El ángel

La abrumadora avalancha de estrenos cinematográficos de las últimas semanas impide estar al día de la cartelera incluso al más convencido cinéfilo. Por una parte, por supuesto, es bienvenida la diversidad, tener donde elegir. Pero, por la otra, es muy posible que a uno se le escapen magníficas películas, ante tal aluvión de novedades. Creo que es lo que está pasando en España con El Ángel, de Luis Ortega. Para mí, una de las películas más hipnóticas y cautivadoras del año, que arrasó en taquilla en Argentina y que está teniendo un paso discreto por las salas españolas

La película narra la vida de Carlos Robledo, Carlitos, un joven que roba desde pequeño. Porque sí. No es un chico marginal, ni tiene problemas en casa, ni se ve abocado a la delincuencia por la falta de oportunidades. Nada de eso. Roba. Porque es su naturaleza. Desde siempre. Porque le gusta. Porque lo asocia a la libertad. Porque no cree en la propiedad privada, en "esto es tuyo y esto es mío". Roba. Roba compulsivamente. Lo necesita. No roba para él, ni para enriquecerse. No es avaricia. No hay razón alguna. Es su instinto indómito y destructivo. 


Sus padres lo cambian de escuela, para intentar enderezar su vida, para que deje atrás su afición por lo ajeno. Pero ocurre más bien lo contrario, porque Carlitos (Lorenzo Ferro) conoce en la escuela a Ramón (Chino Darín). Verlo, sentirse atraído por él y deslizarse hacia el precipicio es todo uno. Carlitos tiene una cara angelical, parece el hijo perfecto, el buenazo, el sensibe. Pero roba y pronto hace algo más que robar, mucho más, sin inmutarse. Y cuanto más salvajadas hace, cuanto más avanza en el camino de la perdición, más hipnótico resulta su personaje, más magnético. No porque despierte simpatía, claro. Sus actos son repulsivos, pero uno no puede dejar de mirar la pantalla. Es una película de cerca de dos horas que se ve sin parpadear, con un ritmo extraordinario, una banda sonora que se queda martilleando en la cabeza y unas interpretaciones formidables. 

Media película es el trabajo impecable de Lorenzo Ferro, que brilla en su primera película. Además de un parecido físico asombroso con el Carlitos de verdad, hoy el preso que más tiempo lleva en la cárcel en Argentina, el delincuente más famoso de aquel país, Ferro aporta una autenticidad formidable a su personaje. Desde sus andares, libres, despreocupados, amenazantes, hasta sus miradas. Logra transmitir la ambigüedad sexual del personaje, la tensión sexual que siente por Ramón, siempre sutil, siempre más sugerida que explicitada. Esa relación entre ambos protagonistas, compleja, turbia, oscura, es la otra mitad de la película. Y funciona a la perfección la química entre ambos. Lorenzo Ferro deslumbra, hace una de esas interpretaciones que no se olvidan, pero Chino Darín también está a la altura de su compañero de correrías. 

Un chaval atractivo de clase media al que no le falta de nada y que no tiene ninguna necesidad básica sin cubrir, ni tampoco ninguna motivación política para sus actos, se dedica a robar y a matar sin escrúpulos. No siente nada. Va en su naturaleza. "¿Tú crees que una persona normal haría lo que tú has hecho?", le preguntan en un momento del filme. "Sí", responde tras pensarlo unos segundos. Y en ese diálogo perturbador se resume el espíritu perturbador e inquietante del filme. Carlitos no siente nada ante el horror que provoca, ante sus actos delincuentes, pero luego disfruta de la música (impagables las escenas de él bailando), siente una atracción fortísima, pero siempre ambigua y nada explícita por su compañero. Hasta se emociona con algunas canciones. Y es tierno y sensible en la relación con su madre. Hay algo de placer culpable en esta cinta, porque lo se ve en pantalla no deja de ser espantoso, la acción descontrolada de un personaje violento y destructivo que causó mucho daño en la vida real. Pero no se puede dejar de mirar la pantalla, con confusión y asombro por la frialdad del protagonista, de ese "extraño del pelo largo", como dice una de las canciones que suenan en el filme. Una cinta extraña, radical, irresistible, producida, por cierto, por El Deseo, de los Almodóvar, quienes ya han dado incontables muestras de su buen criterio a la hora de confiar en proyectos potentes a aquel lado del Atlántico. Sería una pena que el aluvión de estrenos de cine de las últimas semanas dejara a muchos amantes del buen cine lejos de El ángel, una de las mejores películas del año. 

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