40 años de la Constitución

La Constitución cumple hoy 40 años y quizá la mejor manera de valorar esta efeméride sea intentar comparar cómo era España en el año 1978 y cómo es hoy. Y, a pesar de todo (y todo es mucho, muchísimo, en ocasiones), la balanza se inclina claramente hacia la sociedad de hoy. La confrontación política se hace insufrible, sobre todo cuando se ven más bomberos pirómanos a izquierda y derecha que personas decididas de verdad a intentar rebajar la tensión. Las secuelas de la crisis económica, de la que tantas personas no han salido ni por asomo, siguen ahí. La crisis independentista en Cataluña ha intoxicado la convivencia mucho más de lo que reconocerían los nacionalistas catalanes, y ha despertado bajos instintos en el resto de España mucho más de lo que reconocerían los nacionalistas españoles. A la Constitución se le empiezan a ver las costuras. Hoy todo se pone en cuestión, y en muchos casos, con razón... Pero, quizá, hoy toque más mirar en perspectiva cómo ha cambiado España en estos 40 años. Y, desde posiciones más o menos críticas, es difícil rebatir unos cuantos avances.


En España hoy hay machismo. Mucho. Pero hasta la reinstauración de la democracia, concretamente hasta 1981, las mujeres no podían abrirse una cuenta bancaria o cobrar su salario sin el permiso de su marido. La ley del divorcio llegó también ese año. ¿Significa esto que debemos caer en la complacencia y mirar hacia otro lado ante las innegables desigualdades que persisten? No. Y menos aún cuando el patriarcado se rearma aprovechando cualquier ocasión para combatir el feminismo, porque donde sólo hay defensa de la igualdad real de derechos entre hombres y mujeres, demasiadas personas ven una amenaza. No hay que dedicar más de cinco minutos a repasar todo lo que hemos avanzado, porque el esfuerzo se debe centrar en todo lo que queda por avanzar. Pero no sería justo negar que en estos 40 años de Constitución la situación de la mujer ha mejorado en nuestro país, sin ser aún ni mucho menos perfecta. Aunque sólo sea para coger impulso para el largo trecho en el camino de la igualdad.


Las personas no heterosexuales pueden contraer matrimonio en España desde el año 2005. Antes eran perseguidas y encarceladas. Las primeras marchas del Orgullo eran minoritarias, porque sólo unos valientes se atrevían a salir a la calle a mostrar otras formas de amar y de vivir en libertad. Por supuesto, que hoy España esté mucho más avanzada en el respeto a lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales no significa que todo el trabajo esté hecho. Peor aún, no significa que no nos enfrentemos a retrocesos y amenazas serias. Porque están ahí, agazapadas, a la vuelta de la esquina. Sigue habiendo agresiones en las calles, siguen existiendo los armarios para ocultar sentimientos por miedo al qué dirán, hay partidos políticos empeñados en volver a los años 70, el papa más progresista de la historia dice que la homosexualidad es una moda... De nuevo, reivindicar todo lo que queda por mejorar no es incompatible con asumir que España ha avanzado mucho en estos años. 

También el reconocimiento de la diversidad cultural y lingüística de España llegó con la Constitución. De nuevo, ¿significa eso que ya está todo avanzado y que no hay incomprensibles odios a idiomas cooficiales en España, que no persisten posiciones extremistas que son incapaces de ver el catalán o el euskera como una riqueza española en vez de como idiomas que les provocan urticaria? Claramente, no. ¿Significa esto que las mismas actitudes que se tildan de repugnante nacionalismo cuando viene de los otros se considera patriotismo cuando es uno el que lo siente? Claro que no. Pero no estaría tampoco de más que las personas que defienden, legítimamente, la independencia de Cataluña o una mayor autonomía en cualquier otra región recuerden cuál era la situación de sus tierras antes de la Carta Magna. 

Y podríamos seguir con muchas otras cuestiones. Ha habido avances innegables. España era un país en blanco y negro, una gris anomalía en Europa. Y hoy, aunque tanto nos cueste verlo a veces (y bendito sea siempre ese espíritu crítico), España es un país muy homologable en muchos aspectos a otros países europeos. Negar todo esto parece absurdo. No conduce a nada. Porque es falsear la realidad. Esto no significa que la transición fuera un periodo impecable y sin fallos. Ni que no se pueda (o incluso se deba) defender una reforma constitucional. Ni que el modelo de Estado que se aprobó en aquella Constitución deba seguir siendo el mismo por los siglos de los siglos. Ni que la visión más dulce de estos 40 años y de la Constitución se corresponda poco con la realidad. Y, sobre todo, eso no significa que no haya muchos retos por delante y multitud de problemas. Pero, quizá, hoy sí puede ser un día para ver con perspectiva todo lo avanzado y dedicar un ratito a salir del embrollo político y del griterío diario, aunque sólo sea un rato, aunque no valga para nada, aunque los riesgos y las amenazas sigan ahí.

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