Dos Cataluñas

El documental Dos Cataluñas, producido por Netflix y dirigido por Álvaro Longoria y Gerardo Olivares, será tildado probablemente de equidistante y desagradará a ambas partes. Quizá por eso me ha gustado tanto. No aporta nada sustancialmente nuevo, más allá de poder ver algunas escenas de los líderes de los distintos partidos en los camerinos en la última campaña electoral en Cataluña, pero hace un esfuerzo excepcional por dar voz a todas las partes. El despliegue de políticos, periodistas, historiadores, politólogos y escritores que aportan su visión en el documental es impactante y, además, se acompaña con opiniones de ciudadanos de la calle, naturalmente, de distintos planteamientos políticos. 


El documental comienza con una frase de Daniel Patrick Moynihan que da en el clavo del conflicto político que vive Cataluña (España entera) desde hace años. "Todo el mundo tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos". Y ahí radica esta crisis política. Cada cual tiene su opinión y sus ideas políticas, lo cual es perfectamente legítimo, pero hay demasiadas personas, allí y aquí, de esta postura y de la otra, con su propia realidad, pero los hechos son los que son. El documental da voz a todas esas opiniones perfectamente legítimas e intenta también aclarar los hechos. Sin duda, unos y otros lo criticaran precisamente por ello, por no haber comprado su propia visión. Porque el documental no se moja lo más mínimo. Es un retablo de opiniones. Podría pensarse que aporta sólo ruido, pero no es tan frecuente encontrar espacios en los que se escuchen todas las voces y no se imponga una visión sesgada sobre este proceso. 

Comienza el documental con las cargas policiales del 1 de octubre contra las personas que participaban en la consulta ilegal por la independencia de Cataluña. Se ven las demenciales imágenes del "a por ellos" de fanáticos de otras partes de España jaleando a los policías que acudían a Cataluña con motivo de la consulta, de la que hoy se cumple un año. Pero se ve también cómo algunas personas votaron más de una vez en aquel referéndum y cómo los partidos independentistas se saltaron todas las leyes, empezando por el Estatut catalán, cuando aprobaron en el Parlament sobre la celebración de esta consulta y la proclamación de la independencia. 

Emociona de verdad escuchar la declaración de un hombre extranjero que vino a vivir a Barcelona hace 20 años y formó aquí su familia, tiene su vida aquí. Él, no independentista, llora al afirmar que "antes no era así", lamentando la quiebra en la convivencia que ha creado este conflicto. Pero también emociona escuchar a los líderes independentistas contando cómo explicaron a sus hijos que iban a entrar en prisión. Sí, incumplieron las leyes. Sí, la justicia debe ser igual para todos. No hay peros que valgan. El documental aporta el lado humano de esta crisis política, nada más. Y eso no se lleva mucho en la información sobre esta cuestión, tan polarizada. 

El documental se acerca a las distintas visiones de la historia de ambas partes y a la interpretación tan desigual de la realidad catalana de los distintos partidos. Queda bastante claro que las formas de los independentistas aquellos días de septiembre y octubre fueron inaceptables, porque Puigdemont, por ejemplo, llega a decir que la ley no lo vale todo, que a veces se puede saltar. En España se puede defender la independencia de Cataluña, es totalmente legítimo, pero no se puede hacer de cualquier manera. Y también es bastante evidente que la respuesta del Estado, entre inexistente y fallida, no ayudó a rebajar la tensión. Se escuchan esas declaraciones de Pablo Casado avisando a Puigdemont de que podía terminar como el anterior líder catalán que proclamó la independencia o al ministro Wert proclamando en el Congreso su deseo de españolizar a los alumnos catalanes. 

Se escucha una frase precisa en el documental: el nacionalista siempre es el otro. Y es verdad. Llama la atención, por ejemplo, escuchar a Inés Arrimada, líder de Ciudadanos en Cataluña, criticando al nacionalismo catalán un segundo antes de elogiar el despertar del orgullo de ser español, algo que suena bastante a nacionalismo español. Chirría también muchísimo escuchar a Pablo Iglesias decir que hay dos tipos de nacionalismo: el rancio y reaccionario, por un lado, y luego otro que, ojo, es "internacionalista solidario". No sé bien qué es eso de lo que habla el líder de Podemos, pero suena bastante surrealista. Igual que resulta entre cínico e insultante ver a Puigdemont hablando muy serio de respetar a las minorías (no sabemos si antes o después de fulminar sus derechos en el Parlament). 

El mayor nivel del documental lo aportan los observadores más imparciales, los no políticos. Por ejemplo, Carles Francino, quien es visto por ambas partes como el perfecto equidistante, que defiende en mi opinión las posturas más sensatas. Jhon Carlin es muy crítico con la forma que ha tenido el gobierno central de gestionar la crisis catalana. Ignacio Vidal-Folch plantea con claridad los excesos de los líderes independentistas. De nuevo, la variedad de opiniones es lo mejor del documental. Parece poco, pero es que es algo que raramente se ve en los medios: hay visiones distintas y, quizá, una buena forma de empezar a buscar soluciones es intentar interiorizar que existen personas que piensan diferente. Que un independentista no es un criminal peligroso y un unionista no es un represor fascista. 

En el documental se aprecia la cobertura internacional de la brutalidad policial del 1 de octubre, pero también se ve muy a las claras cómo la mayoría parlamentaria independentista se salta las leyes y falta el respeto a los partidos no independentistas. También se observan las imágenes de los Jordis subidos a un coche de la guardia civil, sí, pero con el permiso de los agentes y para pedir a los manifestantes que vuelvan a casa y sólo se manifiesten de forma pacífica. Se muestran las dudas razonables de que exista delito de rebelión en la actuación de los líderes independentistas. Tal vez el documental dedica poco tiempo a preguntar a los participantes cómo esperan que termine este conflicto, qué es lo que proponen. Pero en la parte final resuena sobre todo una palabra que asusta a muchos, allí y aquí: diálogo. Dos Cataluñas es un ejercicio de objetividad e imparcialidad del que tendríamos mucho que aprender y cuya aproximación a esta crisis ayudaría a resolverla si se aparcaran las líneas rojas y el desprecio al que piensa distinto

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