El amor menos pensado

La carrera de Ricardo Darín tiene obras maestras indiscutibles, como Nueve reinas o El secreto de sus ojos, y grandes películas, algunas recientes, como Relatos Salvajes, Truman o Todos lo saben. Pero, lógicamente, también hay otro grupo de cintas más olvidables, en las que el actor brilla, como siempre, pero en las que a la historia le falta algo. Creo que El amor menos pensado, de Juan Vera, es de estas últimas. No es, ni de lejos, una de las mejores películas de Darín. Es una cinta amable, que se deja ver, y con un muy interesante mensaje de fondo, pero también tiene problemas de ritmo (se puede contar la misma historia en menos tiempo), el guión resulta endeble en ocasiones y la historia es demasiado previsible. 

Comienza el filme con Marcos (Ricardo Darín) leyendo el comienzo de Moby Dick, que asocia con lo que le ocurrió a su relación con Ana (inmensa Mercedes Morán), cuando su hijo se marcha a estudiar a España. Ese pasaje del clásico universal es fabuloso: "Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda". Así empieza esa novela y así empieza El amor menos pensado, en la que Darín da vida a un profesor universitario especializado en literatura y que reflexiona sobre las grandes pasiones humanas plasmadas en las novelas. 


Darín, que habla a la cámara, rememora lo que ha pasado en esa relación en los últimos años. Ambos despiden emocionados a su hijo en el aeropuerto, que se marcha a España a estudiar. Ellos se quedan solos y pronto pasan de una cierta alegría y orgullo por haber conseguido darle a su hijo una oportunidad a algo así como el síndrome del nido vacío. Y, luego, a algo bastante más profundo. La salida de su hijo del hogar pone patas arriba su relación y les lleva a replantearse su vida. La cinta plantea preguntas sin duda interesantes. ¿En qué se convierte el amor con los años? ¿Cómo combinar la tranquilidad que aporta el hogar con las ansias de libertad que, como en Moby Dick, a veces le empujan a uno a romper con todo? ¿Es la vida un permanente estado de insatisfacción en la que el ser humano anda siempre deseando justo aquello que no tiene y menospreciando el valor de lo que sí tiene? 

El planteamiento es acertado, hace las preguntas adecuadas y ofrece buenas respuestas. El problema, o uno de ellos, es que la película suena a algo ya visto. No hay nada realmente rompedor en la historia de una pareja que, en la madurez, ante determinado evento importante en su vida, se replantean su relación. Y tampoco es del todo novedoso que se plasme en pantalla la confusión de alguien cuando se separa, lo desnortado que está. El tono del filme, siempre con el humor como válvula de escape, resulta atractivo. Pero, de nuevo, falta algo y el metraje de la película, de 136 minutos, no ayuda. Quizá lo mejor del filme es el tramo en el que (pequeño spoiler) ambos personajes están bastante perdidos. Hay alguna escena hilarante, como sendas citas surrealistas. 

Darín, que también es productor de este filme junto a su hijo, Chino Darín, y Morán, siempre impecable, se encuentran cómodos en sus personajes y eso se nota y se agradece. El filme es agradable y se pasa un buen rato. No perdurará demasiado en el recuerdo del espectador, pero ofrece unas cuentas escenas divertidas y ayuda a desmontar ese mito del amor romántico, lo cual siempre es bienvenido. Eso y Darín, claro. Siempre Darín. Su última película, independientemente de su trama y de todo lo demás, es siempre una cita obligada, eso que hoy, invadidos de anglicismos y de estupidez, algunos llaman "un must". 

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