El odio mata

Un supremacista blanco asesinó ayer a 49 personas en dos mezquitas de la ciudad neozelandesa de Christchurch. Un crimen racista, repugnante y cobarde. Una atrocidad salvaje e irracional. Un acto asesino contra personas inocentes, que este tipo odiaba por su religión. El atentado conmocionó a Nueva Zelanda, un país desacostumbrado a estos viles actos terroristas. La primera ministra del país, Jacinda Ardern, declaró que el de ayer fue uno de los días más oscuros de la historia de Nueva Zelanda y transmitió sus condolencias a las familias de los asesinados. Pero dijo algo más, algo que conviene escuchar. 


"Eligieron a Nueva Zelanda como su hogar y lo es. Ellos son nosotros... Somos una nación de 200 etnias, 160 lenguajes y valores comunes", afirmó. Fueron palabras de tolerancia y respeto que resonaron con fuerza en un día de tanto odio, de tanta vileza. Reivindicó la diversidad y condenó la ideología del energúmeno que asesinó a 49 seres humanos inocentes. Una ideología, lamentablemente, en auge en Europa. Lamentablemente, crímenes como el de ayer nos recuerdan algo que es evidente: el odio mata. El racismo mata. El desprecio al diferente mata. Ese veneno que de forma tan irresponsable y repugnante inoculan en la población políticos impresentables mata

El odio mata, sí. La extrema derecha mata. Lo ocurrido en Nueva Zelanda es de una crueldad inimaginable. No decimos, claro, que cualquier comentario racista conduzca a lo ocurrido ayer en aquel país. Pero sí que lo sucedido ayer no es la obra aislada de un tipo desequilibrado. Tristemente, es algo más inquietante que eso. Es el último eslabón de una cadena. Los comentarios xenófobos , las políticas xenófobas, la indiferencia ante las injusticias xenófobas, crean el caldo de cultivo ideal para que tipos como el que ayer asesinó a 40 personas dé un paso adelante, para proteger a la raza blanca y toda esa basura racista. 

El crimen de Nueva Zelanda es obra de este energúmeno que se proclama supremacista blanco. Sólo de ese tipo. Pero nos apela a todos. Es una atrocidad salvaje construida sobre la base del racismo, del odio al diferente. Y esas "ideas", lamentablemente, están cada vez más extendidas en Europa. Esa Europa que mira hacia otro lado ante el drama de los refugiados. Esa Europa en la que partidos de extrema derecha que asientan en el racismo sus propuestas políticas y que agitan los instintos más bajos de la población suben como la espuma. Esa Europa en la que muchas personas, demasiadas, compran con facilidad la falacia de que sus males son culpa de quienes vienen de fuera. Esa Europa en la que se habla de mano dura contra los inmigrantes, esas personas que no tienen nada y buscan sólo una oportunidad para seguir viviendo. Esa Europa en la que, más a menudo de lo deseable, hay gente que asocia Islam con terrorismo. Esa Europa que tiene miedo al diferente, como si no se hubiera construido sobre la diferencia, como si no estuviera sobradamente acreditado que las sociedades diversas y multiculturales son inmensamente más ricas. 

El terrible asesinato de ayer nos recuerda que el odio mata, que no hay palabras gratuitas. No sale gratis que un partido político centre su campaña en el miedo al diferente, al que habla otro idioma, o tiene otro color de piel o reza a otro dios, o no reza a ninguno. El racismo, ese que empieza con pequeños comentarios sin importancia, el que lleva a pensar eso tan obsceno de "los españoles primero", el que ha llevado a un patán xenófobo a la Casa Blanca y el que agitan sin pudor partidos extremistas en Europa, es peligroso. Porque destapa actitudes que destrozan la convivencia social. 

El asesino supremacista de Nueva Zelanda retransmitió en directo por las redes sociales su matanza, lo cual nos lleva una reflexión necesaria y postergada: el papel de altavoz de ideas extremistas que juegan las redes sociales. No es sólo que YouTube y otras plataformas sigan alojando contenidos racistas, homófobos y machistas, es que hay medios "alternativos" dedicados a difundir mentiras y mensajes del odio. Nunca tuvo tan fácil un racista fanático de extrema derecho ponerse en contacto con otros energúmenos como él y difundir su mensaje. Nunca fue tan sencillo propagar el odio. La única respuesta éticamente posible al odio es la que dio ayer la primera ministra de Nueva Zelanda: defensa cerrada de la diversidad, porque las "ideas" del asesino de ayer no pueden ganar, porque su mundo reducido y lleno de fanatismo sería inhabitable, porque no existe ni puede existir. Maldito sea el odio y todos los que lo propagan con una repugnante frivolidad. 

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