Movilidad y negacionistas

El pasado sábado terminó la semana europea de la movilidad, una campaña que busca concienciar con distintas actividades del efecto adveros del uso excesivo del coche sobre el medio ambiente y sobre la salud. Estas iniciativas son siempre bienvenidas, pero en contadas ocasiones logran su objetivo, entre otras cosas, porque es difícil convencer a alguien de preocuparse por algo que o bien cree que no es un problema real (esos recelos sobre el cambio climático que tantas personas mantienen, como quien niega que el cielo el azul) o que directamente no le preocupa lo más mínimo. El documental de 2006 que retrata las conferencias de Al Gore sobre el cambio climático se llama Una verdad incómoda. Ésta sigue siendo una forma inmejorable de definir cuál es la base del problema de la contaminación y el efecto de nuestras acciones sobre el medio ambiente: es muy incómodo este debate, porque nos obliga a actuar.


Todas las grandes ciudades mantienen un debate abierto, de mayor o menos calidad, con más o menos intensidad, sobre su sostenibilidad. Varias de las mayores urbes europeas han tomado distintas medidas para reducir el tráfico e intentar aminorar el daño al medio ambiente de nuestro modo de vida. En los países desarrollados los pueblos no dejan de vaciarse y cada vez más personas viven en ciudades grandes y altamente contaminantes. En España, para seguir la tradición, este debate tiene escasa altura de miras. Es difícil debatir de forma seria sobre casi cualquier tema y, claro, el cambio climático y la contaminación no iban a ser menos. Escuchar o leer opiniones como la del primo de Rajoy con sus célebres dudas sobre la existenia del cambio climático es, afortunadamente, algo menos frecuente que hace años. Pero eso no significa que hayamos avanzado demasiado. El negacionismo no ha desaparecido del todo y la inacción sigue imperando en nuestra sociedad. 

Si intentamos elevar un poco el debate y vamos más allá de las posturas extremas, no debería ser difícil convenir que algo se debe hacer. Según algunos estudios, en la última década han muerto 93.000 personas en España por la contaminación. Si no nos sirve con la necesidad de preservar el medio ambiente, con la idea tan básica de intentar dejar a las generaciones futuras un mundo mejor que el que nos encontramos, o al menos no mucho peor, al menos reaccionemos por razones menos altruistas: la contaminación mata. Y mata por igual a negacionistas y a personas comprometidas con la defensa del medio ambiente. Mata igual a quien tilda de "cochófoba" toda medida que busque reducir la contaminación que a quien viaja siempre en transporte público. No están libres de las enfermedades asociadas a la contaminación quienes se preguntan mirando al cielo dónde está la contaminación, dónde, que no la ve.

Madrid, como cualquier otra ciudad, tiene también que hacer frente al debate sobre la movilidad. Al actual ayuntamiento se le pueden reprochar muchos errores, pero desde luego se le debe reconocer que, al menos, ha abierto este melón. Aplicó la normativa sobre protocolos de alta contaminación, lo que obligó a algunos conciudadanos horrorizados a coger el transporte público, esa selva tan inexplorada por ellos. Y también han sido decididas otras actuaciones del consistorio, como la medida de ganar más espacio para los peatones en distintas zonas del centro de la capital. Las medidas pueden ser criticables, pero más por insuficientes que por convertir Madrid en un infierno para los conductores, como pretenden algunas personas, cuya postura va de la politización más absurda (¿tiene carné político el cáncer de pulmón?) a la ignorancia más absoluta, pasando por la simple comodidad: "como a mí me va bien así, yendo en coche hasta a comprar el pan a la vuelta de la esquina, que no me líen con historias raras de proteger el medio ambiente". 

Una verdad incómoda, decíamos. Nuestro modelo de vida tiene un impacto real en la contaminación del aire. Así que tomar conciencia y actuar deberían ser sólo uno. Pero es incómodo, claro. Imaginemos qué espanto ir en Metro de cuando en cuando a los sitios en vez de meter el coche hasta la cocina. Intentemos sobreponernos al horror de coger un autobús o de usar la bici como medio de transporte. Los negacionistas, esos que creen que la alcaldesa de Madrid ha sido enviada a la tierra por algún grupo de marcianos que odian a los conductores, detestan a las bicis, por cierto. Claro que hay ciclistas que no siguen todas las medidas de seguridad y que actuan de forma imprudente, pero en ese odio tan generalizado trasluce sobre todo la postura de la cerrazón: mejor mi cochazo contaminante que tener a perroflautas con sus bicis en la calzada.

Se puede debatir cada medida. Se debe hacer, de hecho. Pero avanzaríamos mucho si estuviera fuera de toda discusión que la contaminación es un problema real que debe ser combativo fomentando otros medios de transporte distintos al coche privado. Serán menos cómodos, claro, pero valdrá la pena. Los negacionistas suelen decir que en realidad los coches contaminan poco, que no les miren a ellos, y, claro, también dicen que el transporte público es muy deficiente. Respecto a lo primero, actuar en la medida de lo posible de cada uno para aportar algo a una tarea de todos no significa que no haya otros muchos lugares donde combatir. En cuanto a lo segundo, es cierto que el transporte público (al menos en Madrid) se ha resentido durante la crisis, con menos frecuencia y más averías que de costumbre por falta de mantenimiento. Es necesario exigir a las autoridades que mejoren el transporte público, para que sea una alterantiva cada vez menor al coche privado. Pero no nos engañemos: incluso tras el empeoramiento claro de los últimos años, el transporte público de Madrid es superior a la media de las grandes ciudades europeas, y las razones por las que tantas personas ni se plantean dejar el coche en el garaje algún día no están en el servicio que presta un transporte público del que lo desconocen casi todo (a veces hasta diríamos que desconocen su propia existencia). La verdad es otra mucho más sencilla: comodidad, pura comodidad.

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