El mundo

Cada vez que leo un artículo o un libro de Juan José Millás recuerdo la pasión con la que hablaba del escritor mi profesor de Lengua y Literatura en bachillerato. Nos transmitió una devoción por su obra, su ironía, ese juego de espejos entre la realidad y la ficción, o entre la realidad que se ve y la que se vive. Hace unos días, en una de esas encantadoras tiendas de libros de segunda mano en las que estaría horas recorriendo las baldas, encontré El mundo, de Millás. Recordar esas palabras fascinadas del profesor sobre la voz narrativa de Millás y comprar el libro fue todo uno. He disfrutado mucho de este relato autobiográfico, de un niño de una familia humilde que veía su calle y, en ella, veía todo el mundo. 


Lo mejor de Millás está en este libro. Esas frases contundentes, tan sentenciosas. Esa naturalidad con la que introduce elementos fantásticos en sus relatos, la forma de hablar con el mismo tono de lo real y de lo sobrenatural o ficticio. Y también ese mimo a las palabras, esa sensación de que cada página, cada párrafo, cada frase, están creadas con la delicadeza de un artista que haya esculpido las palabras, poniendo mucho cuidado en elegir las adecuadas para cada situación, para cada relato. 

Si subrayara cada frase deslumbrante de El mundo, agotaría pronto la tinta del bolígrafo y quedaría hecho un asco el libro, porque pocas frases quedarían sin ser destacadas. Por ejemplo, ésta: "Yo estaba obligado a contar la historia del mundo, es decir, la historia de mi calle, pues comprendí en ese instante que mi calle era una imitación, un trasunto, una copia, quizá una metáfora del mundo", o esta otra "cuando yo nací, el mundo no estaba roto todavía, pero no tardaría en estarlo". 

El libro comienza con la infancia del narrador, que se llama Juanjo y se apellido Millás, como el escritor de la novela, que escribe libros, igual que éste, pero que es un personaje de ficción, porque la literatura tiene sus propios códigos. Incluso aunque todo lo que se cuente en el libro ocurriera de verdad, está tamizado por la voz tan personal de su autor, por su forma inimitable de mirar el mundo, por sus elucubraciones maravillosas, por la certeza con la que descubre otros mundos y otras realidades en la fría y gris realidad. Esa infancia está marcada por el frío. "En el principio fue el frío. El que ha tenido frío de pequeño, tendrá frío el resto de su vida, porque el frío de la infancia no se va nunca". Después cuenta el autor que "se daba el caso de tener la cara ardiendo y la nuca helada, o al revés. Era un mundo hecho a la mitad: teníamos la mitad del calor que necesitábamos, la mitad de la comida y el afectado que necesitábamos para gozar de un desarrollo normal, si hay desarrollos normales". 

Nada hay "normal", ese adjetivo inmundo, en los elatos de Juan José Millás. En este libro todo tiene esa luz especial, como deslumbrada, como febril, de lo que cuenta el autor, desde su afición, precisamente, a los periodos de fiebre, que le alejaban de la realidad, hasta episodios extraños que narra sin que quede claro si ocurrieron de verdad o sólo en su imaginación y, sobre todo, que poco importa que ocurrieran o no en la vida real. Un libro muy disfrutable, en el que la prosa de Millás y sus realidades paralelas permiten disfrutar de lo que dan de sí las palabras cuando se juega con ellas. 

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