Civismo, derechos y leyes

Decenas de miles de personas se manifestaron ayer en Madrid en defensa de la independencia de Cataluña y de los políticos que están siendo juzgados por el Supremo estos días. La manifestación transcurrió, naturalmente, sin incidentes. Uno preferiría que el conflicto político en Cataluña no estuviera tan enquistado y desearía que la irresponsabilidad de los políticos, de aquí y de allí, quedara atrás y se buscaran soluciones. La situación dista mucho de ser ideal y cada día nos alejamos un poco más de un acuerdo, porque hay demasiados líderes políticos que prefieren la confrontación al entendimiento. Muchos de los mensajes lanzados ayer por los manifestantes tienen poco sustento en la realidad. Pero, siendo todo eso así, la tranquilidad con la que se desarrolló la manifestación de ayer es un síntoma de civismo y normalidad democrática. 
Pasear ayer por Madrid y encontrarse con personas con lazos amarillos haciéndose fotos en la Puerta del Sol o paseando por Gran Vía, con absoluta normalidad, era algo obvio, no podía ser de otra forma. Pero me gustó verlo. Me gustaría más, insisto, que este conflicto político estuviera resuelto, pero celebro vivir en una ciudad que acoge toda clase de reivindicaciones legítimas sin el menor problema. Insisto, es algo obvio, pero de vez en cuando, en medio del fragor de la confrontación política y los gritos exaltados, no está de más remarcarlo. No pasó nada, por supuesto. Qué iba a pasar. Nadie increpó a los manifestantes y todos los manifestantes marcharon por Madrid de forma absolutamente pacífica.

Esa normalidad de ayer, la única posible, pone difícil al independentismo defender que Madrid es la capital de un Estado opresor. Porque no hubo ni rastro de opresión en la marcha de ayer. Obviamente. Autoridades catalanas, empezando por el president Torra, y ciudadanos de a pie se manifestaron por el centro de Madrid con lazos amarillos, que critican la prisión preventiva de más de un año de los líderes independentistas, y con esteladas, que reivindican la independencia de Cataluña. 

La democracia española tiene múltiples defectos, pero obstaculizar el derecho de manifestación no es uno de ellos. Lo que no está tan claro es que no haya políticos que quieran restringir este derecho. Javier Maroto, del PP, dio a entender ayer que si Pablo Casado gobernara el país algo como lo de ayer, es decir, una manifestación libre y perfectamente legítima, no volvería a ocurrir. Fue la única salida de tono del día. Los manifestantes lanzaron sus mensajes, los que quisieron, tan disparatados o radicales como se quiera, pero de forma pacífica. Y nada les dijeron las muchas personas que vieron ayer pasar a los independentistas por la calle que creen que sus ideas son impresentables. Eso es civismo y democracia. Lo que propone Maroto, no. 

Hay otras dos obviedades respecto a la manifestación de ayer, al margen de las más evidentes: que en España existe el derecho a la manifestación, gracias a esa Constitución que tanto dicen defender los nacionalistas españoles y que tanto dicen que les oprime los independentistas catalanes. La primera de esas obviedades es que se puede cambiar cualquier ley, pero por los cauces legales. No es ilegal ser independentista ni defender una organización territorial distinta a la actual. No hay nada ilegal en ello. La democracia acoge todas las ideas, incluidas las que quieran un cambio en el modelo de Estado, naturalmente. Pero lo que no se puede hacer es saltarse la ley e intentar imponer la voluntad de una mitad de la sociedad sobre otra, que es exactamente lo que están haciendo los líderes independentistas. 

Y última obviedad: los líderes políticos catalanes que están siendo juzgados estos días en el Supremo no están encausados por ser independentistas, sino por, presuntamente, haber incumplido la ley. No se trata de sus ideas, se trata de sus delitos. Otra cosa distinta es que no esté nada claro que ese delito sea rebelión o que el tiempo de prisión preventiva esté siendo excesiva, o que un problema político se deba resolver por vías políticas. Lo que ocurrió ayer en Madrid fue un acto de libertad de expresión y de derecho de manifestación, como el de Colón de hace unas semanas, por ejemplo. Que el sarampión de banderas, estas o las otras, se nos indigeste no significa que sus portadores no tengan derecho a expresar sus ideas en la calle con libertad. Se llama democracia. 

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