El circo de la crispación

Pretender que la política española se parezca a El ala oeste de la Casa Blanca, o alguna de esas series con políticos serios, sería mucho pedir, pero al menos desearíamos que no se asemejara tanto a Gran Hermano, el reality televisivo. Como uno de estos concursos de la tele con participantes ociosos encerrados en una casa a pasar el rato o como un culebrón en el que siempre pasan muchas cosas, cada día más inverosímiles y absurdas, la política española lleva años convertida en un circo, con perdón para los artistas circenses. Un circo de la crispación además, en el que sólo cuentan los "zascas" al adversario y los golpes de efecto. La política de verdad siempre puede esperar, porque siempre hay un rival, con millones de votos detrás, al que ridiculizar. 


Es desmoralizante. Algunos estuvimos más o menos enganchados a este culebrón, pero lo vamos dejando por salud mental. Cualquier mal pensado podría empezar a creer que este ruido permanente, esta confrontación tan impostada, es un teatrillo chusco que se montan los políticos para no tomar medidas de verdad, para no hacer política, que se supone que es para lo que cobran de todos los ciudadanos. Siempre ha habido en la política grandes discursos, claro. Y forma parte de su trabajo ser buenos oradores. Es bienvenido que en sus duelos dialécticos en el Congreso haya nivel y chispa en las respuestas. El problema es cuando el Congreso se convierte en el plató de una tertulia política de estas interminables y previsibles, en las que ya sabes lo que dirá cada cual. 

Entristece ver a lo que dedica su tiempo la inmensa mayoría de los políticos, del gobierno y de la oposición, de ahora y de antes. Por supuesto, generalizar no es justo. Naturalmente que hay gente que trabaja en el Congreso (los bedeles, por ejemplo) y seguro que habrá diputados haciendo un trabajo menos vistoso pero trascendente, aunque no entre en un tuit, aunque no se traduzca en un "zasca" al de enfrente o no abra telediarios. Pero lo que más llega es lo otro, esa política de bajos vuelos, esos encontronazos tan forzados, tan aburridos, tan vergonzosos. Es esa actitud lamentable que lleva a crear una comisión de investigación en la que se termina hablando de cualquier tema menos del que se supone que se va a investigar. 

No parece que les importe demasiado de lo que están hablando. El objetivo es más bien soltar una frase ingeniosa, a ser posible destructiva hacia el adversario político, si le niega la legitimidad y le presenta como un peligro público, mejor que mejor. Esa frase debe ser cortita, claro, para ser replicada en las redes sociales o para crear con ella vídeos cortitos y manipulados, que no incluyan la respuesta del adversario, que harán las delicias de los fanáticos de tu lado. Los del lado de enfrente harán lo mismo. Y el consenso, el diálogo, el acuerdo, la acción política de verdad, queda para más adelante, total, para qué intentar hacer política de verdad si se puede vivir permanentemente dando golpes de efecto estériles que no conducen a nada. Para qué arriesgarse buscando acuerdos si es mejor andar midiendo cada cambio milimétrico en las encuestas. 

Lo peor no es sólo todo el tiempo perdido en disputas absurdas ni que las sesiones del Congreso se parezcan cada vez más a esos programas de cotilleos en los que exempleados de hogar se enfrentan a su antiguo jefe o fulanito de tal habla de la relación que mantuvo con no se quién. Lo peor es que, además, fomentan la crispación. El objetivo es convencer al ya muy convencido y atacar sin piedad al de enfrente. No se trata de intentar convencer con ideas, qué va, sino de destrozar al adversario. Se trata de crispar lo máximo posible y, sobre todo, muy importante, de criticar son severidad y de ridiculizar al que proponga salir de la vía de la crispación para buscar acuerdos y dialogar. Eso, por favor, jamás, a ver si sin querer vamos a hacer política de verdad y la liamos. 

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