Viena estrena 2019 con valses y polcas

50 millones de personas de 90 países países del mundo comenzamos ayer el nuevo año a ritmo de valses y polcas. El concierto de cada 1 de enero de la Filarmónica de Viena en la Sala Dorada de la Musikverein volvió a estar compuesto, sobre todo, por valses y polcas, con el tradicional dominio de la familia Strauss. La mejor forma de empezar 2019. Un oasis de belleza y armonía. Es el concierto de los conciertos, el más importante del mundo, como lo definió Martín Llade, que por segundo año comentó el concierto en TVE, con unos comentarios precisos. Suya es la frase "Strauss será el champán de la música, pero Mozart es el chocolate" o esta otra, ya en la despedida, cuando pidió escuchar música y, si no, imaginársela.



Esta vez el concierto estuvo dirigido por Christian Thielemann, el primer alemán en tener tal honor. Sus ideas políticas provocaron cierta polémica, pero así como la vinculación pasada de la Filarmónica de Viena y de este concierto con el nazismo no desluce un ápice la belleza de sus interpretaciones, tampoco importa demasiado a los efectos artísticos las ideas políticas presentes de su director. Nos podrá parecer, y nos parece, reprobable su apoyo a grupos extremistas antiinmigración en Alemania, pero ayer se trataba de otra cosa. Con sobriedad, pero también con algún guiño y con alguna que otra sonrisa que se le escapó durante las más de dos horas de concierto, Thielemann dirigió con buen pulso a la filarmónica más famosa del mundo. Los que saben de esto dicen que cumplió con nota. 

El concierto de año nuevo, que siempre es más que un concierto, tuvo ayer una decoración especialmente colorida, como con una vestimenta floral especial para celebrar los 150 años de la Ópera de Viena y de las primeras relaciones diplomáticas entre el imperio austrohúngaro y el japonés.  Ambas efemérides marcaron el concierto de ayer, tan bello y armónico como siempre, más necesario que nunca, para conjugar la grisura del mundo y todos los nubarrones en el horizonte de este 2019, que no son pocos. De nuevo, una exquisita realización televisiva captó cada detalle de la Sala Dorada de la Musikverein vienesa. 

El vals Transacciones, de Josef Strauss, estuvo acompañado en la emisión televisiva por imágenes de jardines japoneses, para celebrar ese hito diplomático. En la primera parte del concierto se pasó de la delicada Danza de los duendecillos, de Josef Hellmesberger hijo, a la frenética polca rápida Exprés, de Johann Strauss hijo. Concluyó ese primer tramo con Franqueo extra, de Eduard Strauss, tan rápida como sugiere su título. Después fue el turno del descanso, que en televisión sirve para emitir un documental sobre Viena. Esta vez, claro, sobre su ópera, en su 150 cumpleaños. No hubo rincón de ese templo artístico con el que no se recreara la realización, que mostró ensayos y momentos de montaje del escenario para distintas óperas. 

La segunda parte del concierto comenzó con la obertura de la opereta El barón gitano, y después llegó el turno de Vida de artista, de Johann Strauss hijo, que se enriqueció con escenas de ballet en la Ópera de Viena. Tras La Bayadera llegó el maravilloso vals Eva, del que dijo Martín Llade que sale de "otro de los gloriosos fracasos de Johann Strauss hijo, porque sale de una ópera, Caballero Pasmán, que fue masacrada por la crítica. También Zarda tuvo acompañamiento del ballet, que llevó la pieza a otra dimensión de hermosura. Quizá la que más me gustó de todas fue Marcha egipcia, en la que cantaron los miembros de la Filarmónica de Viena. La polca mazurca Elogio a las mujeres sirvió para recordar cómo hasta 1997 ninguna mujer pudo formar parte de la Filarmónica de Viena. Hoy se está aún lejos de la igualdad, pero el 20% de sus miembros de pleno derecho son mujeres. Ninguna mujer ha dirigido aún el concierto, en sus 79 años de historia. En 2020 el encargado de tal función será el director letón Andris Nelsons. 

Acabó el concierto oficialmente con Música de las esferas, de Josef Strauss, en la que la realización televisiva intercaló imágenes de los músicos con otras de bosques nevados. Pero quedaban las tres propinas de rigor. Primero, la polca rápida A paso de carga, y después, los dos clásicos con los que se despide siempre el concierto que abre cada año: el Danubio Azul y la Marcha Radetzky, que puso a dar palmas al público asistente y a todos los que seguimos el concierto por televisión, decididos a dejarnos envolver por la belleza y la energía de la Filarmónica de Viena. 

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