Una tienda en París

Escribió Cioran que el amor parece una trivialidad sólo por culpa de quienes no han amado. Recordé esta frase, que le leí a Fernando Savater en una entrevista hace unos meses, leyendo Una tienda en París, de Màxim Huerta, una novela que trata, fundamentalmente, del amor, pero no sólo. Todo lo que este libro no tiene de original lo tiene de agradable de leer. No cambiará la historia de la literatura, cae en más de un tópico, pero es bella, se pasa un buen rato y, por momentos, emociona. No aporta nada sustancialmente nuevo, pero mentiría si dijera que no he disfrutado leyendo esta historia. 


La protagonista de la novela es Teresa, quien lleva una vida monótona, bajo el manto protector (o más bien opresor) de su tía Brígida, que fue quien la educó desde que murió su madre. Exigente, metomentodo, controladora, la tía no ha dejado a Teresa vivir en libertad. Siente que le falta algo a su vida y añora un amor del pasado, Laurent, un pintor de París que un buen día se marchó sin dar señales de vida desde entonces. Un encuentro casual con un cartel de madera: "Aux tissus des Vosges. Alice Humpert. Nouveatés", le remueve. No sabe por qué, pero siente que la respuesta a sus preguntas está en ese viejo cartel. 

El cartel, la energía que le transmite, lo que siente sin explicación aparente, le lleva a cambiar su vida. Ahí es cuando entra París, como la ciudad soñada, la de las nuevas oportunidades para Teresa. París, la ciudad luminosa, la de las esperanzas. París, siempre París. Sin desvelar detalles de la trama, el cartel sigue guiando a Teresa por la ciudad francesa, donde descubre una historia del pasado e indaga en la vida de esa Alice Humpert del cartel. 

Aunque hay momentos en los que resulta algo engolada, la voz narrativa de la novela es atractiva, más cuando es ligera, casi siempre, que cuando aparece algo recargada. Anima a seguir con la lectura, sobre todo cuando, a mitad de novela, entra en juego otro tiempo pasado, los felices años 20. Ahí llega uno de los mayores aciertos de la novela, porque, aunque muestra aquellos años con la luz de admiración con la que se les contempla siempre desde el presente, tampoco ahorra aspectos menos luminosos, sobre todo, para las mujeres. La resolución de la novela consigue sorprender e incluye algunas escenas de amor de esas que, citando a Cioran, sólo parecen triviales por culpa de los que no han amado, o que sólo lo son a sus ojos. Una novela, en fin, agradable de leer. Nada más. Y nada menos. 

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