"Green Book" y "Roma" triunfan en los Oscar

A Roma, de Alfonso Cuarón, le jugaron anoche una mala pasada las expectativas. Otra vez. Muchos espectadores disfrutamos del filme y consideramos que es magnífico, excepcional, incluso, pero no esa obra maestra incuestionable de la que hablaron las críticas. Las mismas expectativas que juegan en contra de la cinta entre muchos espectadores, que se animan a verla esperando encontrar una de las mejores películas de todos los tiempos, llevan hoy a algunos medios a afirmar que los tres Oscar conquistados anoche por la película mexicana producida por Netflix son una decepción. 


Sinceramente, no creo que sea decepcionante, sino más bien un éxito innegable. Cuarón recibió el Oscar a mejor dirección, un reconocimiento incuestionable a su talento y al modo en le que volcó los recuerdos de su infancia y su maestría detrás la cámara, y también el de mejor fotografía, incuestionable por la belleza de cada plano, y el de mejor película de habla no inglesa. Un éxito sin paliativos, siempre que le demos a los premios la importancia que no tienen. No quiero que esto sea como un disclaimer recurrente, pero conviene recordarlo, sobre todo, al leer ciertas críticas hiperventiladas sobre el veredicto de la Academia de Hollywood. Los premios son sólo eso, unos galardones que votan un puñado de personas. Nada más. Punto. No tienen mayor importancia, en realidad. Y, desde luego, no determinan la calidad de las películas. El cine va de otra cosa. Afortunadamente. 

Roma, pues, no hizo historia convirtiéndose en la primera película rodada en español que gana el Oscar a la mejor cinta. Tampoco permitió a Netflix llevarse su primera estatuilla al mejor filme del año. Pero Hollywood no dio la espalda a la hermosa película de Cuarón. Sería absurdo afirmar tal cosa, cuando se lleva tres galardones, incluido el de mejor dirección. Por cierto, lo que hasta hace no tanto era anómalo, que los Oscar a la mejor película y a la mejor dirección recaigan en cintas distintas, va camino de convertirse en una tradición. En este caso, reconoce la apuesta más personal e intimista de Cuarón, rodada en español y producida por Netflix, sí, pero sobre todo, una muy buena película (víctima en ocasiones de las expectativas desaforadas creadas por otros). 

Esta vez fue reconocida como la mejor película del año Green Book, que para no pocos críticos tiene dos pecados imperdonables: dejar a Roma sin el premio gordo y apelar a los buenos sentimientos. Este segundo parece, a tenor de algunas críticas, gravísimo. Al parecer, que una película esté hecha para gustar y emocionar al espectador, y que lo consiga, es algo que está fatal, que no se puede perdonar, y mucho menos premiar en los Oscar. Claro que Green Book no es una obra maestra, pero a lo mejor podemos empezar a darnos cuenta de que no se rueda una obra maestra cada año, sino más bien cada década. Es una cinta amable y previsible, sí. ¿Y qué? Consigue lo que se propone. Y, además, ofrece recitales interpretativos, como el de Mahershala Ali, que ganó el Oscar a mejor actor de reparto. El Oscar a mejor actriz fue para Olivia Colman, por su papel en La favorita, que se llevó sólo uno de los premios a los que aspiraba. 

La película con más Oscar fue Bohemian Rhapsody, otro disgusto enorme para buena parte de la crítica. El filme que recuerda la vida de Freddie Mercury se llevó los premios a la mejor edición de sonido mejor montaje, mejor mezcla de sonido y mejor actor, por la excepcional interpretación de Rami Malek. Quienes disfrutamos mucho con esta película, al margen de las licencias cronológicas que se tome, celebramos el reconocimiento, pero gozaríamos exactamente igual el filme si no se hubiera llevado ningún premio anoche 

Una de las muchas polémicas previas a los Oscar este año fue la idea de la Academia, descartada después, de entregar un Oscar a la película más taquillera o con más éxito entre el público. Los críticos de esta idea afirmaban, con razón, que parecía un movimiento para premiar sí o sí a los grandes estudios y que los galardones ayudan más al cine si reconocen a las mejores películas, sin más, al margen de su presupuesto y su trama. Paradójicamente, ayer la película con más Oscar fue también la que más ha triunfado entre el público, con un taquillazo de escándalo. El gusto de los académicos y el del público coincidió esta vez, al parecer. Menos mal que los críticos ceñudos toman nota de cada injusticia histórica de los Oscar y deciden sin atisbo de duda quién merece y quién no ser reconocido con estos premios. 

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