Siempre juntos (Benzinho)


Me provoca urticaria oír opinar sobre las películas españolas (o de cualquier otro país), así en general, como si la nacionalidad fuera un género o, más aún, como si el cine tuviera nacionalidad. Generalmente quienes emplean este discurso lo hacen desde el desconocimiento, porque les resulta cómodo etiquetar. Pero si alguien hablara de películas estadounidenses no sabría si se refiere a la enésima súper producción con tanto presupuesto como poco interés o a una cinta independiente magistral. No hay películas españolas, italianas, argentinas o francesas. Hay buenas y malas películas. Cintas que conmueven y otras que no. Filmes especiales o corrientes. Dicho esto, por tanto, no destacaré en exceso que dos de las películas que más he disfrutado últimamente en el cine son brasileñas.

Ambas cintas tienen unas cuantas similitudes, incluida su nacionalidad, pero la más importante es que son dos películas encantadoras. Hablo de Aquarius (traducida en España como Doña Clara) y de Benzhino (aquí llamada Siempre juntos). En ambas asumen el protagonismo sendas mujeres fuertes, interpretadas con calidad por Sonia Braga, en aquella cinta, y por Karine Teles, en esta última. Braga deslumbra en Aquarius, mientras que Teles convence, aunque en un par de escenas se le aprecia algo sobreactuada. En cualquier caso, su personaje, Irene, una madre que tiene otras aspiraciones más allá de la maternidad, pero que se desvive por sus hijos, está lleno de verdad. 

Ambas películas son pedacitos de vida, muestran en pantalla a personas corrientes luchando por sobrevivir, que afrontan malos momentos y dificultades, pero que irradian vitalidad. Benzinho, de Gustavo Pizzi, es una muy tierna película que gira en torno a una madre que estudia para sacarse el graduado, mientras trabaja vendiendo sábanas y toallas en la calle y se encarga del cuidado de sus cuatro hijos. Su vida se pone patas arriba cuando uno de sus hijos, Fernando (Konstantinos Sarris), recibe la oferta de un equipo de balonmano de Alemania para ser profesional allí. El joven está radiante, deseando abrazar esa oportunidad, y la madre se divide entonces entre la necesidad de apoyar y acompañar a su hijo en ese anhelo y su decepción por saber que estará fuera de casa y a unos cuantos kilómetros de distancia, con un océano de por medio. 

Se lee en el cartel de la película que esta cinta es, sobre todo, un monumento a las madres. Y es verdad. Irene lo hace todo en casa, pero además acoge a su hermana y su sobrino, víctimas de malos tratos. No pierde la ilusión ni la sonrisa, a pesar de la tremenda carga de trabajo que asume. Lo da todo por su familia. Es una de esas heroínas anónimas que rara vez aparecen en una pantalla grande, de ahí el valor de esta cinta, que da un pellizco emocional a los espectadores. Es imposible no conectar con esta historia

Por supuesto, en la cinta no se idealiza a Irene ni se le pone como ejemplo de nada. Es una persona, como todos, y también tiene momentos en los que estalla y otros en los que actúa de un modo más bien egoísta con su hijo Fernando, como cuando le habla de las bombas terroristas que, según le han contado, estallan a diario en Alemania. Pero, de nuevo, también en esas escenas, o en esas más que en ninguna, transmite mucha verdad el poderoso personaje de Irene, el de esa madre que esboza una sonrisa cuando, en un momento del filme, parece que un problema burocrático impedirá a su hijo viajar a Alemania. La que se alegra por él, pero no quiere perderlo. Es una mujer normal, con todo lo extraordinario que encierra a menudo la normalidad. Una mujer vitalista, que tiene como lema "siempre adelante", el que le transmite a su marido, que no es precisamente un lumbreras en los proyectos empresariales que emprende, y también a su hermana maltratada. 

Benzinho, donde por cierto salen dos hijos del director, los adorables hermanos mellizos, y cuyo guión fue coescrito por el directo y por la actriz protagonista, exmujer de aquel, no es tan redonda como Aquarius, pero emociona. Precisamente porque el cine no tiene nacionalidad, esta historia conmueve y emociona igual en Brasil que en Madrid. Es el cine que vale la pena, el que se parece a la vida.

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