien esta obra tan corta como valiosa: “Una inmensa alegría se apoderó de la ciudad. La gente bailaba, cantaba, se reía. Los testimonios de ese día hablan de un ambiente delirante, exuberante, nunca visto. El júbilo. No se da todos los días, el júbilo. Y se expandió por doquier, ascendió por las avenidas, las calles serpenteantes, las escaleras ruinosas, penetró en los desvanes, saturó el río, hundió las puertas, cortó los puentes”.

Comentarios