Bolsonaro, entre el miedo, la pena y el asco

Las personas aficionadas a las películas de terror generan una cierta resistencia a los sustos. Necesitan tramas cada vez más complejas y planos más y más rebuscados y originales para asustarse. Es como si ya hubieran visto muchas veces la misma película. Necesitan algo más para sentir miedo. Lamentablemente, la película del líder de extrema derecha que conquista a los votantes con mensajes de odio que apelan a sus más bajos instintos es una historia mil veces vista, pero no por eso asusta menos. La arrolladora victoria de Jail Bolsonaro en Brasil provoca una mezcla de miedo, pena y asco. No podemos decir que sea algo nuevo, se ha visto mil veces: una sociedad cansada de la política, con problemas económicos y sociales (la inseguridad, especialmente, en este caso), que se abraza al discurso incendiario de un tipo que se presenta como un líder fuerte, de los que no son políticamente correctos, de los que llaman a las cosas por su nombre y todas esas historias. 


Ante la victoria de Bolsonaro es inevitable pensar muchas cosas, todas malas. Por supuesto, es imposible no pensar en los adalides de lo políticamente incorrecto, ya saben, los que consideran más importante su libertad de contar chistes de maricones que defender la libertad de las personas homosexuales, los que ven la sociedad en peligro por no poder presentar abiertamente su machismo. No digo, claro, que todos esos grandes defensores de la libertad de expresión (la suya para ofender a minorías) sean votantes potenciales de la extrema derecha. Pero no tengo ninguna duda de que determinados discursos de estos adalides de lo políticamente incorrecto ayudan mucho a personajes como Bolsonaro. Ahí lo tenéis, un tipo sin pelos en la lengua. Disfrutadlo. 

Por supuesto, también es inevitable pensar en los escándalos de corrupción del Partido de los Trabajadores. Muchas personas se ilusionaron de verdad con esta formación, cuyos méritos sociales son tan incuestionables como sus errores, con corruptelas indecentes que han contribuido a un clima social terrible en Brasil y a un descontento con la política tradicional que ha abierto paso a este patán radical y extremista. Sin duda, quienes metieron la mano en la caja defraudando la confianza de millones de personas tienen una elevada responsabilidad en que un energúmeno como Bolsonaro sea el próximo presidente de Brasil

Quiero pensar que no todos los votantes de Bolsonaro comparten con él su repugnante homofobia, su impresentable defensa de la dictadura, su asqueroso machismo y su inaceptable discurso del odio. Pero hay mucha gente en Brasil harta de todo. Naturalmente, Bolsonaro y sus recetas de extrema derecha no servirán para nada. Obviamente, su brillante idea de armas a la gente no reducirá las muertes violentas en el país, sino que las elevará aún más. Por supuesto, este señor dividirá más a la sociedad brasileña y pondrá en riesgo su democracia. Pero probablemente muchos de los que han votado a este personaje lo han hecho por mero hartazgo con todo, un voto de castigo a la política tradicional, una pataleta. 

En parte ocurre eso, claro. Aunque tampoco es bueno caer en un discurso paternalista que presenta a los ciudadanos que han votado a Bolsonaro como un títeres pobrecitos que se echan en brazos del primer energúmeno con un discurso encendido. Cada voto a este señor es una inmensa irresponsabilidad. Cada voto a este hombre es corresponsable de su discurso del odio y todo el mal que hará a la sociedad desde la presidencia del país. Este señor ha dicho públicamente que añora la dictadura, ha afirmado que no respetaría el resultado electoral si él no hubiera ganado las elecciones, ha espetado a una política de la oposición que es tan fea que ni merece ser violada, ha asegurado que prefiere un hijo muerto a un hijo gay, es seguidor de los negacionistas del cambio climático... A lo Trump, es el villano perfecto. Un personaje peligroso que odia el progreso y que conecta con personas que ven una amenaza en la diversidad. 

Mucha parte de culpa del surgimiento de tipos con soluciones aparentemente fáciles para problemas complejos la tienen los partidos tradicionales, por supuesto. Pero también hay una parte de responsabilidad en los medios, que hicieron una campaña gratuita a Trump sirviendo de altavoz a sus excesos y que han hecho lo mismo con Bolsonaro. Y también la tienen muchos ciudadanos que creen que la solución para apagar un incendio es echarle gasolina al fuego. La democracia no está asegurada porque sí, hay que defenderla. No lo hacen líderes extremistas como Bolsonaro, por supuesto, pero tampoco lo hacen los partidos tradicionales que generan tal insatisfacción en los ciudadanos que los echan en brazos de energúmenos de este tipo, ni los ciudadanos que, con su responsabilidad individual, creen de verdad que la solución a los problemas es un señor que irradia odio cada vez que abre la boca. Qué triste. Qué miedo. Qué asco. 

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