Muerte en León

Empecé a ver Muerte en León, la serie documental de Justin Webster sobre el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, porque me habían hablado muy bien de esta producción. Sinceramente, me ha decepcionado. El caso conmocionó al país en 2014, cuando Carrasco fue asesinada en plena calle, en un famoso puente de León. Por el crimen fueron detenidas tres mujeres: Montsterrat González, su hija Triana Martínez y la policía local Raquel Gago. Las tres fueron condenadas por el asesinato, que, según los hechos probados, cometió la madre por el odio que tenía a Carrasco, quien aparentemente le había hecho el vacío a Triana en la ciudad. Raquel Gago fue condenada por encubrir el crimen, al guardar en su coche el arma del crimen, que Montserrat entregó a Triana poco después de cometer el asesinato y que ésta dejó en el coche de Raquel, quien defiende que se encontró con Triana de forma casual.  


Siento ir a contracorriente, pero no encuentro en el documental Muerte en León casi ninguno de los méritos que resalta la crítica. Para empezar, se me hace largo, muy largo. Se ha puesto de moda hacer documentales de más de un capítulo, pero pocas veces esta decisión tiene algún sentido narrativo. Esta no es una de esas veces, desde luego. No creo que la historia que cuenta este documental no se pueda contar de una sola vez y no con cuatro episodios. 

El caso es muy macabro, muy salvaje, porque Triana fue colaboradora de Isabel Carrasco, pero poco después se convirtieron en enemigas. Estremece escuchar a la madre de Triana, a Monstserrar, afirmar en el juicio que volvería a cometer el crimen, que no se arrepiente de nada, y que, cuando vio que Carrasco seguiría siendo presidenta de la Diputación de León y que seguiría al frente del PP de aquella provincia se convenció de que la única manera de acabar con la situación que sufría su hija era asesinar a la política. Es impresionante, por la frialdad con la que lo cuenta, como dándolo por hecho, creyendo de verdad que no le quedaba otra, que era lo que tenía que hacer por su hija y lo hizo. 

El caso, digo, es tremendo y tuvo amplia cobertura en los medios. Se habló de un estilo despótico y caciquil de mandar por parte de Isabel Carrasco. Se contó el enfrentamiento interno en el PP, ya que una parte del partido no la soportaba. Todo eso se contó en los medios. El documental muestra imágenes del juicio y, sorprendentemente, declaraciones a cámara de los abogados de todas las partes, del fiscal y hasta de algún juez que analizó el caso en segunda instancia. Ver a un fiscal, a jueces y a abogados haciendo elucubraciones ante una cámara, por cierto, es un espectáculo bastante lamentable. Además, se incluyen declaraciones posteriores de Triana y Monstserrat, desde la cárcel. 

Los mimbres, pues, son buenos. Pero el resultado deja mucho que desear. No sólo se hace largo, sino que hay algunos de sus capítulos, en especial el segundo, muy deslavazados. Se tiene por momentos la sensación de que no se sigue un orden lógico en la narración. Y, mientras, uno espera esa intriga enorme, esas incógnitas, esos claroscuros que se anuncian en el documental a bombo y platillo. Pero no se encuentran. Se ve a una madre y una hija muy compenetradas, a una dirigente política caciquil  y una Diputación presuntamente mal gobernada (qué novedad), a alguien que asesina a otra persona por un enfrentamiento personal entre ellas... Nada muy distinto a cualquier noticia que se encuentra en la sección de sucesos cada día. Todo parece sostenerse en la sospecha de cómo pudo una ama de casa como Monsterrat organizar un crimen así, como si hubiera tenido algún tipo de organización muy elaborada: la asesinó en plena calle e, insisto, las noticias de sucesos están llenas de casos así. 

Las dos únicas auténticas intrigas del documental se desvelan en el último capítulo, cuando ya han transcurrido más de tres horas de narración en los capítulos anteriores en las que las tentaciones de abandonar son cada vez más grandes. Estas intrigas son la procedencia del arma, de la que, por alguna razón, no se ha mencionado nada en las tres horas anteriores, y sobre un número de teléfono de la Diputación con la que, según el registro de llamadas de Triana, ésta mantenía una relación fluida. También se habla de la posible existencia de un novio de Triana que forma parte del PP. Y ahí queda todo. Insinuaciones sin base alguna, con cierto aire de teoría de la conspiración, y, además, con los dos únicos aspectos interesantes de verdad del documental relegados a los últimos 20 minutos. Ahora el director del documental ha decidido rodar una segunda parte, Muerte en León. Caso cerrado, pero ya anuncia que de caso cerrado, nada, porque la intriga en torno a ese número de teléfono sigue ahí. Al menos esta segunda parte, según parece, es de sólo un capítulo. 

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